Terrorismos vendo y para mí no tengo
Trece de septiembre de 2023. El Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite) envíó una carta al alcalde de Bilbo, Juan Mari Aburto (PNV), informándole de la celebración dos días antes de un homenaje realizado en el barrio de Zorrotza a Jon Urzelai. Este militante de ETA fue tiroteado y muerto por la Guardia Civil en 1974, al entrar en un piso sito en el barrio, en cuyo interior estaban varios guardias civiles esperándole. Poco después, el 2 de octubre, el alcalde comunicó a Covite que se había procedido a retirar el monolito sito en Zorrotza en recuerdo de aquellos hechos. Celeridad administrativa. Alcalde diligente.
Corría el año 1974, uno de los más duros de la represión franquista. La Guardia Civil acusó a Jon Urzelai de ser el autor de la muerte, días antes, de un policía que falleció en Bilbo tras un tiroteo en un control. Pues bien, sin más pruebas que la sacrosanta afirmación policial, Jon Urzelai fue declarado ya para siempre, de forma oficial, autor de aquella muerte. Se pretendía así, de algún modo, justificar la emboscada tendida a éste: el abatido era un peligroso terrorista con el que no se podían tener mayores consideraciones. Y el alcalde Aburto dijo amén a Covite.
El artículo 3 de la Ley de Memoria Democrática, referido a las víctimas de la dictadura, describe entre ellas a «las personas que participaron en la guerrilla antifranquista, así como quienes les prestaron apoyo activo como colaboradores, en defensa de la República o por su resistencia al régimen franquista en pro de la recuperación de la democracia». Reconocimiento tardío, muy tardío, pero completamente necesario. De esta manera, los que en su día fueron tachados de meros terroristas y poco menos que fieras sanguinarias, son considerados ahora víctimas del franquismo y luchadores por la democracia.
El maquis antifranquista tuvo una importante actividad en amplias zonas del Estado: León-Galiza, Andalucía, Extremadura, Asturias, Cantabria, Aragón-Levante, guerrilla urbana en Madrid y Barcelona... Fue particularmente activa durante los años 40 y buena parte de los 50. El decidido apoyo inicial del PCE, sostén principal del maquis durante años, terminó tras el cambio en la estrategia de la URSS y la asunción por aquel partido de la nueva política de «reconciliación nacional» adoptada en los años 50. Aquello fue la puntilla para una guerrilla muy debilitada ya por la represión, de la que quedarían activos tan solo pequeños restos de esta y algunos grupos de orientación anarquista.
La actividad del maquis, como la de sus similares en la Europa ocupada por los nazis, fue muy diversa: emboscadas a guardias civiles, secuestros, atracos, sabotajes, fusilamiento de fascistas, atentados con bomba… Ni que decir tiene que cuando se abandonó este tipo de lucha no fue por consideraciones éticas o morales, sino por razones eminentemente políticas. Y razones políticas han sido también las que ahora, tras 80 años de olvido impuesto, consideran a estas personas como víctimas de la dictadura franquista y sujetos de homenaje y reparación. Esperemos que así sea. Como esperamos también que Jon Urzelai y muchos como él, sean tenidos igualmente como víctimas del franquismo y objeto de la misma consideración. Es de ley.
Suenan de nuevo tambores de guerra en Palestina. En realidad, desde la creación del Estado sionista de Israel, en 1948, estos no han cesado de sonar. Con anterioridad a esa fecha, grupos calificados entonces como terroristas (Irgún...), desbrozaron a bombazo limpio y atentados indiscriminados contra ingleses y palestinos el nacimiento del Estado teocrático y racista israelí. La resistencia palestina, como la de cualquier pueblo con un mínimo de dignidad, nació entonces contra la política de limpieza étnica, la expulsión de cientos de miles de personas, el robo de sus tierras y la marginación de quienes se quedaron.
A día de hoy, el Estado israelí ostenta el guinness mundial referente a pasarse por el arco del triunfo cuantas resoluciones han sido adoptadas por la ONU en su contra: política anexionista, régimen de apartheid, construcción del muro, asentamientos ilegales, bloqueo a Gaza... En este marco, los Acuerdos de Oslo, de 1993, suscritos entre Israel y la OLP, fueron en realidad unos acuerdos-cortafuegos destinados a enjaular la resistencia palestina, mientras el estado sionista seguía dando continuidad a su anterior política de colonización forzosa de las tierras palestinas.
En el actual gobierno de extrema derecha de Netanyahu, su ministro de Seguridad, Ben Gvir, supremacista judío y racista como pocos, hace gala de tener como objetivo construir un Gran Israel, desde el Mediterráneo hasta el Jordán. Es decir, tanto Gaza como Cisjordania son para él realidades políticas a borrar del mapa. En lo que va de año, el ejército y los colonos israelíes habían dado muerte ya a 243 palestinos, 50 de ellas menores de edad. A pesar de ello, al hablar del conflicto palestino-israelí, la terminología oficial empleada por la ONU, la Unión Europea, EEUU, el Gobierno español y los principales medios de comunicación, solamente utilizan el adjetivo terrorista cuando se refieren a Hamás y la resistencia palestina. Pero el verdadero terrorismo es el practicado desde hace décadas por el Estado sionista israelí.
En estos momentos, habida cuenta que los actores del conflicto bélico están en una situación de desigualdad política y militar tan desigual, reclamar diálogo y negociación entre el Gobierno israelí y la resistencia palestina es como hacer rogativas para lograr que el cambio climático retroceda. Por el contrario, de lo que se trata es de trabajar por modificar la actual correlación de fuerzas impulsando una firme solidaridad con Palestina y boicoteando todas y cada una de las expresiones (diplomática, política, social, cultural, deportiva...) del Estado sionista israelí y su gobierno.
La guerrilla antifranquista y la resistencia palestina tienen muchos puntos en común. ¿O no?