JAIME IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
Antonio Scurati
Escritor

«Para superar el pasado tienes que ajustar cuentas con ese pasado»

Nacido en Nápoles en 1969, ha desarrollado su actividad académica en diferentes universidades como las de Milán o Bérgamo. Autor de varios ensayos sobre comunicación y conflictos bélicos, en 2019 obtuvo el prestigioso Premio Strega con ‘‘M: el hijo del siglo’’, primera entrega de una serie de novelas históricas donde, desde el rigor documental, aborda la figura de Benito Mussolini.

(J. DANAE | FOKU)

Aquella primera novela, de mil páginas, prometía ser el inicio de una trilogía que, con la publicación de “Los últimos días de Europa”, tercer volumen de la serie, se anuncia que se prolongará durante otros dos libros. En esta tercera novela, Scurati narra la posición del gobierno fascista en el período 1938-1940 ante el advenimiento de la II Guerra Mundial y, como en sus dos obras precedentes, lo hace mezclando el vigor de su prosa con la exposición de aquellas fuentes y documentos que han inspirado su relato. El resultado vuelve a ser una subyugante novela híbrida en cuyas páginas no hay nada ficticio.

¿Qué cree que aporta el hecho de utilizar las herramientas de un género como la novela para narrar lo que fue el fascismo?

En la mejor de las hipótesis, nos aporta una verdad literaria que es algo complementario a la verdad histórica. Nunca se había escrito una novela que tuviera como protagonista a Mussolini ni al fascismo, por razones históricas, pero también ideológicas. Cuando concebí este proyecto, lo hice alentado por el deseo de dar a conocer esos años al mayor número de lectores posible a través de la forma literaria más democrática que existe, que es la novela. La novela no discrimina a ningún tipo de lector y crea un tipo de conocimiento que no está restringido a un público especializado sino que es un conocimiento al alcance de todos.

Eso estaría muy en consonancia con lo que decía Antonio Gramsci sobre la necesidad de incidir en una literatura nacional-popular, ¿no?

En parte sí, pero mi voluntad no ha sido la de escribir una novela de consumo interno, por así decirlo. De hecho, el éxito que esta trilogía ha tenido fuera de Italia me demuestra que el fascismo es algo que tiene interés más allá de nuestro país. Con lo cual se trata de una literatura popular sí, pero no nacional.

En los últimos años, en Europa, el fenómeno de las novelas de no ficción ha experimentado un auge, sobre todo a la hora de relatar el pasado histórico. ¿Cree que su obra se ajusta a estos parámetros?

Sí, sin duda, y es un fenómeno que me interesa no solo como autor sino también como lector. Me refiero al hecho de escribir novelas que tengan como materia narrativa la gran tragedia política que vivió Europa durante el siglo XX. Porque, además, pienso que se trata de un fenómeno literario específicamente europeo que ha eclosionado en los últimos años, gracias a toda una serie de autores que nacimos en la segunda mitad del siglo y que, como tal, no vivimos aquellos acontecimientos que narramos. Pero, justamente por eso, sentimos la necesidad de reapropiarnos de esa realidad para contarla de una manera distinta a como lo hicieron aquellos otros autores que fueron testigos directos de ella. El hecho de encontrar un nuevo modo de contar y un nuevo lenguaje es lo que nos ha llevado a esa prosa híbrida que Javier Cercas llama “novela de no ficción”, pero que a mí me gusta más definir como “novela documental”.

¿Pero a qué obedece, según usted, el florecimiento de esta narrativa histórica?

Por un lado a esa necesidad que te acabo de comentar de reapropiarnos del relato histórico. Yo pertenezco a una generación cuyo exacerbado individualismo nos ha hecho perder el sentido de la historia: somos incapaces de vernos como parte de un relato más grande que viene de la época de nuestros padres, de nuestros abuelos… Rebelarnos contra eso es una de las razones que alientan este fenómeno literario. La otra razón surge de la necesidad de volver a tomar contacto con la realidad en una época donde la realidad se asume, gracias a los medios, como algo relativo. El hecho de hacer una literatura de no ficción a partir de documentos históricos, hemerográficos y de archivo, nos permite volver a tener ese contacto con lo real.

No sé si cuando empezó con este proyecto literario lo hizo alentado por la fuerza renovada que la retórica fascista parece tener en la Europa actual.

