Auster y «Baumgartner»
A veces descubrimos que existen libros que cuentan nuestra vida sin ser la nuestra. Llegan de improviso, como la persona amiga que, después de un tiempo nos llama para conversar a solas sobre la intimidad que callamos. Y entonces nos damos cuenta de que no hay nada nuevo en el mundo, que nuestra existencia se repite y entrecruza igual que paseantes desconocidos que un día, en la misma calle y en el mismo minuto, juntaron sus destinos, sin verse ni encontrarse. Al menos, es lo que he sentido cuando he leído “Baumgartner”, la última novela de Paul Auster, escritor neoyorkino al que descubrí en algún año de la década de los noventa al leer “Leviatán”. Después de aquel título he seguido su obra en el retrato de su vida por ese barrio de película que es Brooklyn. En su novela, Auster narra el duelo que se instala en nuestro vivir cuando se pierde a la persona con la que compartimos la vida. Pero, ante todo, habla de la necesidad de reconstruir para siempre nuestra propia memoria con el recuerdo de lo que la otra persona hizo, de lo que soñó o quiso o amó. Creo que ha llegado a mi vida en el momento oportuno porque “Baumgartner” es esa especie de abrazo, de bálsamo humano que en momentos ofrece la buena literatura y que, en momentos también, se necesita para entender aquello que duele.