La Otxoa, un monumento a declarar bien social
Sin José Antonio Nielfa, La Otxoa, nuestra historia reciente hubiera sido mucha más aburrida y, seguro, más conservadora. Por eso, hay que preservarlo, como un monumento y memoria de la lucha LGTBI+. De eso va la emocionante «¡Agur, Otxoa, feroz!».
Cuarenta y cuatro años después de aquella actuación mítica que cambió la vida de José Antonio Nielfa (Bilbo, 1947), La Otxoa, su ciudad acoge su despedida de los escenarios con una obra teatral sobre su vida titulada “¡Agur, Otxoa, feroz!”. Una propuesta que transita entre el vodevil, el drama y la risa, construida sobre el respeto a un personaje que se abre en canal para contar su vida, y que es la vida de una generación que se revolvió contra la falta de libertades durante el franquismo. Porque la reivindicación para nuestra memoria de su lucha, la pelea por ser cómo ellos y ellas son y amar a quienes ellos o ellas quisieran, es de lo que va este estupendo y emocionante “¡Agur, Otxoa, feroz!” que han construido con cariño, cachondeo, pluma, mucho ritmo y un espíritu totalmente irrespetuoso -siguiendo el espíritu de la protagonista-, Unai Izquierdo, autor del texto, y Getari Etxegarai, la directora.
Junto a Gemma Martínez y Arnatz Puertas, Izquierdo y Etxegarai completan un elenco que tanto hace de cuerpo de baile como de personajes secundarios o de la propia La Otxoa en distintas etapas de su vida. José Antonio Nielfa es la quinta pata del banco o, más bien, el eje de todo, con su presencia y sus canciones.
Porque esto va de un repaso a su vida: del descubrimiento de su homosexualidad, de su ansia por ser cantante, de la persecución durante el franquismo, de redadas en Barcelona, de bares en las Siete Calles, de amores -algunos, amores perros- y de aquel triunfo en la Aste Nagusia de 1979, cuando ante un Arenal abarrotado cantó el “Libérate” que se convirtió en todo un himno y donde surgió la leyenda de este cantante que, subido sobre unos tacones, con tres pares de medias para ocultar los pelos de los piernas -no se depila- y tocado con pelucas imposibles, canta con su voz potente a la irreverencia absoluta.
Tampoco se la dejó en la guantera ayer en el preestreno de la obra que le lleva a los altares de nuestra memoria -que perdone el símil, pero los santos también llevan peluca-, ni tampoco el glamour, porque llegó como una gran estrella a la Gran Vía, al pase previo de la obra que se estrenará el día 20 y que, ante la demanda, se ha tenido que prolongar hasta el 3 de setiembre.
Al alcalde y demás
Entre los presentes, amigos como el cineasta Pedro Olea, quien reconocía ser «muy amigo, muy amigo de La Otxoa desde siempre». Es un icono: «Siempre ha estado liberado y siempre ha hecho que la gente esté liberada», apuntaba este cineasta, uno de los ‘padres’ del cine vasco quien, por cierto, reconocía ayer que sus 85 años anda preparando varios proyectos, uno de ellos, un documental. Entre los presentes también el alcalde de Bilbo, Juan Mari Aburto: «Señor alcalde, lo que no sabe usted el pueblo sí lo sabe», le lanzaba desde el patio de butacas La Otxoa. Hubo para todos: «Lo que hemos luchado algunos, yo por lo menos, por el matrimonio gay, no como otros», exclamaba -estaba presente una concejala del PP-; para los ertzainas que se manifiestan por las calles -«le he chupado a uno hasta el correaje»-, las pullas a quienes le acusaban, dijo, de que «está gordísima» y «viejísima»: «Gorda no, bien alimentada. Con un plato nuestro, los catalanes se hacen una comida» y «fíjate si es mayor La Otxoa que en el carnet tiene números romanos».
ENTRADAS Y GORBEAS
Aunque inicialmente se programaron ocho funciones, ante la demanda del público se han tenido que ir ampliando progresivamente. Ahora mismo ya quedan solo 451 entradas de las 5.200 que salieron y hay cuatro funciones agotadas (20, 21, 22 y 24 agosto) y otras cuatro para las que no quedan muchas (23, 25, 26 y 27 agosto). Las funciones programadas son del 20 al 27 de agosto y del 31 de agosto al 3 de setiembre. Un consejo: yo no me la perdería.
Solo una crítica: la escalera de la escenografía parecía que estaba a punto de matar, de un susto, a Nielfa. La llamó el Pagasarri y el Gorbea.