Koldo LANDALUZE
DONOSTIA
ARATA

Lo que nadie se atrevía a contar

La ópera prima de la productora Tamara García Iglesias despega con una escena de carrera de caballos, capturada en blanco y negro y en un formato panorámico 2:35. Mientras tanto, una voz en off de un director de cine desenmascara su desdén por los requisitos burocráticos necesarios para asegurar una subvención. Este director, cuya apatía hacia las reglas contrasta con su obligación de cumplirlas, promete incluir elementos como el rodaje en euskara, temas sociales y la contratación de mujeres, añadiendo sarcásticamente que quizás incluso logre “follar” gracias a esta estrategia.

A medida que avanza la trama, este director ficticio se convierte en un eco irónico de la hipocresía que se enmascara bajo la etiqueta de cine de autor. Rompiendo la cuarta pared, se queja del feminismo mientras intenta autopromocionarse como un defensor de la causa. Sin embargo, sus acciones contradicen este supuesto progresismo, abusando del talento de sus colaboradores y perpetuando un ciclo de dominación disfrazado de creativida.

“Zarata” se sumerge en la reflexión sobre la industria del cine y la figura del director tirano, que cree tener derecho a comportarse de manera opuesta en su vida personal y profesional. Este arquetipo, tan arraigado en el sistema cinematográfico, revela una estructura que fomenta la manipulación y la explotación en aras de la producción artística.

En el núcleo de “Zarata” yace el poder y la dominación que un hombre ejerce para realizar una película. El personaje de Marian utiliza a su amiga June como mera herramienta, reflejando un patrón más amplio de utilizar a las personas en pos de la realización cinematográfica. La película cuestiona si el cine se trata realmente de arte y narrativa, o si es simplemente otra forma de ejercer poder sobre los demás.