KOLDO LANDALUZE
DONOSTIA

60 años de «¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú», de Kubrick

En los inciertos días de la Guerra Fría, cuando el mundo temía el choque inminente entre las superpotencias nucleares, Stanley Kubrick, con su visión cinematográfica única, dio vida a una obra maestra atemporal: “Teléfono Rojo: Volamos a Moscú”.

Peter Sellers en una de sus tres geniales caracterizaciones, el doctor Strangelove.
Peter Sellers en una de sus tres geniales caracterizaciones, el doctor Strangelove. (COLUMBIA PICTURES)

Estrenada en el año 1964 y titulada originalmente “Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb”, se erige como una sátira ingeniosa en torno a las tensiones geopolíticas, y al mismo tiempo se adentra con elegancia en lo absurdo del ser humano. En la pantalla, Stanley Kubrick desplegó su paleta visual con maestría.

La elección del blanco y negro no es mera casualidad; es un juego de sombras que resalta las complejidades morales y las líneas difusas entre el bien y el mal, y la cámara se transformó en una bailarina que, sobre un escenario penumbroso, capturó cada movimiento, cada mirada, mediante una coreografía meticulosa. En su apartado interpretativo, Peter Sellers, aquel enorme camaleón del cine, se desdobló en tres personajes distintos -el presidente de Estados Unidos, el oficial británico Mandrake y el estrambótico Dr. Strangelove- y en cada interpretación, nos brindó una actuación magistral, tejiendo una trama grotesca y siniestra que oscilaba entre la risa y el escalofrío.

George C. Scott, Sterling Hayden y Slim Pickens, también aportaron matices inolvidables a esta sinfonía fílmica, y todo ello sustentado en el guion -orquestado por el propio director y Terry Southern y basado la una novela de Peter George “Alerta Roja”-, que se presenta como un ballet de palabras en las que la ironía se entrelaza con la tensión, mientras los diálogos danzan en la cuerda floja de lo absurdo y el esperpento.

CAOS Y ESPERPENTO

Con su humor negro y diálogos afilados, el filme nos sumerge en un mundo donde la amenaza nuclear se mezcla con la comedia más sombría.

La música, con su toque melancólico, eleva la narrativa a nuevas alturas, destacando la elección de “We’ll Meet Again” de Vera Lynn, una canción que resuena con esperanza y despedida, y que añade nuevos toques simbólicos a la película. Como una última danza antes de la catástrofe, la música se convirtió en el eco melódico de lo inevitable.

Esta obra imperecedera ha influenciado a generaciones de cineastas que buscan la fusión perfecta entre sátira y reflexión profunda.