EDITORIALA

Un golpe fallido, siempre que se saquen lecciones

El intento de golpe de estado encabezado por el general del Ejército de Bolivia Juan José Zúñiga fracasó antes de estallar. En pocas horas los alzados tuvieron que retirarse ante la presión social y política, no hubo réplica en ningún cuartel ni comisaría, se detuvo a los cabecillas y el presidente, Luis Arce, nombró una nueva cúpula militar. La solidaridad internacional, salvo el presidente argentino Javier Milei, fue unánime. Por fortuna, lo que comenzó como farsa no terminó en tragedia y se diluyó de forma un tanto estrambótica. No obstante, este episodio refleja riesgos y tendrá consecuencias políticas negativas. No hay golpe ridículo.

Al parecer, Zuñiga, que iba a ser destituido por amenazar con actuar si Evo Morales se presentaba a las elecciones de 2025, calculó que su facción podía lograr algún tipo de éxito. Una vez desplegado en el centro de La Paz, ocupando la plaza de Murillo y asaltando el Palacio Quemado, bosquejó una agenda, prometiendo entre otras cosas liberar a los políticos golpistas presos por corrupción, como la expresidenta Jeanine Añez. Pero ni siquiera estos le apoyaron. Para entonces Evo Morales había llamado a marchar hacia La Paz, Luis Arce se había enfrentado en público a los golpistas y el pueblo había desalojado a los militares del centro de la capital. En contradicción con lo que había sostenido, tras ser arrestado Zuñiga afirmó que había sido el propio Arce el que le había pedido sacar «los blindados» para «levantar» su popularidad, y le habría confesado que la «situación está muy jodida». Todo puede ser mentira, pero tristemente todo tiene algo de veraz.

Lo cierto es que el espacio del MAS está dividido entre «evistas» y «arcistas», y que este episodio puede tensar aún más esa pugna. Precisamente por su naturaleza golpista, la derecha hoy está hundida y no supone un gran riesgo. Sin embargo, la situación global está castigando al país, los problemas estructurales de Bolivia perduran y el Estado vive una crisis institucional. La asonada debería servir como alarma, no como elemento de disputa. La izquierda no puede dejar de ser disciplinada, honesta, crítica, democrática y eficaz. Están en juego los intereses y derechos de las clases populares.