«El Estado deberá afrontar la tortura en algún momento»
Tomó el testigo de Jonan Fernández hace tres años, primero como secretario general y luego como viceconsejero. El final de legislatura sirve para hacer balance y responder a hechos de actualidad como las críticas internas al proceso de reconocimiento de víctimas de violencia estatal. Rodríguez Ranz prefiere verlo como «una botella que se vaya llenando».
Tras estos tres años, ¿de qué está satisfecho y qué se le ha quedado por hacer?
Se han dado pasos en los ejes fundamentales. Primero, el reconocimiento de víctimas (reconocimiento legal, institucional, pero sobre todo social), incluido el colectivo que se incorporó más tarde a este reconocimiento. También se ha avanzado en memoria con el documento ‘Begiradak’ y creo que estamos cerca de tener unas bases compartidas. Y en sensibilización en derechos humanos, que están en riesgo en muchos países del mundo.
El reciente informe de la Comisión de Valoración de víctimas de violencia estatal ha sido crítico: falta de medios, dilación... ¿Se va a reparar?
Este es el tercer informe. La ley es de 2016, pero fue recurrida y no se aplicó hasta 2020. Creo que lo fundamental es el reconocimiento de las víctimas. Son víctimas de terrorismo de la extrema derecha, de la guerra sucia, de la tortura y de la utilización ilegítima de la violencia por parte de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Supone un avance. El informe efectivamente hace también referencia a algunas mejoras que hay que ir incorporando. Sobre recursos, se ha incrementado el personal de la unidad de la Dirección de Derechos Humanos, , que está al servicio de este trabajo. Se ha incrementado el apoyo a los servicios jurídicos de la comisión. Este año se incrementará la dotación presupuestaria para la recogida de testimonios y su transcripción.
La comisión tiene establecida una metodología con la que estoy totalmente de acuerdo, que es que los dictámenes se aprueban siempre de manera colegiada. Eso exige que todo el plenario estudie el dictamen. Y luego, se trata de un proceso duro, muy duro, les hace revivir experiencias que para ellos han sido traumáticas, que en ocasiones nunca han contado, y diría que la práctica totalidad de las víctimas que han pasado por ese proceso se han encontrado escuchadas y acogidas. No es «tienes 45 minutos para darme tu testimonio», sino intentar que se sientan acogidas y tienen el tiempo que sea necesario. Se podría ir más rápido quizás, pero creo que estamos incrementando los recursos.
Hablando concretamente de la tortura, el informe del IVAC de 2017 incluía más de 4.000 casos, pero solo se han reconocido unas decenas. Es un desfase muy grande...
A día de hoy están reconocidas 362 víctimas en total, entre el decreto anterior de 2012 y la ley de 2016. Y hay también un trabajo lógico de desestimación: ha habido 589 solicitudes desestimadas, la mayoría de miembros de las FSE, algunos quizás de buena fe y otros inducidos, que pensaron que esto les podía amparar también a ellos. Pero para eso ya hay otra ley.
Junto a ello, creo que hay personas que no van a solicitar nunca el reconocimiento por motivos diferentes: no quieren revivir la situación, o sienten desconfianza... ¿Qué quiero decir? Que llevamos tres años, se inició un camino, y está dando resultados. Sobre todo permite un reconocimiento, que es individual pero también tiene una pedagogía social, enseña que existe ese colectivo de víctimas. Lo decía la consejera en el acto del Kursaal: «Tardamos en escuchar, tardamos en actuar».
¿Hay una interpelación de su gobierno al español para que reconozca esta violencia?
Sí. Si decimos que es necesario que todo victimario haga una autocrítica, un reconocimiento del daño, una responsabilización... esa misma exigencia es también planteable a los poderes del Estado. Y además es verdad que ha habido una cierta o mucha impunidad que no es admisible.
¿Y qué responde? Es una anomalía clara que exista un informe oficial que detalla una lacra de tal tamaño y se le haga oídos sordos...
