Raimundo FITERO
DE REOJO

Síndrome del espejo retrovisor

Escribo espejo retrovisor y las personas conductoras se dividen en dos o tres grupos. Quienes ven el espejo interior, los que ven los exteriores y quienes ven los tres a la vez en su cabeza. Ahora existen cámaras de vídeo que suplen a estos espejos en ciertas maniobras, pero al estar hilando una hebra un poco peregrina, vamos a dejarnos llevar por un impulso primitivo y no solamente adscrito al coche, sino a la propia vida.

Dicen los expertos que hay un síndrome del espejo retrovisor que es el que hace que las personas miremos hacia atrás siempre, creyéndonos que el ayer, es lo mismo que el hoy y que probablemente el mañana. Llevado al extremo resulta ser una trampa, una suerte de apego incondicional a un tiempo, una circunstancia, una persona, un partido, un equipo de fútbol, un sentimiento. Y colocados de manera recalcitrante en esa mirada retrospectiva nos impide vivir el ahora, mirar hacia delante, saber si vamos o venimos.

Es una manera de explicar una parte minúscula de la incertidumbre global. ¿Qué buscamos con nuestro voto? Perdón, se me ha ido el hilo. Siendo conductor del vehículo el uso de espejo retrovisor es uno, pero siendo pasajero trasero en un taxi, además de mirar el coste, la emisora de radio, intentamos descubrir en la mirada del taxista algo que nos apacigüe una sensación de desamparo que nos atrapa. No es posible explicar todas las circunstancias que concurren en un deshielo polar ni en una separación amistosa. Ni siquiera enganchados al retrovisor de manera patológica se puede explicar el auge de las torrijas sin azúcar.