Koldo LANDALUZE
LA GRAN JUVENTUD

Jóvenes intérpretes en un tobogán existencial

En su empeño por dotar de énfasis vital las peripecias de un grupo de jóvenes, la actriz y directora Valeria Bruni Tedeschi ha pisado a fondo el acelerador y se ha estrellado contra la nada más absoluta y desconcertante.

Escenificada en unos años 80 que hubieran dado mucho más de sí en su trasfondo social y político, “La gran juventud” se limita a extrapolar las emociones convulsionadas de unos aspirantes a actrices y actores que se sumaron a un curso de interpretación creado por el prestigioso Patrice Chéreau y Pierre Romans en el Théâtre des Amandiers de Nanterre.

A ESCENA

El hilo conductor son los ensayos de la obra de Chejov “Platonov” y, a pesar de un interesante arranque, el resto circula por la pantalla como alma en pena y sin rumbo, a golpe de entusiasmo interior que se revela en pulsaciones de llantos, gritos y risas.

De esta forma, el retrato que se hace de la prestigiosa institución impulsada por Chéreau goza de un estridente acabado, casi grotesco. Semejante volcán de emociones es filmado mediante un tratamiento que desconcierta en su intento por reflejar el “alma” de un actor en un bucle interminable de pasiones fogosas y caos interno.

En el relato, la directora ha querido dejar su huella del pasado, sus vivencias en dicha institución y en un tiempo dictado por las hormonas disparadas, el consumo de drogas y la temible presencia silente del sida.

A todo ello se suma la involutaria caricatura que se realiza del difunto Patrice Chéreau -encarnado en el filme por Louis Garrel- y una conducta hacia sus alumnas que hoy en día hubiera generado más de una polémica.