Itziar ZIGA
Escritora y feminista
JOPUNTUA

Nosotras te lloraremos

Yera maricón de nacimiento, una cosa mítica en Xixón, fíu de Concha la Guapa, yera una ídolu, una juerga, yera la madre que lo parió. Por los cabarés de Cimavilla, cantaba feliz por Marifé...» Así arranca el precioso homenaje cantado de Rodrigo Cuevas a Rambal, en el asturianu natal de ambas. Lavandera de día y transformista de noche, Rambal era queridísimo en su barrio de pescadores: en un tiempo en que te encerraban por maricón, el pueblo lo protegía y lo celebraba. Fue asesinado en 1977, prendieron fuego a su casa, y Cimavilla tomó la calle para aullar su dolor y clamar justicia. No se encontró al culpable, probablemente tampoco se buscó: las vecinas siempre sospecharon de un poderoso. Como en la muerte violenta de tantos maricones y de tantas mujeres, en el asesinato de Rambal importó más el victimario que la víctima. Nosotras somos quienes arruinamos la vida de aquel que nos violó y/o que nos mató cuando se le señala, cuando se le juzga. Sobre todo si nuestro depredador es un chico de oro, de buena familia, no como nosotras que somos de cualquier familia, con un futuro brillante henchido de privilegios, no como nosotras: qué importará un maricón o una nadie menos.

Asisto enrabiada al despliegue de españolismo y desfachatez en la cobertura del descuartizamiento del verano. Pobre chico de oro con un futuro rutilante, hijo y nieto de actores famosos, la nueva aristocracia, preclaro heterosexual engañado por una perversa marica vieja, para colmo de Colombia, antigua colonia española, que no tuvo otro remedio que cortarlo en pedacitos con premeditación. Pobre chico de oro, que va a ser juzgado en un país tercermundista donde se confiesa bajo tortura, ¡qué valor, España!

Hace años le pregunté a Mery Shut, amada compañera italiana en el posporno y otras correrías que dedicó su tesis doctoral a Pier Paolo Pasolini, si creía que el brutal asesinato del inmortal genio, al que le destrozaron con saña sus preciosos huevos de sodomita, fue un crimen político. Ella me contestó, sabia: da igual, todo crimen contra un maricón, es un crimen político.