Raimundo FITERO
DE REOJO

El sable y el circo

A lo largo de mi existencia he visto tragarse sables a artistas callejeros y de circo. Lo hacían con ritual y coreografías sencillas acompañados de música oriental, tecnopop o folklórica. Quizás sea uno de esos deseos profesionales infantiles y juveniles convertidos en traumas con metástasis políticas. Por lo que sea, ver a la sobrina de Urdangarin que está teniendo instrucción militar en la Academia más golpista del mundo recibir un sable a las pocas semanas de su educación guerrera, me coloca en ese cómic mental en el que algunas sustancias recibidas con recetas médicas provocan en los atardeceres con tormenta menor y, de repente, se forma una escena en ese circo denunciado por un presidente de comisión europea a los parlamentarios de la extrema derecha bicéfala.

Un circo con tragaldabas y tragasables. Un circo con okupas judiciales, monarquías descerebradas que no reciben a las jugadores campeonas del mundo, princesas en tanque blandiendo un sable y un himno silbado con flautas dulces y gaitas sobaqueras. Un circo de ministro multifunciones menores, director general encantado de haberse conocido, federativos invisibles, jugadoras demacradas por la tensión a la que están sometidas, que mantiene a parte de una ciudadanía rampante pegada a la radio esperando de madrugada las resoluciones de unas reuniones en un hotel valenciano, viviendo una situación que no es posible enmarcar ni en un circo posmoderno, ya que se trata de un suerte de trampa en una habitación sin gatera. Quizás estemos ante un circo de las pulgas con sables de plastilina.