Era nochebuena, cariño. En la celda de los borrachos, un viejo me dijo: no veré otro día más… Tumbado, le di la espalda, y soñé contigo». Así arranca “Fairytale of New York”, la canción de navidad más preciosa del mundo, al menos la única canción de navidad que me gusta a mí, y me gusta muchísimo. Me debo a quien me encabrita. Tan jodidamente feo y tan irresistible como un demonio, así dejó este mundo hace unas semanas el líder de The Pogues, Shane MacGowan, con 65 años de irlandesa embriaguez.

Se dijeron: «eras muy guapo; tú eras hermosa, la reina de Nueva York». Y también se dijeron: «eres un vagabundo, eres un punki. Eres una vieja puta y yonqui, tumbada ahí, medio muerta en la cama bajo una gotera. Saco de mierda, gusano, eres un tacaño maricón de mierda. ¿Feliz navidad? Que te jodan». Adoraba esta canción antes siquiera de saber lo que decía. Cuando Gerry Adams se fue a reunir con Tony Blair, Shane MacGowan le mandó este mensaje: dile que Tiocfaidh ár lá. Nuestro día llegará.

Mientras vamos construyendo ese día, siento que hemos abierto una nueva y preciosa manera de escucharnos. Lo digo como feminista empecinada ya décadas en estos menesteres. Antes éramos más altivas, escudábamos en nuestra militante chulería el miedo aprendido a la otra, a una misma. Y de pronto, lo que fuimos fraguando durante mucho tiempo, al menos mucho tiempo para cada vida, ha desatado una ternura radical que nos sostiene, que nos enaltece a todas a la vez, que nos acaricia. Me pasa cada vez que hablo en akelarre del libro de mi amatxo, de la opresión que violentó mi casa de niña, y tantísimas casas, todas de alguna manera. Llevo tres años en esta gira, y lo que nos queda. Siempre salimos renacidas. Esta victoria horizontal que ni me atreví a soñar, pero que anidábamos dentro.

Y una muchedumbre niñata corea a nuestra mesías Samantha Hudson en la Jimmy Jazz de Gasteiz: Sa-man-tha, bide bakarra! Y Asiron vuelve a ser nuestro alcalde. Nuestro día llegará, nuestro día es hoy.