Anjel ORDOÑEZ
Periodista
JOPUNTUA

Café y cuchillos

Hijo de puta. Pedro Sánchez dio en el clavo en la sesión de investidura al recordar el final de Casado como líder del PP, después de que este alertara sobre la corrupción de la lenguaraz Díaz Ayuso. En aquellos días de febrero de 2022, cautivo y desarmado, el otrora prometedor líder de la derechita cobarde se rendía y entregaba las armas. Y precisamente en el amanecer de aquella noche de cuchillos largos comenzaba a fraguarse el inquietante escenario que hoy viven en España.

A riesgo de parecer reduccionista, creo que no es exagerado atribuir a Pedro Sánchez la zozobra de aquel plan primigenio para desbancar al PSOE y sus socios podemitas de La Moncloa. Feijóo tomaba las riendas del partido para devolver a la piel del toro el añorado orden público. Lo hacía con el apoyo inquebrantable y al alimón de los principales aparatos tardofranquistas: la judicatura servil, el clero preconciliar, el tricorniato nostálgico, la caverna mediática y, no podía ser de otra manera, los halcones del Ibex. Café, ya me entienden.

Pero llegó el 23-J y el hijo de puta hizo su magia. Flanqueado de rojos, separatistas, mujeres e invertidos, con la sonrisa llena de dientes y ese traje siempre justito, salía al balcón de Ferraz para gritar a los cuatro vientos: «¡Igual que combatimos, prometemos combatir!». Las matemáticas democráticas situaban al madrileño, con permiso del fugado de Girona y los etarras blanqueados, de nuevo en la Moncloa. Y con la amnistía a los catalufos, se lió la de Dios es Cristo: «El que pueda hablar, que hable; el que pueda hacer, que haga», clamaba herido Aznar a sus huestes. En román paladino: «A por ellos». A Ferraz. A fuego.

Acosado, casi derribado, Sánchez finalmente ha aguantado (disculpen el ripio). Es de nuevo presidente español porque «hoy es siempre todavía», y ha jurado que habrá transporte gratis para jóvenes y parados. El muy hijo de puta. Pero no se engañen, esto no termina aquí, y no lo hace simplemente porque Pablo Motos siente vergüenza de ser español. Y eso, ni Aznar, ni Abascal, ni García-Page lo van a tolerar nunca.