José María PÉREZ BUSTERO
Escritor
KOLABORAZIOA

El suelo que pisamos visto desde lejos

En esta época en que nos llegan imágenes y datos de los sucesos que va generando el proceso actual, y la celebración del día de la Constitución española que marca «la indisoluble unidad de España» uno puede preguntarse qué épocas han recorrido las gentes de esta península. Vale la pena echar una mirada a sus procesos a lo largo de los siglos.

Empezamos muy atrás. Con la llegada de los musulmanes el año 711. Le llaman invasión, pero en realidad fue el inicio de una larga e intensa convivencia entre ellos y los habitantes peninsulares. Y es que fueron muy importantes las aportaciones que hicieron. Sobre todo en dos campos: en el lenguaje y en la arquitectura. En el castellano hay muchas palabras que proceden de ellos. Citamos algunas: higiene, desodorante, aceituna, aldea, tabique, alcalde, hazaña, algodón, almohada, tabaco, etc. Y en arquitectura cabe citar como ejemplos la Giralda de Sevilla, la Alhambra de Granada, el palacio fortificado Aljecería en Zaragoza.

Vamos a otra época de enorme trascendencia por su crudeza. El centralismo del gobierno generado por los llamados Reyes Católicos que acoplaron los reinos de León y Castilla con los que daban al Mediterráneo (Aragón, Cataluña, Valencia). Un hecho posterior: el año 1512, bajo el reinado de Juana I: se apoderaron de Navarra.

Seguidamente, vienen los siglos de los reyes Austria, nombre debido a la procedencia de su primer monarca: Carlos I, que era nacido en Gante, condado de Flandes, en el noreste de Bélgica. De su nieto, Felipe II (1556-1598) se dice que en sus extensos dominios «no se ponía el sol», y de su nombre derivó el de «islas Filipinas».

Un nuevo gran cambio aparece en el siglo XIX, con la llegada de un «Estado liberal», que incluyó la desamortización eclesiástica, y dio ocasión a las llamadas «guerras carlistas» por la querencia del gobierno central de acabar con los fueros de diversas zonas y tenerlas atarlas a su sistema.

Ya en el siglo XX nos tropezamos con las décadas franquistas, en las que es evidente el terrorismo, que provoca una lucha armada contra él. Y en esa tensión se extiende la demanda de independencia de las tierras del norte.

Frente a ese horizonte, los vasco-navarros seguimos con el deseo de gobernarnos. Pero de forma paralela estamos asumiendo nuestra multiplicidad, que incluye a los que están llegando de otras tierras e incluso continentes.

En todo caso, agarrados a estos datos, podemos caer en la cuenta de que los vascos debemos cambiar la expresión «independencia de España» y asumir que no expresamos la independencia de las gentes y zonas de la península ibérica, pues una parte de nosotros procedemos de gentes venidas de fuera, o somos hijos de venidos de fuera. ¿Y la palabra independencia? Debemos explicar y recalcar que nos referimos a la Independencia del gobierno central y no de las gentes y zonas.

En realidad, el suelo que pisamos empuja a desarrollar el sentido de vecindad entre gentes y tierras. No solo eso: también nos da ocasión a mezclar y sumar pareceres y objetivos con ellas. Y con ello tenemos en las manos la posibilidad de realizar una nueva siembra ideológica, la renovación de nuestros objetivos y buscar una empatía más amplia que la actual con todos los de casa, y con los que viven en otras zonas.