Daniel GALVALIZI

Seguridad, bancada del PP descontrolada y citas

Con medidas de seguridad como si fuera un Madrid-Barça, el edificio del Parlamento del Estado fue escenario de un feroz duelo entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, cuyos diputados estaban alborotados como nunca. Gritos, bronca y sarcasmo en un pleno para alquilar balcón.

Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, en un momento de la sesión.
Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, en un momento de la sesión.

Más de 1.600 efectivos de la Policía española, el mayor operativo de los últimos tiempos, dieron un semblante diferente a esta sesión de investidura con respecto a las anteriores. Los periodistas debían hacer un triple chequeo, dos de seguridad uno externo e interno, y otro para recibir la acreditación. Pero solo una veintena de manifestantes esperaban en una de las esquinas y otros pocos en la Plaza de las Cortes frente a la principal Puerta de los Leones.

Gritos de ‘‘traidores’’, ‘‘hijos de puta”, ‘‘cabrones” y ‘‘habéis vendido España” por parte de esos pocos hiperventilados se escucharon cuando entraban diputados y dirigentes de ERC. Son la imagen del sector que viene ocupando las calles, una minoría ruidosa que los medios conservadores exacerban.

El discurso del candidato Pedro Sánchez tuvo un tono sosegado, aunque comenzó recordando los peligros de un gobierno de las derechas. Durante todo el rato hubo constantes gritos y epítetos de la bancada del PP y Vox. En menos de media hora la presidenta del Congreso, Francina Armengol (mucho más laxa que su predecesora Meritxell Batet en la exigencia de orden) debió interrumpir dos veces el pleno.

‘‘¡Mentira!”, le dijo un diputado del PP, entre murmullos de enfado, cuando Sánchez acusó a las autonomías gobernadas por las derechas de dejar «sin plazas a miles de niños» en la escuela pública. “¡Sinvergüenza!” se escuchó también. En uno de los momentos de abucheos, el presidente en funciones frenó y dijo: «No se den por aludidos». Poco después remató: «Se les va a hacer muy larga mi intervención».

La viralización del día sería la del video de Isabel Díaz Ayuso, sentada en el centro de la tribuna del Hemiciclo junto a otros mandatarios autonómicos, en el que parece decir «hijo de puta» (imposible comprobarlo) en el momento en que Sánchez recordó la acusación de corrupción contra su hermano hecha por Pablo Casado. Desde el Gobierno madrileño daban por cierto el insulto casi con orgullo.

Tras la hora y media de receso tras las palabras de Sánchez, llegó el turno del líder de la oposición. Desde el primer momento Alberto Núñez Feijóo machacó contra la amnistía y la credibilidad personal del líder del PSOE. Ratificando el giro trumpista en su tono, superó límites del buen gusto metiéndose con la salud mental: tachó al candidato de tener una «ambición patológica» y aseguró que su discurso ya no sólo es «la sinrazón» sino que «había entrado en el delirio».

La bancada del PP no paraba de aplaudir, se puso de pie media docena de veces y explotó ante los sarcasmos de su líder, como cuando replicó a Armengol, al pedirle que concluyera, que él merecía tener los mismos diez minutos extra de Oscar Puente cuando debatieron en septiembre. «España no se rinde», recalcó ante una ovación como si fuera un derbi.

El candidato no se quedó atrás y comenzó leyendo un posteo del cantante Ismael Serrano que, casi al mismo tiempo, invalidó a Feijóo cuando acusó a Sánchez de mentir «hasta en las citas», en alusión a la frase «hoy es siempre todavía» de Antonio Machado. Serrano aclaró que lo que mencionó el líder del PP era una adaptación de él y no del poeta andaluz. Sánchez hasta lo leyó de su móvil personal, casi parecía una tertulia vespertina.

El líder de Vox no paró de alertar de la entrada en una «dictadura» y que se estaba acometiendo «un golpe de Estado», por lo que Armengol le pidió que retirara esas palabras al estar violando un artículo del reglamento. Abascal replicó que no retiraba nada y que eso demostraba que ya los diputados no tenían derecho a decir lo que querían. Se retiró sin querer escuchar la réplica de Sánchez y todo su grupo desapareció. La jornada apagaba gradualmente su tensión hasta el día siguiente.