KEPA ARBIZU
BILBO

Contradecir al destino

La nueva publicación de Paul Auster, ‘‘Baumgartner’’ (Seix Barral, 2024), carga inevitablemente con todo el significado derivado del grave estado de salud padecido por su autor, quien, visto el contenido y espíritu de dicha obra, se enfrenta con ánimo vitalista y talento artístico a cualquier designio sombrío que pretenda poner punto y final a su carrera.

Paul Auster acaba de publicar «Baumgartner».
Paul Auster acaba de publicar «Baumgartner». (GARA)

El paso del tiempo, la senectud e inevitablemente la muerte son asiduas -por su condición radicalmente humana- reflexiones vertidas en todo tipo de manifestaciones artísticas. Pero llega un momento en que dichas incertidumbres universales se desvisten de su carácter simbólico o abstracto para convertirse, ya sea como parte de la lógica ecuación biológica o bajo una trágica aparición, en un aliento perfectamente perceptible. En el caso de Paul Auster ha sido la detección de un cáncer lo que ha enfrentado su proceso creativo a un inesperado adversario ajeno al mundo de la ficción. Una convalecencia que ha supuesto el entorno donde se ha gestado, tras siete años apartado de este formato, lo que hasta ahora es su última novela publicada, ‘‘Baumgartner’’.

Haciendo mención el título de la obra al apellido de su protagonista, un excéntrico -aunque no mucho más que cualquier individuo que fuera sometido a una descripción narrativa- profesor de universidad y escritor de talante intelectual, su biografía se presenta ante nuestros ojos golpeada por el repentino fallecimiento de su mujer, Anna, bastión y muro de carga de su felicidad. Asistimos, a partir de esa información, a lo que es un denodado esfuerzo, previo paso a una época de duelo capaz de arrasar cualquier resquicio de imaginar futuro alguno, por sobreponerse a ese derrumbe físico en busca de un (re)aprendizaje con el que volver a caminar a través de los días.

¿BAUMGARTNER O AUSTER?

Si a todo autor le acompañan ciertos rasgos capaces de desvelar su firma, en el caso del escritor de «‘‘El palacio de la Luna’’ o ‘‘La trilogía de Nueva York’’, esas señales adquieren un papel de cartel luminoso capaz de ser avistado desde la lejanía. De ahí que un encadenamiento de pequeños desastres cotidianos y coincidencias varias, mecánica habitual del estadounidense para subrayar el carácter aleatorio e impredecible del destino, sucedidos alrededor del ilustrado académico, y que desnudan los lógicos achaques de un septuagenario, adquieran el papel de una suerte de revelación con el fin de renunciar a ese inmovilizador estado de ánimo en busca de nuevos retos y alicientes. Actitud inversamente proporcional a la anidada en ese embustero concepto de la “autoayuda” y en total sintonía con la determinación de comprender, y en la medida de lo posible asimilar, que los caminos de largo recorrido incluyen necesariamente el enunciado de trágicos episodios.

Más allá del evidente paralelismo, en cuanto al abatimiento y la posterior necesidad de enfrentarse a los dramáticos acontecimientos, entre la historia contenida en estas páginas y la situación actual de Auster, hay en ese nada velado intento por tejer similitudes la exposición de todo un juego de espejos que, si algunos adoptarán una presencia evidente, ya sea compartir apellido con la madre del protagonista, su localidad de nacimiento (Newark) o la ascendencia judío polaca, más sugerente y sutil supone el sazonado continuo de hechos, nombres y formulaciones que evocan a obras pasadas. Trazando así toda una búsqueda de piezas que rescatadas y aglutindas hacen que el rostro del escritor sea el que aparezca tras el retrato de ese personaje principal.

Mientras que la primera parte de la novela, aquella que nos ofrece un clima emocional desmantelado, se construye sobre trazos más encorsetados, lo que no deja de significar el propio reflejo de un endeble estado de salud y ánimo, una segunda parte, en la que relata su biografía -donde no puede faltar la ubicua y siempre ambigua presencia en su producción de la figura del padre- por medio de digresiones, muchas de ellas formuladas entre los escritos inéditos de su mujer, transcurre con mucho más dinamismo y flexibilidad, no obstante se trata de la recuperación de un ritmo vital que incluso propone, más de una manera pragmática que romántica, volver a recobrar la compañía femenina.

Pese a las diversas revoluciones con que avanza la narración, en todas ellas predomina un manejo sobrio y limpio del lenguaje que sin embargo se vale de dos puesta en escena diferentes: si por un lado hay frases de naturaleza sobria y certera, otras surgen hilvanadas por una concatenación de oraciones subordinadas que parecen no terminar jamás, sin llegar al paroxismo de Thomas Bernhard pero dejando clara su admiración por la metodología del austríaco.

CORAZÓN CONTRA CEREBRO

Catalogar como una novela menor ‘‘Baumgartner’’ se trata de una verdad aceptable siempre y cuando no se pretenda con ella deslegitimar su valía. Y es que su supuesto recatamiento formal es más un procedimiento que una incapacidad. Su reposada estructura, sin majestuosidades ni alardes, no deja de ser la transferencia de ese cambio de mentalidad que sufre su protagonista, alejándose de los ensimismamientos intelectuales y sacando de su mente los tratados de Kierkegaard para que sus iluminaciones provengan de personalidades mundanas, representadas por unos geniales personajes secundarios que si celebran su aparición con histriónica perturbación, acaban por insuflarle esa humanidad que solo reside en el aspecto más infalible de todos: la desinteresada bondad.

En ese recorrido, convertido en una enseñanza en busca de aferrarse más a sus sentimientos que a su escéptica racionalidad, se incluye su nada anecdótica dedicación a un ensayo en el que se esconde, tras el inocente aspecto de un tratado automovilístico, una metáfora sobre una sociedad individualista y depredadora. Empresa diseñada en paralelo a una obra, no literaria sino humana, que no priorice tanto una mirada hacia su interior y que se exponga tierna y empática, en este caso predispuesta a intentar conseguir encumbrar la valía artística que su mujer no quiso afianzar durante su existencia.

No es casualidad que ‘‘Baumgartner’’ carezca de un final cerrado, eso sería, de alguna manera, capitular frente a la existencia de una conclusión al trayecto de este -en principio hosco pero paulatinamente entrañable- personaje dispuesto a mostrar, pese a los infortunios que hasta la última línea se manifiestan, un apetito por prorrogar su actividad. Esos (simbólicos) tres puntos suspensivos que nos incitan a darle continuidad a un relato, aquí se tornan como toda una declaración de resistencia, sinónimo de que Paul Auster tiene la necesidad, incluso desafiando a las leyes de la realidad, de seguir escribiendo, o lo que es lo mismo, de seguir viviendo.