JAIME IGLESIAS
Elkarrizketa
Patric Chiha
Cineasta

«Una emoción programada no es una verdadera emoción»

Nacido en Viena, de origen libanés, ha desarrollado casi toda su carrera como director en la industria francesa. Autor de varios documentales, ha dirigido dos filmes de ficción, “Domain” (2009) y “Boys Like Us” (2014). Acaba de estrenar su tercer largometraje, “La bestia en la jungla”, adaptación de la novela homónima de Henry James.

(J. DANAE | FOKU)

 

En ‘‘La bestia en la jungla’’, Henry James, autor de clásicos como ‘‘Otra vuelta de tuerca’’ o ‘‘Retrato de una dama’’, reflexionaba sobre la incapacidad del hombre de su tiempo para disfrutar los efímeros momentos de esplendor con los que nos obsequia la vida en espera de un acontecimiento extraordinario que determine su destino.

Sobre esta base, y ambientando la historia en el marco de una discoteca entre finales de los años 70 y principio de los 2000, Patric Chiha acomete una lúcida reflexión sobre ese imperativo social que nos empuja a exprimir el presente sin atender ni a nuestro pasado ni a nuestro futuro.

¿Qué elementos de la novela original de Henry James fueron los que le atrajeron para llevar a cabo esta adaptación tan peculiar?

En primer lugar los personajes; cuando leí la novela me resultaron conmovedores, pero también me sentí muy concernido por el tema que aborda Henry James en esta novela, por ese conflicto entre nuestras expectativas, nuestros deseos y aquello que nos ofrece el mundo real. Pero más allá de todo eso, lo que me animó a acometer esta adaptación fue el lenguaje. El lenguaje que utiliza Henry James en su novela dificulta bastante cualquier tentativa de adaptación, porque no hay un asunto central en torno al cual gire el relato.

¿Cómo se planteó entonces el trabajo de adaptación teniendo en cuenta que, como acaba de decir, se trata de una novela con poco desarrollo narrativo?

Fue todo un reto. Me acuerdo que cuando le pasé el libro a mi productora ella se rió y me dijo: ‘‘¿Sabes dónde te estás metiendo? porque esto que me propones no es como adaptar a Agatha Christie’’. Efectivamente, partimos de una obra donde lo que se refleja son esos tiempos muertos que acontecen en la vida de dos personas.

A la hora de intentar encontrar un lugar que nos ayudase a trabajar sobre esa idea enseguida me vino a la cabeza la idea de ambientar el filme en una discoteca y ahí empezó a encajar todo. Una discoteca es un lugar del mundo real pero, al mismo tiempo, es también una suerte de refugio donde huimos de esa realidad y sublimamos nuestras emociones, nuestros instintos, ignorando todo aquello que acontece fuera de ahí. Era el lugar ideal para reflejar esos tiempos muertos, esa espera de estos dos personajes que permanecen juntos aguardando una señal que les lleve a tomar el camino hacia algo verdaderamente grande.

¿Y cómo le vino la idea de ambientar la acción del filme en una discoteca?

Platón decía que las ideas vuelan por el aire y que nos caen encima, aunque no siempre lo hacen sobre la persona adecuada. Y en este caso, fue un poco así: me llegó la idea y enseguida pensé que se adecuaba de una manera precisa a lo que yo estaba buscando.

David Lynch comenta que una película surge cuando un cineasta se enamora de una idea. Y yo me enamoré de esa idea, pero no por las posibilidades estéticas que me ofrecía sino porque me permitía hablar sobre las emociones más íntimas y hondas en un contexto de frivolidad, que era lo que buscaba con esta película.

En cierto modo, la discoteca es un escenario inalterable donde se manifiesta el paso del tiempo sin que este tenga ningún efecto en los dos protagonistas.

Totalmente. La discoteca refleja la fiesta en su máximo esplendor y, cuando uno está de fiesta lo que hace es vivir un presente continuo, un presente maravilloso donde no hay espacio para pensar ni en el pasado ni en el futuro, estás en un éxtasis permanente. Pero esa idea de vivir solo el presente, de huir de tu pasado e ignorar tu futuro me inquieta mucho porque, sin esa dimensión temporal, ese estado de euforia refleja la evidencia de la muerte.

Esa urgencia por vivir el presente quemando todas las naves sin pensar ni en el pasado ni el futuro, confiere a su película una dimensión muy actual.

