El club del No
Desgastado parcialmente el comodín de ETA, las fuerzas económicas que nos gobiernan, con el apoyo de sus lobbies políticos, buscan nuevas astucias retóricas para acotar a la sociedad en términos absolutos. La estrategia es tan vieja como la gramática colonial de Nebrija. Ormuz y Ahriman, salvajes y civilizados, buenos y malos, demócratas y violentos, blancos y negros, salpicados con la frase ya mítica de Bush: «quien no está con nosotros, está contra nosotros». Héroes y villanos.
La sociedad, en particular las nuevas generaciones, se deslizan a velocidades inimaginables hace tan solo unas décadas. Los mensajes contra el disidente de este sistema voraz y especulativo, que busca la ganancia en el menor tiempo posible, sin embargo, apenas han variado. Es cierto que unos años antes sirvieron para mantener sus posiciones: negación de la tortura con un inexistente libro de estilo para denunciarla, desaparición de los archivos de los centros de salud para explicar el hueco en el robo/tráfico de niños, justificación de la evasión tributaria a paraísos fiscales por la amenaza del que llamaron «impuesto revolucionario». Enfoques antaño razonados con otras sinsorgadas como «el oro de Moscú».
Pero, a pesar de esa velocidad vital y técnica, la confrontación sigue en términos medievales. Y así, buscando ese comodín de repuesto y al pairo de las últimas reubicaciones electorales, el mantra se ha centrado en otra idea categórica: «lo nuestro es progreso, apostar por el sí, optimismo. El resto, oposición sistemática que conduce a la parálisis». Lo de siempre. La idea anterior la ha lanzado el alcalde jeltzale de la ciudad con el metro cuadrado más caro de la península, un entorno vendido a traficantes del suelo. Y para ello engomina a los que «están contra nosotros», con esa teoría conspiracionista que tan bien parece funcionar a la derecha trumpista: «Hay un malestar difuso (...) que ha sido inteligente y sibilinamente azuzado desde diversos frentes disfrazados de organizaciones sociales. (...) El trabajo de agitación social se subcontrata a otros actores, siempre aguerridos y ruidosos. (...) Su única estrategia es la de seguir los dictados de su inconmensurable ego».
El susodicho alcalde ha completado su idea conspirativa, por cierto, aireada también en la reciente campaña autonómica por su compañero responsable de la Ertzaintza, con un título. Y para estas elecciones europeas ha clavado la etiqueta: «El club del No». Compuesto, según el vocero, por «retro-fans y nostalgistas». Tampoco nuevo. Una breve lectura a quienes nos precedieron y dejaron su huella en el papel nos dibuja las mismas coordenadas. Aquellos que lucharon por la justicia y la igualdad social, también por el reconocimiento de la nación vasca, fueron tildados por las élites de entonces de cavernícolas. En esta ocasión, la complacencia y difusión mediática estaba hecha de antemano. El grupo Vocento le ha prestado el ventilador. ¿O quizás fue el revés? ¿Una corporación económica que exige a sus representantes una posición pública a favor de sus intereses?
La existencia de este supuesto «Club del No» llevaría pareja la de un paralelo «Club del Sí». En matemáticas sería el inverso aditivo, el yin y el yang que señalaban los taoístas y que ahora parece ser refrendado por la física cuántica. Aquello que filosofó Parménides, frente a la luz y el calor, el silencio y el frío. El Sí y el No. El progreso, localizado en materias económicas, sería, en consecuencia, el supuesto bando del Sí, mientras que el progreso delimitado en cuestiones sociales sería el supuesto bando del No. Esta premisa es rotundamente falsa y, haciendo un ejercicio sencillo, la rotación del argumento está a la vuelta de la siguiente frase. A pesar de lo enrevesado, el aparente Sí, en realidad es el No y el aparente No es el Sí. Por simplificar, las fuerzas que hoy, con el alcalde citado al frente, se manifiestan abiertamente por el No a un progreso justo, manteniendo esas brechas sociales que cada año agrandan nuestra comunidad.
Este Club del No afincado en zona privilegiada es el que en la transformación de nuestro país ha preconcebido aberraciones de escándalo. Las centrales nucleares proyectadas en Lemoiz, Deba, Ispazter y Tutera felizmente no se construyeron gracias al impulso popular. Para el partido jeltzale, su aparcamiento hubiera supuesto que íbamos a comer berzas eternamente (cavernícolas). En Irurzun, el trazado de la autovía derribaba una de las dos Aitzpe, y Leizaran sería en la actualidad un valle de cemento. La entrada planeada a Donostia por la variante destrozaba el pulmón de Cristina Enea (Gladys parkea) y la playa de la Kontxa, ese marco incomparable, sería de pago. Para el futuro, Busturialdea, reserva de la biosfera de la Unesco, regalado a una corporación norteamericana en expansión, siguiendo la estela de aquella ofrenda a un exlehendakari para que se construyera su villa particular.
Obras faraónicas, como el TAV, para enlazar las capitales de la CAV ya conectadas, la Super Sur y su ampliación, la elongación del topo unos metros para llegar hasta las zonas más comerciales, junto a otras de menor calado pero de gran impacto (las citas serían para otro artículo), fluyen el bucle del negocio. No es el interés colectivo el que prima, sino el particular. Y en estos tiempos, desviar dinero público a empresas privadas en detrimento de los grandes retos a abordar: la salud, los cuidados y la educación. Privatizados para una minoría que asalta año tras año su techo de ganancias.
La confrontación entre el negocio y la vida es el quid. Aquella isla donostiarra que fue gueto para leprosos, sufrió y aguantó también la codicia de otros jauntxos. Hace poco la abrieron en canal para mostrar una ola artificial. Mañana, cuando repiquen «nuevas oportunidades de negocio», se pondrá a la venta. Lo van a hacer el mes que viene con Santo Spirito de Venecia. Para hoteles. Y Eneko Goia, ese alcalde visionario, volverá a redoblar su papel de polichinela.