El espíritu de la marmota
Dicen que en el encabezamiento se encuentra la mitad del texto y que uno interesante es capaz de atraer al lector a las siguientes líneas. La verdad es que se me han ocurrido varios, tales como el Espíritu del 18 de julio, el de Kutxa, el Original, o quizás, el más acertado, el Espíritu del Arriaga. Todos ellos tienen una sencilla explicación, pero como los caminos que conducen a Roma, todos ellos, asimismo, enfilan hacia la quietud, la de la marmota. Por eso, lo he situado el primero.
Se han celebrado elecciones locales y al instante han sido adelantadas las estatales. Para un proyecto soberanista y de izquierdas, después de una campaña enfangada como deseaba Ayuso para su comunidad madrileña y finalmente los jeltzales trasladaron a Hego Euskal Herria, los resultados han sido excelentes. Siempre pueden mejorarse, como parte de un proceso, y hay que ser ambicioso. Para ello valentía, la que demandaba Jorge Danton, el revolucionario francés del siglo XVIII: «audacia, más audacia y siempre audacia».
¿Por qué la marmota? Porque, a pesar del retroceso de las fuerzas históricamente institucionales, sus posiciones son las mismas que acuñaron hace ya varias décadas cuando el partido jeltzale se fracturó en dos, los autonomistas y los independentistas, los de antes el «alderdi» que el «aberri», el partido que la patria. Ha llovido tanto desde entonces que se hace insólito comprobar el inmovilismo del PNV, echando balones fuera y justificando su evidente retroceso en factores externos: la pandemia, las empresas subarrendadas para su comunicación electoral, las protestas por convenios dignos (el «desgaste» lo veían venir con los acuerdos de su sucursal Adegi para el metal en Gipuzkoa). Así que una de las líneas correctoras es evidente: palo a las protestas (si logran previamente serenar a ese actor político de policía autónoma que han creado) e invisilibización de las mismas hasta la próxima consulta.
Podría tratarse también del Espíritu del 18 de julio, fecha que hace décadas fue aprovechada por los golpistas para instaurar una dictadura interminable. Llega la derecha española trumpista (antes unida en el PP y ahora duplicada en Vox, mismos perros con distintos collares) anunciando un vendaval. Tiene toda la pinta que Sánchez ha elegido precisamente el 18-23 de julio esperando una nueva contienda electoral en el barro, aguardando que los ultras se desboquen con el brazo en alto, las loas al fascismo y proclamarse él y su partido como la única salida antifascista a la marea europea.
Pero este argumento, que ya lo utilizaran los llamados socialistas, desde Felipe González, Alfonso Guerra, Danborenea y Barrionuevo hasta Pérez Rubalcaba y Marlaska, es una falacia. La crónica reciente demuestra cuán apegados estuvieron también al Espíritu del 18 de julio, por mucho que perdieran una guerra. Por cambio generacional, por temor a los ultras o por razón de Estado, el recorrido del PSOE ha dejado un reguero de estiércol que en otros escenarios bien podrían ser achacados a la derecha más recalcitrante. Sucede, además, que este PSOE timorato ha incumplido una y otra vez sus promesas electorales. Escorándose hacia posiciones donde la elección del votante es clara: ante la copia, mejor el original. La izquierda abertzale tiene en su ADN, por el contrario, una serie de ordenamientos antifascistas que han circulado de generación en generación.
Ese Espíritu del 18 de julio cuyo hedor ya nos atrapa, llega con un recorrido marcado. Recordar que, en la campaña para las locales, Ayuso voló a Bilbo para pedir lo que Abascal llevaba meses vociferando: la ilegalización de EH Bildu. Recuerden, porque en política las casualidades son escasas, que no hace mucho la patronal vasca Confebask pedía la ilegalización de ELA y de LAB. Y que uno de estos días, el lehendakari Urkullu, marmota donde las haya, ha achacado el retroceso de su partido a la conflictividad laboral.
El mismo día en el que acudimos a las urnas, 28 de mayo, la joya madrileña de la corona del Grupo Vocento, al que el PNV dedica la mayoría de filtraciones, abría portada con un gran titular: «La ruina de ETA se logró con la ilegalización de Batasuna». Imprimía el camino. Al día siguiente, su sucursal en Bilbo, la misma que había creado un escándalo con la página web de memoria reciente del Ayuntamiento de Galdakao que había dedicado dos líneas a las violaciones de derechos humanos en las cárceles, abría un nuevo canal de criminalizaciones, con la señalización de 15 expresos que habían sido elegidos democráticamente.
Alguien puede creer que los medios son objetivos. Quizás en algún lugar desconocido. En España los diarios están quebrados y su refinanciación corre a cargo de los bancos que modifican consejos de administración y marcan líneas editoriales. El poder del dinero o el dinero del poder, qué más da el orden, se ha unido para sellar los ritmos y el camino. Y el enemigo ha sido pautado: EH Bildu.
Ya lo fue en el Espíritu de Kutxa, otro recurso, cuando Xabier Iturbe, en una jugada alegal, fue elegido en 2012 presidente de Kutxa frente a Antton Izagirre, representante de la izquierda abertzale. Entonces necesitó los votos de su partido más los del PSOE, PP y CCOO. Es el «Espíritu Original» que reclamó el PNV al PSOE hace un año.
Cierro con el Espíritu del Arriaga, asamblea del PNV en el teatro de Bilbao, donde lanzaron una de las consignas que le han caracterizado desde entonces, 1988, hasta ahora: «sentirnos cómodos en España». Fueron los Ardanza, Imaz, Urkullu y Ortuzar los que agrandaron el lema. Lo hicieron con Aznar, lo repitieron con Rajoy, y lo van a volver a renovar en la constitución de los ayuntamientos y diputaciones, con pactos con esa derecha española que, no olvidemos, llega unida (PP+Vox). El trumpismo se ha asentado también en Hego Euskal Herria. La marmota del 18 de julio, la del espíritu Original (apoyo del PNV al PSE en pleno caso Zabalza), la del Arriaga, con raíces bancarias, planea sobre nuestras cabezas.