Tres décadas del pacto que hizo oficial la colonización de Palestina
Los Acuerdos de Oslo buscaban la paz entre israelíes y palestinos. Pero oficializaron la partición de la tierra palestina y la colonización sionista de Cisjordania. Treinta años después, nadie celebra lo que se presentó como un importante proceso de paz.
En su momento, fueron presentados como el comienzo de la solución al conflicto entre israelíes y palestinos. Treinta años después de los Acuerdos de Oslo, la parte palestina sigue lamentando que no puede vivir con normalidad en su propia tierra. Es más, en estas tres décadas, la parte israelí ha incrementado su colonización en la Cisjordania ocupada, Gaza sigue siendo una de las mayores cárceles al aire libre del mundo, ha aumentado la judaización de Jerusalén y las comunicaciones entre una localidad palestina y su vecina siguen estando bajo el control y la discrecionalidad israelí, con Muro del Apartheid incluido.
Mientras, el Gobierno israelí no se molesta siquiera en ocultar las conculcaciones de derechos humanos y de la legalidad internacional que comete día a día. Una parte de su población se manifiesta ante los excesos de Benjamin Netanyahu y sus ministros ultrasionistas. Eso sí, sin cuestionar el «derecho» a seguir ocupando tierras palestinas.
El 13 de septiembre de 1993 el primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el histórico líder de la OLP Yasser Arafat se dieron la mano, logrando una imagen icónica que culminaba años de diplomacia estadounidense liderada en el último periodo por Bill Clinton. Rabin y Arafat fueron galardonados con el premio Nobel de la Paz en 1994, junto a Shimon Peres. Pero entre los palestinos, mencionar los Acuerdos de Oslo es como mentar a la bicha tras las grandes promesas de paz y prosperidad que nunca cuajaron.
LOS ACUERDOS DE OSLO ESTABLECIERON, EN TEORÍA, DOS ADMINISTRACIONES.
Partiendo del mutuo reconocimiento, un tabú para la parte palestina, se establecían zonas que estarían controladas por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), una nueva administración que pasaría a sustituir en la representación internacional a la histórica pero inoperante Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Pero la cosa ya empezó mal. Cisjordania, el territorio que debería ser el germen de algo parecido a un Estado palestino, se dividió en tres sectores administrativo: las áreas A, B y C. La primera de ellas, bajo control exclusivo de la naciente ANP. En la segunda, la ANP gestiona algunas competencias pero Israel mantiene el control militar de seguridad. Además, Israel se reserva el control absoluto del área C para sus ilegales colonias sionistas, que desde entonces no han hecho más que crecer.
El área A de control palestino se limita a las grandes ciudades y su extrarradio. Son pequeñas islas sin continuidad territorial. Para ir de una ciudad a otra es prácticamente obligatorio pasar por zonas bajo control israelí con numerosos y estrictos controles. Todo ello, sin olvidar que el «control palestino» de esta área está siempre supeditado a las necesidades de seguridad israelí. En los últimos meses, por ejemplo, se han sucedido las noticias de incursiones del Ejército israelí en ciudades cisjordanas como Hebrón o Nablus, que están bajo control nominal de la ANP.
Otra de las principales carencias de los Acuerdos desde el punto de vista palestino fue que eludía cualquier mención a los refugiados palestinos dispersos en otros países de la región. El derecho al retorno de estos refugiados ha sido una de las reclamaciones clásicas de la resistencia palestina. Y en Oslo se obvió.
Tampoco se trató el estatus de Jerusalén, la ciudad a la que se han trasladado numerosas embajadas que antes estaban en Tel Aviv, algo impensable hace treinta años.
TRAS LA FIRMA DE LOS ACUERDOS DE OSLO, SE ARTICULÓ UNA RESPUESTA Y UN RECHAZO
a los mismos entre los palestinos. De este modo, surgió con fuerza Hamas, un movimiento islamista que rechazaba cualquier reconocimiento al Estado sionista, que se convirtió en el contrapoder al oficialista Al-Fatah de Arafat, que centró buena parte de sus energías en gestionar una ANP que ya daba muestras de inoperancia. Desde el ámbito de la izquierda, el FPLP y el FDLP también han rechazado los Acuerdos de Oslo.
La división entre los palestinos llegó a su punto álgido en las elecciones de 2006, en las que venció Hamas pero no pudo gobernar. Su líder Ismail Haniyeh se hizo fuerte en Gaza y desde entonces, en la práctica, ha habido dos administraciones palestinas separadas, ya que Al-Fatah mantuvo el control de Cisjordania. Mientras, Gaza sufre un férreo bloqueo israelí.
En su libro ‘Palestina. Cien años de colonialismo y resistencia’, Rashid Khalidi subraya la inoperancia de los negociadores palestinos en el proceso que llevó a los Acuerdos de Oslo. Apunta sin miramientos al liderazgo excesivamente personalista de Arafat, a su incapacidad de asumir los planteamientos de sus asesores y a no saber leer el momento histórico que vivía.
Es cierto que la figura de Arafat fue declinando a ojos internacionales. En 2002, fue asediado en varias ocasiones por el Ejército israelí en la Mukata de Ramala. Lo que debía ser la sede del Gobierno palestino quedó arrasada. Los escombros de la Mukata eran un símbolo de lo que quedaba tras los Acuerdos de Oslo. Arafat murió dos años después en París, pero su liderazgo ya era una sombra de lo que fue.
HANAN ASHRAWI, UNA DE LAS NEGOCIADORAS PALESTINAS EN EL PROCESO DE OSLO
, también apunta que uno de los motivos por los que fracasaron los Acuerdos fue que se firmaron en un momento en el que Arafat se encontraba en una profunda debilidad. «Hemos vivido una sucesión incesante de hechos que llevaron a que los palestinos se sientan víctimas del proceso de paz y hayan entendido que Israel nunca tuvo la intención de acabar con la ocupación y reconocer nuestros derechos», señala Ashrawi.
Uno de estos hechos es que la población de las colonias sionistas ilegales en Cisjordania ha aumentado un 300% en estos treinta años.
Yosi Beilin, uno de los principales arquitectos de los Acuerdos de Oslo, tampoco hace un balance positivo de estos treinta años. «Entonces, no podría creer que en 2023 todavía no tenemos paz con los palestinos», señala. Beilin apunta a que, tal y como se desarrolló una oposición a Oslo desde la parte palestina en torno a Hamas, en Israel la derecha también adoptó una postura beligerante con los Acuerdos. De este modo, cuando Benjamin Netanyahu llegó al poder en 1996, frenó su desarrollo e impulsó la colonización y el Muro del Apartheid. En este contexto, Rabin murió en un atentado derechista en Tel Aviv en 1995.
Ashrawi y Beilin también destacan la falta de legitimidad del heredero de Arafat al frente de la Autoridad Palestina (que perdió la consideración de Nacional), Mahmud Abbas. No se puede olvidar que Abbas venció en las presidenciales de 2005. Un año después hubo elecciones legislativas, con victoria de Hamas. Y desde entonces, los palestinos no han ido a las urnas y Abbas, que tiene 88 años, se ha mantenido en el poder.
«Hay que ser ciego o ignorante para pensar que hay alguna posibilidad de paz o incluso de negociación con un Gobierno israelí que declara abiertamente su intención de someter a los palestinos», advierte Ashrawi, que considera que «el proceso de paz murió hace mucho tiempo».