Alberto PECHARROMAN FERRER
KOLABORAZIOA

El emperador ha muerto

Quizá, Nietzsche, en la construcción social imperante en el siglo XIX, cuando el peso de la religión todavía era omnipresente, erró el objetivo al focalizar en la muerte de Dios. Sin entrar en la obra filosófica truncada del alemán, ni en el valor de la creencia espiritual, pienso que, hoy día, apuntaría su arsenal intelectual a combatir esas construcciones de poder, que son lo peor de la condición gregaria humana, generadoras de la mayor parte de conflictos bélicos como son los imperios. Y es que, desde su inicio, son producto de la violencia y la conquista sobre pueblos diversos y originarios.

Quienes crecimos en la Guerra Fría entre comunismo y capitalismo no nos sorprendemos de que se quiera reeditar algo parecido, con otras excusas, en la actual lucha entre las grandes potencias para el dominio planetario. Un planeta, por cierto, que está sufriendo el enésimo ataque a sus condiciones de habitabilidad, lo cual produce conflictos de pura supervivencia en países empobrecidos, donde los latigazos de un clima desestabilizado por el hiperdesarrollo y las comodidades extra de los países enriquecidos son más destructivos que en estos. Ricos y caprichosos que se turnan en desestabilizar los gobiernos poco desarrollados para hacerlos caer en una red de dependencia y así explotar sus abundantes recursos a bajo coste.

Lo irónico es que la ola reaccionaria que sufrimos (basada en un clima de terror al fin del mundo como lo conocemos), plantea soluciones demasiado simples, y envueltas en egoísmos nacionales, a problemáticas tan complejas como la inmigración. Aprovechan ciertos fantoches sus fronteras atestadas de desesperados para ganar elecciones apelando al miedo de la población a una supuesta invasión, que no sería más que la vuelta de la que sus antepasados imperialistas ejecutaron.

¿Cómo matar el Imperio, cimentado en su interior por el pánico a otros imperios con idénticas intenciones de dominación, que rapiñan más de lo que dan y que nos conducen al invierno nuclear? En primer lugar, por elevación, poniendo como objetivo supremo mantener habitable la única casa de los humanos en el universo. Ya existe la ONU, que si estuviera libre del dominio de las grandes potencias imperiales, podría seguir un programa coordinado de desmilitarización y de compensación real de los países que menos contaminan por parte de las grandes fortunas, las multinacionales y las industrias más contaminantes para llevar a cabo una transición energética y social, justa y duradera.

Y, al mismo tiempo, centrados en lo local, dando más poder a autonomías, departamentos, regiones, estados federales y pequeñas naciones sin estado para que tomen la iniciativa sobre el terreno sin olvidar la totalidad de la Tierra. Y así, superar la prueba de subsistencia de nuestra especie y las otras especies, en la que estamos envueltos.

Cada uno que apele a lo que crea y, sin perder el respeto al otro más débil, crear el clima mental propicio para gritar a pleno pulmón: ¡El Imperio ha muerto, viva la huerta!