Fernando ALONSO
1981

Metáforas

Cuando Picasso pintó el “Guernica”, hacía casi un año que se había producido el alzamiento fascista y la villa foral había sido arrasada por la Legión Cóndor. Era un encargo del Gobierno de la República española para la Exposición Internacional de París. Pero triunfó el franquismo, Picasso permaneció en el exilio y dejó clara su voluntad de que el cuadro quedara en custodia del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa) hasta que en el Estado español se recuperaran las libertades democráticas.

Junto a estas líneas, Bobby Sands. Abajo, de izquierda a derecha, Tejero durante el intento de golpe de Estado del 23; velatorio de Joxe Arregi en Zizurkil; y la protesta abertzale ante el rey español en la Casa de Juntas de Gernika.
Junto a estas líneas, Bobby Sands. Abajo, de izquierda a derecha, Tejero durante el intento de golpe de Estado del 23; velatorio de Joxe Arregi en Zizurkil; y la protesta abertzale ante el rey español en la Casa de Juntas de Gernika. (AN PHOBLACHT - EUROPA PRESS - Javier GALLEGO (EGIN))

En virtud de unas negociaciones del Gobierno de UCD con el MoMa, la obra pintada en París por Pablo Picasso llegó al aeropuerto madrileño de Barajas el 10 de septiembre de 1981 en un avión de Iberia y en medio de un gran secretismo. “El Correo Español” titulaba «Hoy llega el ‘Guernica’ a España», y se hacía eco de la dura nota del Ayuntamiento de Gernika por no haber sido trasladado a la villa foral.

El “Guernica” fue colgado en el Casón del Buen Retiro, metido en una agobiante urna de grueso cristal y custodiado permanentemente por un guardia civil armado con un subfusil.

Una metáfora de la situación que vivía Euskal Herria.

Poco más de seis meses antes de que ubicaran el “Guernica” en Madrid, un grupo de compañeros de quienes lo custodiaban irrumpieron en las Cortes durante la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno español. La operación era secundada en el exterior por algunos militares de alto rango y un grupo de civiles fascistas.

La acción quedó en nada, tal vez porque se trató de una escenificación de golpe de Estado controlada y destinada a publicitar el carácter democrático de España e intentar dar prestigio a su rey.

«Democracia y libertades» que, al poco, quedaron de nuevo cogidas con pinzas, pues lo ocurrido sirvió de excusa para preparar la llamada Ley de Defensa de la Constitución y Contra el Terrorismo, que aunque se presentaba como medicina de amplio espectro era evidente que estaba enfocada no hacia el involucionismo franquista, sino hacia el independentismo vasco y quienes se cuestionaran el carácter democrático del Estado.

El año había comenzado con el secuestro del ingeniero jefe de la central nuclear de Lemoiz, José María Ryan. ETA militar dio un plazo de una semana para que la central fuera demolida. Durante los siguientes días se produjeron numerosas peticiones para que fuera liberado y una importante manifestación recorrió las calles de Bilbo, aunque no hubo muestra alguna de que las obras fueran a ser paralizadas. Ryan apareció muerto el 6 de febrero cerca de Zaratamo con un tiro en la cabeza.

EL BORBÓN, EN GERNIKA

Esos días de incertidumbre coincidieron con la visita de los monarcas españoles a tierra vasca. El día 4 de febrero tuvo lugar un acto en la Casa de Juntas de Gernika en la que participó Juan Carlos I. Tras la intervención del lehendakari Carlos Garaikoetxea, le tocaba tomar la palabra al rey. Entonces, los electos de Herri Batasuna presentes en el acto se pusieron en pie y, puño en alto, empezaron a cantar el “Eusko Gudariak”.

Aún no se había formado la Ertzaintza, pero el PNV sí contaba con una policía de partido que, constituida en servicio de orden, se encargó de la tarea de desalojar por la fuerza a los electos de la izquierda abertzale. No era la primera vez, ni sería la última, que elementos del PNV asumían labores de seguridad, sin que estuviera aún muy claro de dónde le emanaban aquellas competencias. En septiembre, sus denominados «berrozis» volvieron a actuar, en esa ocasión contra familiares de prisioneros políticos vascos.

Los «hombres de Berrozi», núcleo embrionario de la Ertzaintza, fue inicialmente un grupo de veinte jóvenes seleccionados por el PNV que empezaron sus entrenamientos en julio de 1980 en el pueblo abandonado de Berrozi, instruidos por mercenarios británicos y con cargo a los presupuestos del Gobierno vascongado.

