Aritz INTXUSTA
IRUÑEA
CAMBIO CLIMÁTICO

El calentamiento del agua está matando los salmones del Bidasoa

Los peces de río son una de las especies más sensibles a cambios en el ecosistema. El servicio de Biodiversidad de Nafarroa ha propuesto una veda de tres años de la pesca de la trucha y el salmón después de una brusca caída de población que achacan al aumento de la temperatura en el agua. Un 70% de los adultos que habían radiomarcado perecieron durante las olas de calor del verano.

Desove de una hembra de salmón en la piscifactoría de Oronoz.
Desove de una hembra de salmón en la piscifactoría de Oronoz. (GN)

 

Pedro Iglesias pescó el último “lehenbiziko” del Bidasoa, el primer salmón de una temporada donde solo se dejó pescar a 51. Se trató de una hembra salvaje de salmón de 4,4 kilos y 77 centímetros. La vendió al restaurante Rekondo de Donostia por 1.600 euros. Ocurrió el 1 de mayo de 2022. Todo apunta a que esta captura seguirá siendo el “lehenbiziko” durante varios años.

El último informe de Medio Ambiente de Nafarroa desaconseja la pesca del salmón para las próximas tres temporadas, dado que el ciclo reproductivo de este pez suele completarse en ese tiempo y no se puede perder ni un ejemplar de los pocos que han nacido. La especie se ha colocado muy por debajo del «límite crítico de conservación», afirman.

En consecuencia, el proyecto de orden foral postula, al menos, otro año más de veda, tanto para el salmón como para las truchas, otros peces de la familia salmónida.

El promedio de truchas (1.737 por hectárea) se encuentra un tercio por debajo de la serie histórica en Nafarroa. Ha caído el 11% de un año para otro, «quedando un 13% por debajo de la densidad mínima deseable».

La disminución de ambas especies no solo afecta los aficionados a la pesca de río. Es más grave de lo que parece. El problema no está en los peces, sino en el agua.

A diferencia de lo que sucede con la mayoría de especies animales, el control de la población de salmones en el Bidasoa es sumamente riguroso y sirve, por tanto, para apreciar la velocidad de los cambios que están sucediendo en el entorno.

Los guardas de Medio Ambiente contabilizan todos los salmones que suben río arriba. Los capturan en una nasa estratégicamente colocada en una presa. Revisan la trampa a diario. Los salmones capturados se anestesian, sexan y pesan. Los guardan analizan, además, sus escamas para determinar qué parte de su vida han pasado en el mar y qué otra, en el río.

Una vez pasado por todo ese proceso, los salmones se sueltan río arriba para que pongan sus huevos.

Además, parte de las capturas regresan al agua con un emisor de radiomarcaje para estudiar después adónde se marchan, o dónde desovan.

Junto con ello, los guardas emplean la «pesca eléctrica» para contabilizar los alevines que nadan en pozos. Siempre miran los mismos lugares, para determinar así las variaciones de población anuales.

Llevan trabajando así durante treinta años. Por eso están tan preocupados.

En 2021 contabilizaron 59 hembras supervivientes a la puesta, que dejaron 440.000 huevos. En 2022 la situación empeoró, cayendo las supervivientes a 25 (187.000 huevos). Ahora, la leve mejoría de 2023, con 576.0000 huevos, no ha satisfecho a los expertos.

«La producción de huevos en la piscifactoría en estos dos años (134.000 huevos) no fue capaz de compensar la pérdida de huevos provocada por la pesca (320.000 huevos), agravando la situación», concluye el Servicio de Biodiversidad en su reciente informe.

