Imanol BUENO BERNAOLA
Escritor y fotógrafo
KOLABORAZIOA

Fin de la tauromaquia

La afición taurina de Bizkaia está indignadísima porque el Ayuntamiento de la Noble Villa ha omitido en la programación de Aste Nagusia de este año mencionar las corridas de toros de Vista Alegre después de 45 años anunciándolas. Además, dicen, no se le ha permitido a la Banda Municipal acudir a la plaza a tocar sus pasodobles, «contraprogramando» actuaciones en otros escenarios festivos. Por si fuera poco, añaden, ninguna institución pública (Ayuntamiento, Diputación y Gobierno Vasco) ha adquirido entradas para obsequiar entre aficionados y curiosos -como se venía haciendo hasta ahora- con el objeto de paliar el déficit y, a la vez, disimular las «calvas» en los tendidos ante el previsible fracaso de taquilla.

Si, como publican los taurinos a través de su federación, con esta actitud municipal ellos «se sienten ninguneados», significa que la decadencia de este macabro festejo continúa a buen ritmo.

La campaña publicitaria contratada por la empresa gestora de Vista Alegre de este año ha llenado diversos soportes, entre ellos varias unidades del tranvía, con imágenes de toros vivos y los retratos de quienes están consumando del 20 al 27 de agosto el suplicio. Aunque se empeñen, el declive ya es imparable.

En el año 2013, el Senado español declaró la tauromaquia Patrimonio Cultural, una figura que iba más allá de la mera proclamación de intenciones, ya que, en sí, lo que hace es blindarse ante la posibilidad de legislar una prohibición, obligando a las administraciones públicas a «garantizar y desarrollar medidas de fomento y protección». A ella se acogió el Tribunal Constitucional en 2016 para anular la Iniciativa Legislativa Popular promovida en Catalunya en 2010 por la Plataforma PROU -que abolía las corridas de toros-, con una sentencia que dictaba que la tauromaquia era competencia del Estado. El mismo camino siguieron las leyes abolicionistas promulgadas en Galicia y Baleares. Tan solo Canarias mantiene en vigor desde 1991 una ley que prohíbe «utilizar animales en peleas, fiestas, espectáculos y otras actividades que conlleven maltrato, crueldad o sufrimiento».

La organización independiente CAS International (Holanda) trabaja desde 1993 combatiendo las corridas de toros y demás fiestas populares donde se maltrata a los animales y ejerciendo de lobby en la UE. Cuentan con un censo de más de un centenar de municipios antitaurinos, entre los que se encuentran las localidades vascas de Abanto-Zierbena, Barakaldo, Basauri, Santurtzi, Sopela y Donostia, adherida en marzo de 2013, aunque, en cuanto cambió de manos el gobierno municipal, se reanudó la concesión pública de la Plaza de Illunbe. Este año, por cierto, con el balance cerrado, los resultados arrojan un estrepitoso fracaso de asistencia: de los más de 60.000 de los años 90 a los 17.000 espectadores de la feria que concluyó, tras tres jornadas, la semana pasada.

Como dato curioso de esa lista mencionada, aparece inscrita en 2021 la ciudad de Gijón. Allí, la Feria taurina se suspendió por la vía administrativa, al no conceder la prórroga a la empresa que llevaba su gestión. Fue muy memorable la provocación del uso de polémicos nombres, como «Feminista» y «Nigeriano», para dos de los toros matados en la última Feria de Begoña. Tras las elecciones municipales del 28M, el gobierno gijonés ha pasado a manos de la derecha y la ultraderecha (Foro, PP y Vox) volviéndose a teñir el coso con la sangre de los toros.

La plaza de Vista Alegre de Bilbao, según dicen, la tercera del Estado en importancia, viene acumulando pérdidas desde hace un lustro. Sin apenas público, está abocada a la extinción.

El evidente cambio de paradigma se ha producido en nuestra sociedad merced al activismo social en defensa de los derechos de los animales. Datos tan significativos como que tan solo un 2% de la sociedad asiste a festejos taurinos, frente al 6,9% y el 8,2% que visitan galerías de arte y van al teatro respectivamente, es suficientemente revelador.

A la combinación de tres factores: sociales, culturales y éticos, se une ahora el económico. Tal vez la «puntilla» que haga inviable un solo año más las corridas de toros.