Por los hechos de la Casa de Juntas fueron procesados por delitos de injurias al jefe del Estado y desórdenes públicos 19 cargos electos independentistas, incluido Francisco Letamendia “Ortzi”, que no había participado en los hechos.

Un antiguo vicepresidente del Gobierno español, el teniente general Fernando de Santiago, escribió una carta en la que recordaba que «siempre, en situaciones parecidas a esta, hubo españoles que rescataron y salvaron a España».

El general podía referirse a la asonada de Tejero del 23F o a lo que estaba ocurriendo en esos momentos en la Dirección General de Seguridad, donde interrogaban a Joxe Arregi e Isidro Etxabe, detenidos el 4 de febrero en Madrid. A ambos se les aplicó una Ley Antiterrorista que permitía la incomunicación en manos policiales durante nueve días antes de ser presentado ante el juez.

«OSO LATZA IZAN DA»

Cuando Arregi es, finalmente, enviado a prisión está medio muerto por las torturas que le han infligido durante los interrogatorios. Es tal el estado en el que se encuentra su cuerpo destrozado que los médicos de la cárcel lo envían directamente al hospital penitenciario de Carabanchel, donde morirá poco después. Había sido golpeado por todo el cuerpo a puñetazos, patadas, con objetos contundentes, con porras; lo habían colgado de una barra, quemado…

«Oso latza izan da», dijo, apenas sin voz, poco antes de fallecer; unas palabras que han quedado para la posteridad.

El entonces ministro de Interior, Juan José Rosón, afirmó en sede parlamentaria que «las lesiones se le produjeron cuando fue capturado y en un supuesto forcejeo en las dependencias policiales».

En los interrogatorios de Arregi participaron nada más y nada menos que 73 policías, de los que cinco fueron detenidos y únicamente dos, procesados. Les condenaron a siete meses de prisión, una pena por su responsabilidad en la muerte por torturas del vecino de Zizurkil que ni tan siquiera cumplieron porque Felipe González los indultó en 1990.

El 5 de mayo, en Irlanda del Norte, Bobby Sands moría tras 66 días en huelga de hambre en la prisión de Maze, Belfast. Él y sus compañeros presos del IRA luchaban por el estatus de prisionero político, una reivindicación que habían iniciado en 1976 con la llamada «protesta de las mantas», negándose a vestir la ropa de recluso.

Bobby Sands había sido elegido miembro del Parlamento británico tres semanas antes. Cuando falleció, la Cámara de los Comunes no expresó el tradicional pésame. Otros nueve prisioneros más murieron en el transcurso de esa huelga de hambre.

El año había empezado con otra imagen de los tiempos que corrían. Joseba Sarrionandia, que había sido encarcelado a mitad de noviembre del año anterior por su relación con ETA, ganó dos premios de prosa y uno de poesía, el Resurrección María de Azkue. Este último lo otorgaba la Caja de Ahorros Municipal de Bilbo, y fueron representantes de la entidad quienes se desplazaron el 3 enero hasta la prisión de Carabanchel para hacerle entrega personalmente del galardón.

Dos meses después, el 9 de marzo, falleció en Donibane Lohizune Telesforo Monzón, el consejero y hombre de confianza del lehendakari Agirre, que formó la primera Ertzaña durante la guerra y que, tras su frustrada iniciativa de unión abertzale de Xiberta, fue dado de baja del PNV. Luego se situó en la izquierda independentista, donde se convirtió en una figura referencial que permanece en el tiempo.

Un orador brillante, políglota y de aristocrática elegancia que dejó infinidad de escritos, obras, poesías y canciones que hoy en día son himnos.

Las jornadas posteriores a su fallecimiento fueron otra metáfora de aquella realidad. Estaba previsto que el cortejo fúnebre se dirigiera desde Donibane Lohizune hasta Bergara recibiendo el homenaje de los pueblos por los que pasaría. Pero el recorrido fue interceptado por la Guardia Civil, que cargó contra la comitiva y arrebató el féretro a los familiares. El ataúd con los restos mortales de Telesforo Monzón llegó a Bergara en una caravana de tanquetas de la Guardia Civil.

Al día siguiente, miles de personas abarrotaron la plaza de la localidad guipuzcoana para dar el último adiós al histórico líder abertzale.

Sobre las metáforas del tiempo, las palabras del propio Monzón: «Lepoan hartu ta segi aurrera!».