KEPA ARBIZU

Joyce Carol Oates contra los mitos fundacionales del sueño americano

‘‘Melancolía americana’’ (Valparaíso, 2023) vuelve a destapar, tras un cuarto de siglo de interrupción, la particular y narrativa voz poética de una autora que hace de cada uno de sus libros un análisis quirúrgico, y dolorosamente sanador, de las imperfecciones escondidas en la sociedad contemporánea.

Joyce Carol Oates, eterna candidata al Nobel.
Joyce Carol Oates, eterna candidata al Nobel. (GARA)

Mucho antes de ser anualmente señalada como firme candidata a conquistar el Premio Nobel de Literatura, Joyce Carol Oates comenzó a decorar de palabras las hojas en blanco tecleando ruidosamente una vetusta máquina de escribir regalada por su abuela.

Primario pero esencial bastión para conseguir hacerse un hueco en el periódico de su instituto, paso iniciático de un recorrido que desembocaría en una laureada carrera que ha tenido que pasar por variadas estaciones, y no precisamente plácidas, antes de que cada 365 días se repita el ritual de ser nombrada por las casas de apuestas, más duchas en el fallo que en la clarividencia, como una de las favoritas para que sus obras, previo discurso regio frente a los académicos, consigan ocupar durante unos pocos días la mesa central en las grandes cadenas libreras.

Y es que esta autora nacida en 1938 en el seno de una familia humilde residente en Lockport (Nueva York), que nunca tuvo la posibilidad de compartir sus pequeñas estancias con grandes intelectuales de la época que azuzaran su pasión, conoce a la perfección en qué consiste el trabajo duro para, surgiendo desde el anonimato y huérfana de padrinazgos ilustres, llegar a consolidarse como una de las voces más reconocidas, y reconocibles, de la narrativa actual.

Pero no solo sus extensas y truculentas novelas son el sustento de un casi interminable y rico currículum, la poesía, aunque minoritaria, ha significado una pieza de su identificativo y polivalente imaginario, uno al que regresa después de un cuarto de siglo sin conjugar en verso su ácido verbo.

PROSA POÉTICA, LÍRICA NARRATIVA

Recogiendo los poemas aparecidos en las últimas dos décadas, ‘‘Melancolía americana’’ consigue hilvanarse con precisión en lo que casi contiene trazas más marcadas de lamento reflexivo que de cualquier ensimismamiento lírico, aspecto que gotea de manera esporádica, y delineado sin aspavientos, a través de los engranajes de la memoria, causante de dolorosos recuerdos; florituras estéticas con forma de caligrama e incluso entonando las trompetas del Apocalipsis.

Musas, hados y demás retahíla mística se convierte bajo la batuta de la neoyorquina en ásperos y realistas episodios en lo que significa, además de una sentencia al apático inmovilismo enquistado en el espíritu de su país, una categórica reacción frente a ese cómplice conformismo que, como el obnubilado protagonista frente a las hojas del periódico de su inaugural ‘‘En hamacas de cáñamo leyendo La Nación’’, no es sino el reflejo de la asepsia moral asumida frente al caos enunciado por el escueto pero lapidario ‘‘Desangramiento’’, que culmina con la escabrosa y retórica incógnita lanzada al lector: «Qué es mejor; / el desangraminto con prisa / o con 1.000 tajos pequeños».

Escasas serán las ocasiones en que los textos de la autora no discurran entre extensos y narrativos pasajes, manteniendo el estilo de Anne Carson a Marie Howe, una formulación especialmente acorde con la exposición de los verídicos experimentos científicos que recoge en ‘‘El pequeño Albert, 1920’’ o ‘‘Los monos de Harlow’’, una explícita introducción al proceso de adocenamiento al que es inducido el ciudadano y que encuentra su validación más categórica en versos que adquieren aspecto de soflama, como «Las criaturas de la colmena no cuestionan la colmena».

Una lobotómica aceptación expresada con toda su mortuoria tragedia en el «yo solo cumplía órdenes» del criminal Adolf Eichmann, uno de los responsables del caudal sangriento vertido durante el Holocausto, que retumba en ‘‘Obediencia: 1962’’. Bajo la frívola apariencia, pero demoledora trascendencia, de ‘‘Júbilo’’, una comparativa entre el comportamiento de los perros (sumisos y obedientes) y los gatos (ácratas e independientes), se esconde un alegato contra la dócil subordinación además de un sentido homenaje a esa acompañante felina que escruta la tarea escritora de Oates.

ESTADO DE LA NACIÓN Y DEL MUNDO

Este poemario se enfrenta con especial meticulosidad a la mitología de la que se alimenta el sueño americano. Sin circunloquios ni maximalismos, su verbo señala directamente a iconos concretos, como refleja ‘‘A Marlon Brando en el infierno’’, ajuste de cuentas hacia un actor que ni la admiración (interpretativa) profesada por él le impide catalogar con dureza una herencia simbólica («Porque fuiste el macho depredador, sin remordimiento») que hace desvanecer su figura hasta un tóxico héroe del celuloide. Un rastreo de perfiles que llega al ámbito pictórico, haciendo en ‘‘Once de la mañana, de Edward Hopper, 1962’’ protagonista a la mujer del autor, Jo, quien abandonó su tarea creativa para convertirse en su modelo y mero satélite alrededor del ‘‘genio’’, ejemplo que ampliará en ‘‘Doctor, ayúdeme’’, muestrario de las infinitas culpas impulsadas por todo un conglomerado de preceptos sociales que sepultan la estima femenina.

Como si de un mapamundi de la infamia se tratase, ‘‘La vieja América ha vuelto a casa para morir’’ retrata la extensión de una geografía sustentada sobre la represión y el sufrimiento que se regenera repitiendo moldes y eternizando «Los malos recuerdos como hebras de tabaco en la lengua, / que no se pueden escupir». Una cartografía sobre la que aplica un zoom sentimental hasta su lugar de nacimiento, convirtiendo ‘‘Tu ciudad natal te espera’’ en la leyenda de una hija pródiga a la que ni su fama ni la abdicación de los roles tradicionales serán en realidad perdonados, tal y como recuerda la voz profunda de los lugareños: «Orgullosísimos / de ti aunque / (lo admitimos) / nunca leímos ni / una puta palabra / de lo que has escrito».

La bibliografía de Oates resuena como una bella alarma de emergencia que nos impide regocijarnos en esa acomodada somnolencia. Una tarea cumplida por unos poemas que depositan en nuestro interior esa incomodidad que debe producir el llanto que se reproduce en cada rincón del planeta a cada minuto. Como buena parte de su obra, su actual libro focaliza la mirada hacia unas cada vez más descoloridas ‘‘barras y estrellas’’, contenido sin embargo capaz de transgredir fronteras para situarse al lado del oprimido. Y es que la mayor de las melancolías que exhalan estas páginas reside en la acuciante necesidad que el arte -al menos el ejercido por la neoyorquina- tiene de detenerse en «la fanfarronería del matón, la sonrisa infame / del asesinato / la bazofia del mal, / los olores».

Frente a la barbarie, obras como esta se yerguen doloridas, enfermizas por las causas que la han inspirado, pero esenciales para desvestir de excusas esa cómplice placidez que nos facilita el día a día pero que nos despoja de nuestra verdadera condición humana.