Dejemos de hacer famosos a los estúpidos
Bill Viola (1951) se fue. Puede que cuando leas esto no te suene su nombre, es lo “normal”. Su trabajo, a pesar de haber sido reconocido internacionalmente como uno de los artistas más destacados del videoarte, fue carne de museos. Sin embargo, su obra siempre ha tenido un sentido corpóreo, casi material, que hacía conectar con la vida misma, con las experiencias cotidianas de la humanidad.
En “Temporalidad y trascendencia”, una exposición que pudimos ver en el museo Guggenheim de Bilbo, Bill Viola nos conmovió al acercarnos a los ciclos de la vida. El impacto que producen las imágenes cuando las contemplamos en espacios físicos, fuera de los dispositivos móviles, sin interrupciones, es difícil de valorar. Como solía decir: «El misterio es más importante». En cualquier caso, lo que hacía Viola era inquietante, rara vez te dejaba indiferente y su obra marca un antes y un después en el establecimiento del vídeo como forma vital del arte contemporáneo. Y, al hacerlo, ha contribuido a ampliar enormemente su ámbito en términos de tecnología, contenido y alcance histórico. Durante 40 años ha creado cintas de vídeo, videoinstalaciones arquitectónicas, entornos sonoros, performances de música electrónica, obras para la televisión… El aire, el fuego, la tierra y el agua atraviesan la obra de un artista que amaba la vida y que sabía que esta puede ser un regalo.