Quiero creer que no hay un capítulo cerrado, sino una asignatura pendiente que el Estado deberá afrontar en algún momento. Hay elementos diferentes: está la posible desclasificación de documentación reservada, está la vía judicial, está la vía política...
¿Qué piensa cuando ve, por ejemplo, que el Memorial cada año recuerda a Melitón Manzanas como simple víctima de ETA ¿Incomoda a su gobierno, que es patrono de esa fundación?
Lo hemos hecho constar: en ese caso concreto no se debe hacer referencia solo a su condición de víctima, que lo es, sino también a su condición de torturador, que lo fue.
¿Y las víctimas de ETA? ¿Trasladan demandas a la viceconconsejería o se sienten suficientemente atendidas?
Hay demandas a título individual. Es difícil hablar de ellas como colectivo y que yo haga de altavoz de unas reivindicaciones concretas; hay víctimas asociadas pero también muchas que no. En general hay un requerimiento de modificación de la ley de 2008. Y una lectura política de que determinadas acciones les revictimizan. Pero diría que hay una situación de estabilidad porque es un colectivo al que se llegó antes: esta ley es de 2008 y la otra es de 2016.
Hay víctimas que participan como educadoras en las aulas. También las hay en el colectivo de víctimas de la tortura. Creo que llegará el día en que hablaremos de víctimas de vulneración de derechos humanos. Cuando una víctima de ETA y una de torturas acuden a un colegio a dar su testimonio, compartirán o no visión política, pero comparten el hecho de deslegitimar la violencia como vía para resolución de conflictos. Eso va generando un humus.
Como responsable de derechos humanos, ¿le preocupan las trabas a la progresión legal de los presos?
No es un tema de mi viceconsejería, pero voy a opinar. La exigencia que nos hemos impuesto es trabajar con rigor. Y eso significa dos cosas. Una, analizar detenidamente las propuestas de la Junta de Tratamiento. Y dos, adoptar y argumentar una resolución. Los principios para ello son régimen ordinario; igualdad de derechos entre todas las personas privadas de libertad; y objetivo final de reinserción.
Por dar algún número, las progresiones a tercer grado han afectado desde que el Gobierno Vasco asume las competencias a 48 personas. De ellas, 38 han accedido definitivamente ya al tercer grado. Es decir, el 80% se han ejecutado. Hay 8 pendientes de recursos y 2 definitivamente rechazadas. Nuestro objetivo es que el 100% lleguen a definitivas.
¿Conoce el caso Xabier Atristain? Europa declaró injusta la condena, pero sigue preso
No conozco el caso concreto, pero si hay argumentos sólidos para la progresión a tercer grado, pelearemos para que así sea. Los datos son los que son. A partir de ahí, no vamos a confrontar públicamente con nadie sobre este tema.
Pasemos a memoria. Se comenta mucho que a los jóvenes no les preocupa esta cuestión. Usted viene de la universidad. ¿Le preocupa que no les preocupe?
Es difícil que te preocupes de lo que no conoces. Echamos la culpa muchas veces a la escuela, pero están la familia y otros ámbitos. En el momento en que se prende la chispa, sí aparece un interés real. Lo vemos con las víctimas educadoras. Hay 34.650 alumnos que han tenido una experiencia directa y eso tiene un potencial transformador enorme. A ver si llegamos a 200.000. Quien llega a conocer, se siente interpelado y activa resortes de defensa de los derechos humanos.
¿Qué daño ha hecho la «batalla del relato» a una memoria compartida y eficaz?
Hay una base de acuerdo: queremos un país que tenga memoria. Eso no siempre es así, en otros puntos se ha decidido ‘borrón y cuenta nueva’. Ahora, ¿cómo miramos a ese pasado, con qué lentes? Las de la dignidad de la persona, la defensa de los derechos humanos y la no-violencia. Tiene que ser una memoria inclusiva: estamos acostumbrados a ‘yo leo mi capítulo del libro y esto no tiene más capítulos’. También hace falta centralidad de las víctimas. Y la conclusión de ese libro debe ser que cualquier conculcación de derechos fue radicalmente injusta.