Yo creo que quienes dirigimos películas lo hacemos porque hay algo que nos genera inquietud pero a lo que nos da miedo nombrar. A mí esa suerte de mandato social de exprimir el presente como si no hubiera un mañana me parece una exigencia cruel, más que nada porque se nos priva de vivir esa melancolía que surge de confrontarnos con el paso del tiempo. En ese sentido, he tratado de hacer una película viva, una película que pueda generar un diálogo con el espectador actual. No sé si eso basta para conferirle a mi trabajo una dimensión contemporánea. Ojalá.

Esa determinación del protagonista por mantenerse a la espera de un hecho decisivo que cambie el devenir de su vida, sin hacer nada por provocarlo, ¿cree que define, en cierto modo, a la sociedad contemporánea?

Yo creo que es algo que define al ser humano en general, con independencia de épocas. Ante la incertidumbre que nos genera la vida, lo normal es dejarnos arrastrar, confiando en que llegue nuestro momento mientras observamos lo que otros hacen. ¿Y no es eso acaso también lo que define al espectador de cine? Cuando nos sentamos a ver una película lo que hacemos es confrontarnos con la vida real a través de una pantalla, pero no intervenimos sobre ella.

En este sentido ¿cree que su película admite una lectura metacinematográfica?

Sí, de hecho, ‘‘La bestia en la jungla’’ es una película sobre el rol que adquirimos cuando somos espectadores. Quizá por ello sea una película que irrita al espectador, porque le confronta consigo mismo, con su pasividad, cuando lo cierto es que el espectador de cine tendría que desarrollar un papel activo. En este sentido yo, personalmente, creo que no hay, o no debería haber, tanta diferencia entre el espectador y el director. Ambos eligen hacia donde prefieren dirigir su mirada y esa elección determina el punto de vista desde el que nos confrontamos con la historia y también el modo en que convertimos el mundo real en un espectáculo. A partir de ahí lo que buscamos es sorprendernos y de esa sorpresa surge la emoción. Una emoción programada no es una verdadera emoción.

Más allá de la incomodidad de vernos reconocidos en el protagonista, ¿no cree que esa irritación del espectador hacia el film también pueda deberse a lo desacostumbrados que estamos a confrontarnos con películas que aborden ideas trascendentes como las que usted aborda aquí?

Cuando ‘‘La bestia en la jungla’’ comenzó a verse en festivales y cuando después se estrenó en Francia, la mayoría de los espectadores y los periodistas coincidieron en calificarla como una película ‘extraña’, y a mí es algo que, sinceramente, me llenó de tristeza. Cuando dicen que tu filme es ‘‘extraño’’ lo alejan del público, como si se tratase de una obra difícil de asimilar. Yo en ningún momento pretendí hacer una película fuera del canon, de hecho creo que es una película apegada a un cierto naturalismo. No pierdo la esperanza de que interpele al público y que este pueda dialogar con mi película porque, además, no creo que el espectador esté incapacitado para confrontarse con ideas trascendentes.

¿Cómo asumió el trabajo con los actores a la hora de abordar con ellos una propuesta tan peculiar?

Nunca había trabajado ni con Anaïs Demoustier ni con Tom Mercier, pero les admiraba por su trabajo en otras películas y pensé que siendo muy diferentes se complementarían bien. Tuve la suerte de que ambos leyesen el guion y les entusiasmase, y de que estuvieran dispuestos a perderse, porque eso es lo que yo les pedí: que nos perdiésemos juntos en esta aventura. Y no fue fácil, de hecho, durante el rodaje, Anaïs me decía: ‘‘Me he aprendido mis líneas de diálogo así que cuando quieras rodamos pero… ¿de qué va realmente esta escena?’’. Y yo le respondía: ‘‘Eres libre para decidir de qué va la escena y para proyectar sobre ella la mirada que mejor te parezca, juega sin miedo, aprovecha el placer de sentirte libre’’. Mi idea era que trabajasen sus personajes más con su cuerpo que con su cabeza, que lo hicieran todo de manera orgánica. Yo siempre les decía: ‘‘Tenéis derecho a jugar, a interpretar de verdad. Durante toda la película vais a estar bailando, incluso en aquellas secuencias donde estáis parados, así que salid ahí y divertíos’’.