Raimundo FITERO
DE REOJO

En corral ajeno

Esa respuesta impuesta que imposta la percepción popular y que proclama de manera resolutiva «el que tengo aquí colgado» al referirse a la ingenua pregunta de «¿qué abogado?», empieza a formar parte de la segunda versión que definió de manera imposible de rebatir Don Corleone al indicar que ya no hacía falta tener tantos pistoleros, que era mejor tener un ejército de abogados para seguir con el imperio de sus negocios. Todo lo escrito hasta aquí y lo que vaya a escribir a partir de aquí debe entenderse como una reverencia, una pleitesía, un aplauso eterno a todos los abogados y abogadas que me encuentre por lo civil o penal en mi paseos matutinos.

Los legos somos legión, pero nos creemos que sabemos algo sobre estos asuntos donde la gramática parda fundamenta el discurso de un lado y de su contrario. Licenciadas en derecho pueblan los escaños, las concejalías y los organigramas de bancos, petroleras, energéticas y aseguradoras. Por algo será. Los uniformados con metales al cinto sirven ahora para cuidar de las puertas y accesos. En esa estamos, por lo que ver de nuevo a esa legión de atracadores con maletines de piel de marca volviendo a retomar sus publicidades propias en la cabeza del tumultuoso caso de Daniel Sancho, nos provoca náuseas. Y quienes les dan cobertura mediática, más.

Así que atendemos a otro abogado que asegura que el último vestigio de trabajo forzado, una vez acabada la mili obligatoria, es el de abogado del turno de oficio. Y bien pensado es algo que sobrevuela en nuestra cotidiana manera de meternos en corral ajeno.