Ramón ZALLO
Catedrático emérito UPV/EHU
GAURKOA

«Matar al presidente». ¿Documental o ficción?

En ocasión del 50 aniversario de la muerte en atentado de Luis Carrero se ha emitido estos días en Movistar una miniserie documental de tres capítulos, titulada “Matar al presidente” de Eulogio Romero. Si os interesa el rigor os recomiendo que no la veáis. Pero si queréis cómo se cuelan conjetura como periodismo de investigación, será un buen ejercicio visionarla. Se trata de una expresión de la cultura de la posverdad llevada al campo de los documentales que, en lugar de reflejar una realidad interpretada, nos cuentan -sin pretenderlo- una obra de ficción. Hibridación de géneros, diría un experto. El resultado, un género antiguo: el cuento chino.

El documental da pábulo a la versión de la autoría de la CIA en el atentado contra Carrero Blanco. La sostuvo el PCE desde el principio seguramente para diluir, desde su estrategia de «reconciliación nacional», que había otra oposición, no controlada. Para el PCE entonces y para el documental ahora, tuvo que ser la CIA la inspiradora del atentado, incluso coadyuvando a su ejecución. Todo el mundo sabe que la CIA es una institución benéfica que se va cargando dictadores amigos por todo el mundo.

Su muerte no acabó con el franquismo ni dio lugar a una democracia. Así fue. Pero de ahí a decir que no tuvo consecuencias relevantes en el devenir de la historia, hay un trecho. Debilitó profundamente el Régimen, agudizó sus contradicciones, asustó a las élites, empoderó a las izquierdas, dio alas a la izquierda abertzale de entonces y prestigió como efectivo el recurso a la violencia de respuesta a una dictadura.

La tesis de la serie es que los chicos de ETA -en este caso Argala, Atxulo, Kixkur y quienes colaboraron con ellos- eran unos aldeanos sin conocimiento ni tecnología para hacer el «atentado perfecto». Además, eran poco responsables y no tomaban medidas de seguridad en el barrio en el que vivían durante el año que duró la «Operación Ogro».

Según el documental, el comando estaba detectado y se le dejaba hacer por orden de la superioridad. El día anterior al bombazo fue visto Argala -dicen- y no se le detuvo. Igualmente, el comando cableó fachadas en la noche del 19 a la vista de la gente, y nadie les paró. Con posterioridad no se quiso blindar Madrid: no hubo «operación jaula». Tampoco se detuvo en aquel momento y en París -a pesar de estar localizados- a Wilson y a Mugica Arregi, supuestamente jefes del Comando Txikia. Había «una connivencia escandalosa interior».

Esa tesis también la alimenta la familia Carrero que no entiende, con razón, que se premiara y nombrara primer ministro al mismo inútil -Arias Navarro- que, dirigiendo la seguridad del país (ministro de la Gobernación), fracasaba ostensiblemente en evitar el mayor atentado en la historia del franquismo: un magnicidio. ¿Estaba Arias en la pomada? Eso se insinúa. Al parecer nadie, salvo Franco, quería a Carrero Blanco. Nosotros tampoco. Incluso Juan Carlos, a la sazón príncipe, pudo estar en el tema, como visionario de primera que fue para la política y los negocios. El Emérito ya preparaba la Transición sin ruptura. ¡Clarividencia!

Al fiscal general y luego ministro, Fernando Herrero Tejedor, lo «asesinaron» porque pretendía descubrir la verdad, cuando lo único que dijo es que hay que investigar más, y murió en un accidente de tráfico, elevado a la categoría de «preparado» en la serie. Cuando los militares reclamaron la jurisdicción para llevar el sumario, pasa la propia cúpula militar a la categoría de sospechosa. Alguien también sustrajo la documentación relevante del sumario sobre la muerte de Carrero. ¿la cúpula judicial implicada? Un disparate tras otro a base de conjeturas y conspiraciones a gogó.

Sobre todo, no se quiere partir de la hipótesis más plausible: la mala calidad de los servicios y métodos policiales y del espionaje -el Seced- de un régimen en descomposición. A lo único que se dedicaban era a reprimir, y ello también lo hacían mal, aunque nos escarnecían. Andaban a vueltas con el proceso 1001 contra sindicalistas y descuidaron otros frentes.

O sea, para el documental fue la CIA quien, además de apuntar el objetivo como factible, y facilitarles, en el Hotel Mindanao, los datos de los movimientos de Carrero a ETA, terminó por reforzar el atentado, con la connivencia de alguna(s) de las facciones del régimen. La noche anterior a la voladura -Pilar Urbano dixit, sin que se le mueva el tupé- dos miembros de la CIA entraron en el zulo bajo el asfalto, y recargaron la dinamita con explosivos C-4 de alta potencia y origen USA, sin que el comando se percatara de ello en la mañana del día 20 en el que lo activaron.

Mi hipótesis es que buena parte de esa teoría está basada en las declaraciones que hizo en comisaría Iñaki Pérez Beotegui (Wilson) en ocasión de su detención en 1975. Sin embargo, Wilson aclaró -ya en libertad tras la amnistía- que le había contado una trola a la policía para despistarla, inventándose los encuentros con un señor con traje, cuando - al parecer- la informante real podía ser Eva Forest, compañera de Alfonso Sastre y ambos -ya fallecidos- exmilitantes del PCE. Se lo contó Wilson a un amigo mío, mucho antes de que también falleciera en 2008.

Puesto el ventilador, todos estaban en la conspiración de inducción, ejecución u ocultación: políticos, familia Franco, militares, Juan Carlos, jueces, policías, Ezkerra, CIA. Yo que Ezkerra demandaba a los autores del documental por injurias.

Cabe coincidir con el documental que se nos ha robado la memoria, pero no porque se oculten conspiraciones inexistentes, sino porque se interpreta la historia con un guión afín al poder. «Un país sin memoria no tiene historia», ¡cierto!, pero si se la manipula, la memoria pasa a ocuparla la mentira, lo que es peor.

Una oportunidad perdida para explicar la época del fin del delfín del tardofranquismo. Lo dicho. Un cuento chino.