Koldo LANDALUZE
MEGALODÓN 2: LA FOSA

Dentelladas y aparatosidad

Poco efectiva e irritante en muchas de sus situaciones. Así se descubre una secuela adocenada de un filme que ya de por sí tampoco es que aportara excesivas cosas. Todo se resume en un exceso desmesurado en el que, seamos sinceros, lo único que importa es cuántos bañistas despistados son engullidos por unos mastodónticos escualos de 20 metros de longitud y 20 toneladas de peso. Tomando el testigo legado por el artesano Jon Turteltaub, Ben Wheatley -responsable de filmes de terror como “Turistas” (2012) y “In The Earth” (2021)- no ha querido exceder demasiado de la línea impuesta por el propio proyecto que es, en definitiva, un circense y macabro show acuático cuyo único objetivo es amplificar al máximo los sustos y las dentelladas de su bestiario prehistórico.

SIN RUMBO FIJO

“Megalodón 2: La fosa” delega todo el peso dramático en el carisma de un Jason Stratham que cumple sin excesivos problemas su rol de héroe de acción dentro de un contexto abracadabrante en el que la tensión que originan las criaturas se diluye de inmediato. Para colmo de males, la trama pretende aportar algo de empaque dramático incluyendo un farragoso discurso en torno al medio ambiente.

La película es un nuevo y claro ejemplo de esos despropósitos sustentados en una presupuesto millonario que pretende emular el encanto de la serie B. Una intención más que discutible y que lo único que provoca es que se pongan de manifiesto las carencias de una obra cuyo rumbo nunca queda fijado del todo y provoca una singladura errante, salpimentada por gags poco efectivos y unos efectos digitales muy discretos. Más que espectacular, la película resulta aparatosa y ni siquiera es capaz de reirse de sí misma en su fallido intento por resultar gamberra.