Mi idea, sobre todo, fue la de rendir cuentas con el pasado de mi país. Los alemanes han estado trabajando de manera más activa a la hora de confrontarse con su propio pasado, hasta el punto de que puede decirse que han vivido un proceso de duelo. Para superar el pasado tienes que ajustar cuentas con ese pasado y una de las razones que me llevaron a escribir estos libros era la sensación de que en Italia tenemos cuentas pendientes con nuestro pasado. Para mí ajustar cuentas con el fascismo significa asumir una responsabilidad, la de haber sido un país fascista, la de haber sido, de hecho, el país que inventó el fascismo. Sin embargo, en los últimos 70 años el fascismo se ha contado en Italia desde el punto de vista de las víctimas del fascismo y de quienes lucharon contra él. Desde el final de la II Guerra Mundial hemos evitado confrontarnos con el fascismo y el hecho de sentir que no tenemos la obligación moral de rendir cuentas de manera honesta sobre nuestro pasado ha propiciado que ahora, tristemente, tengamos en el gobierno a un partido neofascista.

Pero, ¿ve similitudes entre ese clima de descontento social que posibilitó el advenimiento de Mussolini y lo que ocurre hoy en Europa?

Esa exaltación de la violencia homicida, de la aniquilación física del adversario en la que el fascismo basó su principio de autoridad, afortunadamente, está desterrada del panorama político actual. Sin embargo, creo que la huella del fascismo se deja sentir en todos esos discursos nacional populistas que se dan hoy en día. Mussolini no solo fue el fundador del fascismo sino que fue el inventor del liderazgo populista, un tipo de liderazgo que está presente no solo en muchos parlamentos sino también en algunos gobiernos, como el italiano.

De hecho, hay una idea que subyace en su trilogía y que se evidencia de un modo nítido en esta última novela: el fascismo no es tanto una ideología como una retórica hueca que apela a las emociones pero que no encierra ninguna idea de futuro.

Exacto, el fascismo es una retórica basada en la negación del otro. Tanto el fascismo histórico como los actuales populismos lo que buscan, sobre todo, es desacreditar al parlamentarismo democrático, hacer llegar a la opinión pública la idea de que se trata de un sistema corrupto incapaz de responder a las demandas ciudadanas. El fascismo histórico actuaba desde la violencia física situándose al margen del sistema, mientras que los actuales populismos articulan esa retórica desde dentro del sistema. Pero en ambos casos se trata de dar una respuesta emocional y simple al descontento ciudadano frente a una realidad compleja que tiende a sobrepasarnos. Hace cien años, cuando Mussolini llegó al poder, lo hizo culpabilizando al socialismo de todos los males de Italia. Para los neofascistas, el enemigo del pueblo italiano son los emigrantes. En ambos casos se trata de azuzar un sentimiento de odio en la ciudadanía ofreciéndole un chivo expiatorio a su malestar, a su vacío. En el fondo, se trata de elaborar un cuento de buenas noches que nos ayude a dormir, un cuento donde todos los problemas que la realidad nos plantea se reducen a un solo problema.

Visto así, ¿cómo explica que cien años después esa retórica pueril siga suscitando adhesiones?

Como te decía antes, vivimos en una sociedad con muy poca memoria, una sociedad aplastada por el presente donde la revolución tecnológica ha impuesto un relato donde solo cabe el aquí y el ahora, un relato de donde aparecen desterrados el pasado y el futuro. Según una reciente encuesta, el 35% de los jóvenes italianos se muestra indiferente al fascismo. Por eso quise escribir esta serie de novelas, no solo para confrontar con el pasado a las nuevas generaciones sino también a las viejas generaciones. La Historia consiste en confrontarse con la Historia, del mismo modo que la democracia consiste en la lucha por la democracia. Eso es algo que los de mi generación hemos descubierto tarde. Los que nacimos en la segunda mitad del siglo XX fuimos unos privilegiados que heredamos un sistema democrático surgido de las luchas de nuestros padres y abuelos. Cometimos el error de creer que esa democracia que nos vino dada era algo eterno. Cincuenta años después nos hemos dado cuenta de que no es así. Probablemente pecamos de arrogantes, al igual que cuando valoramos la figura de Mussolini. A lo largo de todos estos años, los intelectuales de izquierda se han esforzado por representar a Mussolini como un ser ridículo y, puede que tuviera ese fondo, pero también fue una figura trágica. Su discurso está íntimamente conectado con pulsiones fundamentales del ser humano, pulsiones que tienen que ver con nuestro instinto de supervivencia y eso es algo que conviene tener en cuenta. No basta con desdeñar o ridiculizar al fascismo para combatirlo, hay que comprenderlo.