CÓMO Y CUÁNDO SE PRODUCEN LAS MUERTES

Los guardas han detectado dos momentos clave en los que un clima distinto al habitual afecta negativamente a esta especie

Las hembras de salmón remontan el río para desovar en invierno, cuando no acostumbran a verse grandes venidas de agua. Hace frío, pero no acostumbra a llover fuerte

Una riada fruto de una lluvia torrencial puede comprometer una puesta, pues los salmones no son capaces de remontar y sus huevas pueden ser arrastradas río abajo. Lo propio puede provocar una ola de calor fuera de temporada que provoque un deshielo demasiado rápido y la consecuente riada.

El otro momento crítico se da en los adultos. «Los salmones y las truchas son peces de aguas frías. A más calor, menos oxígeno en el agua. Con el agua por encima de 20 grados, se estresan. Por encima de 25 se mueren directamente», sostiene José Ardaiz, jefe de negociado de gestión piscícola de Nafarroa.

El servicio lo ha corroborado gracias a los emisores que colocan a los adultos que atrapan en la nasa. «Hemos detectado una tasa de mortandad del 70% de los ejemplares radiomarcados durante el verano», señala este técnico del Gobierno navarro.

La anomalía en la temperatura de las aguas en la parte baja del Bidasoa es extraordinaria. En la parte baja del río, en 2022, se alcanzaron los 26 grados. Más arriba, la situación mejora. Porque, aunque también en Mugaire se batieron récords de agua caliente, ahí el río no subió de los 17º.

Según el servicio de Biodiversidad, la conservación de la especie pasa hoy -si acaso se logra- por remover presas y azudes de modo que salmones (y sus parientes, las truchas) puedan refugiarse aguas arriba durante las olas de calor.

Otra medida clave son intervenciones en las riberas para garantizar que haya suficiente sombra y que las aguas estén lo más frías posible.

En paralelo, siguen repoblando desde la piscifactoría de Oronoz. Aunque esta técnica tiene limitaciones, pues en muchas ocasiones esos ejemplares no logran sobrevivir en el río de la misma manera y se corre el riesgo de que transmitan enfermedades.

Más allá de las citadas actuaciones, solo quedan las vedas o la prohibición absoluta de la pesca con muerte, como en Gipuzkoa. Y como también demanda el presidente de la federación vizcaina de pesca, Ritxard Guimerá.

LOS LÍMITES DE DISTRIBUCIÓN DE LAS ESPECIES

Salmones hay en Iparralde, Nafarroa y Gipuzkoa. En Bizkaia ya desaparecieron. En la Península se encuentran, además, en Asturias, Cantabria. La cuenca del Miño, en Portugal, es el punto más meridional con salmones.

«Es una especie que en nuestros ríos está en su límite de distribución. Más al norte es mucho más común», explica Ardaiz.

Los esfuerzos por conservar la especie habían dado fruto y estos peces estaban mejorando datos de forma sincrónica en Nafarroa y Gipuzkoa hasta que hace tres años el calentamiento del agua fue tan notable que se rompió la serie.

Ardaiz advierte de que las especies de río tienen muchas posibilidades de ser las primeras en desaparecer debido a las alteraciones en el clima. Y, de entre los peces, aquellos que se encuentran en sus límites de distribución son las que mayor riesgo corren.

«Cuando cambia el clima, a unas especies les va mejor y a otras, peor. Los límites de distribución se expanden o contraen. En Navarra estamos detectando por primera vez rapaces como el elanio y gorriones morunos, que provienen de climas más cálidos», explica el técnico.

Ardaiz expone que era lo esperable, que el cambio en la fauna primero se apreciara en las aves, en esos elanios y gorriones. Sucede así porque vuelan y pueden desplazarse grandes distancias.

Los peces de río no tienen esa suerte. Colonizar nuevos espacios les resulta muchas veces imposible. De ahí que la desaparición del 90% de las truchas en ciertos ríos preocupe a Medio Ambiente.

Ardaiz sostiene que, a diferencia de lo que muchos creen, «la naturaleza no es una foto fija, asistimos a una película que no se puede rebobinar. Hay que asumir que los tiempos pasados, aquellos recuerdos que teníamos de niños, no volverán jamás».