NORA FRANCO MADARIAGA
Elkarrizketa
Miriam Cepeda y Matías Sagreras
Organistas

«Lo que no se conoce no se ama; debemos dar a conocer el órgano»

Uno de los ciclos más discretos pero más queridos de la Quincena Musical es el de órgano. Hablamos con los intérpretes de los dos últimos conciertos, jóvenes y con notables currículos a sus espaldas, que harán sonar los instrumentos de Tolosa y Azkoitia respectivamente: Matías Sagreras y Miriam Cepeda.

(GARA)

 

El órgano, a primera vista, no parece la primera elección de un niño de conservatorio, sino un instrumento de madurez. ¿Fue así su caso?
MATÍAS SAGRERAS:

No, todo lo contrario. De hecho, tengo más recuerdos de niño con el órgano que con el piano, que es el instrumento con el que generalmente se inicia. También el haber vivido en un ambiente religioso a nivel familiar hizo que el órgano y la iglesia estuvieran bastante presentes en mi infancia y adolescencia, lo que hizo que, al haber estado siempre enamorado de este instrumento, a los trece años comenzara a tocar en la parroquia de mi barrio.

MIRIAM CEPEDA:

Efectivamente, para llegar al órgano influye mucho tu experiencia vital y tu entorno: si has asistido a conciertos, si has visitado iglesias haciendo turismo, si hay algún antecedente en la familia… Si en ese tipo de experiencias das con un instrumento que te llama la atención, seguramente influirá en tu decisión, independientemente de la edad que tengas.

La vida del organista está, obligatoriamente, muy vinculada a las iglesias y, aunque el repertorio es muy amplio, gran parte de él es religioso. ¿Cómo se vive en lo personal esta vinculación de la vida profesional con la espiritualidad?
M.C.:

En mi caso, soy una persona religiosa y no me supone un conflicto, pero, como músico, creo que tenemos la importante labor de acompañar a la comunidad con una música apropiada para cada momento, que les ayude a celebrar las alegrías y a hacer una catarsis en los trances más difíciles. Y en el día a día, lo importante es transmitir algo con la música y que quien la escucha no se quede en lo superficial, la música no es un mero adorno.

M.S.:

Eso es. Yo siempre digo que el órgano es como un segundo altar que, complementando al acto litúrgico que sucede en el altar de la iglesia, predica a través de la música todo aquello a donde la Palabra no llega.

M.C.:

Es un reto para los organistas estar a la altura de un trabajo diferente al de otros músicos profesionales.

Otra característica especial de los organistas es que, en cada ocasión, se tienen que adaptar al instrumento y a la sonoridad del espacio. ¿Es un contratiempo o, por el contrario, una ventaja?
M.C.:

Son ambas experiencias, positivas y negativas, pero, si tengo que quedarme con algo, me quedo con lo positivo, porque no deja de ser un enriquecimiento para el músico conocer diferentes instrumentos, espacios y estéticas y jugar con las resonancias, a lo que se suma el continuo disfrute de poder tocar un repertorio de determinada época en el instrumento que más se adapta a este estilo, haciendo realidad la sonoridad que está en tu imaginario. Es verdad que luego hay muchas horas de logística, de adaptación y de soledad, pero acaba compensando -aunque nos quejemos por el camino (risas)-.

M.S.:

Es un desafío. Generalmente los músicos llevan su instrumento y nosotros tenemos que ir al instrumento y además no podemos olvidar que son máquinas que, según la época, según la geografía de construcción, tienen sus características propias, a lo que hay que sumar que, cada instrumento, por su instalación, tiene su mecánica determinada. Hay que prepararse para cada instrumento, con la dificultad de que lo más seguro es que hayas estudiado en otro, lo que te obliga, como decía Miriam, a disponer de varias horas previas en el instrumento donde uno va a tocar el concierto, no solo para adaptarse a él, sino también para preparar toda la parte sonora, la registración, los colores que uno va a seleccionar, y anotarlo todo muy bien en la partitura para que los registradores, los asistentes, puedan hacer su labor. Es toda una logística puntual a cada instrumento que uno va a tocar.

¿Está bien conservado el patrimonio organístico de Gipuzkoa?
M.C.:

Sí, la mayoría de los órganos están en uso y hay una gran tradición de organistas y gente joven que está empezando. Pero nunca es suficiente: lo ideal sería que cada órgano tuviera su organista, su custodio, con más o menos preparación pero que, al final, esté pendiente y lo proteja.

M.S.:

Realmente es uno de los patrimonios mejor conservados, me atrevo a decir que en toda la península. Conozco el patrimonio organístico de provincias y comunidades vecinas -y no tan vecinas-, y el cuidado, la atención que se le brinda a los instrumentos de Gipuzkoa es loable; tienen mucha conciencia del valor patrimonial de los instrumentos de los últimos 160 años.

¿Cómo son los instrumentos en los que van a tocar? ¿Qué características tienen?
M.S.:

En el caso de la iglesia de Santa María de Tolosa, es un órgano francés de la casa Stolz, de la cual tenemos, además de éste, otros dos hermosos ejemplares en Gipuzkoa: el de Bergara, recientemente restaurado, y el de Zumaia. Los tres tienen una poesía musical maravillosa y responden a la estética francesa romántica.

M.C.:

El órgano de Santa María la Real de la Asunción de Azkoitia es un instrumento de 1898, de estilo romántico francés, el último Cavaillé-Coll en ser construido, majestuoso, de gran tamaño, con tres teclados y unos 40 registros que ofrecen la sonoridad de una gran orquesta. Además, está muy bien conservado, la acústica de la iglesia ayuda mucho y yo estoy encantada. Como no tiene transmisión eléctrica, la mecánica es un poco dura y supone un desgaste de energía, pero es una joya porque se mantiene tal cual se construyó.

M.S.:

Al de Tolosa le sucede lo mismo. Es un instrumento que demanda mucha energía física porque no hay ningún tipo de asistencia eléctrica entre el teclado y los tubos, es pura transmisión mecánica, y hay que estar preparado mental y físicamente.

Casualmente, en ambos conciertos va a haber participación de agrupaciones corales. ¿Qué tal está siendo el trabajo con las voces?
M.S.:

Para mí ha sido muy divertido conocer a la Capilla Musical de la propia basílica de Tolosa y la atmósfera musical local, no solo desde las propias voces vivas, sino también desde el repertorio -ya que interpretaremos obras de compositores que han escrito música específicamente para ese lugar, tanto de Felipe Gorriti como de Eduardo Mocoroa- y del instrumento. Esto me ha llevado a sumergirme totalmente en el espíritu tolosarra.

M.C.:

Para mí lo más importante del trabajo con las voces ha sido intentar cuidar el equilibrio, que el órgano no tape a las voces. Los coros muchas veces están acostumbrados a la sonoridad de un piano o, como mucho, a una orquesta que está situada delante de ellos, pero aquí en Azkoitia el coro de la UPV va a estar situado justo debajo del órgano, lo que es una experiencia nueva para ellos porque lo oyen todo muy cerca. Así que, en esta ocasión, el mayor hándicap es darle el protagonismo suficiente al instrumento, tal y como está indicado en la partitura, regulando dinámicas y cajas expresivas, pero que no enmascare al texto del coro. Pero la verdad es que el trabajo con Aitor Biain está siendo muy cómodo, me transmite mucha seguridad.

Los organistas, muchas veces, están lejos del público, no es un instrumento pensado para dar un concierto. ¿Cómo se siente esta distancia?
M.C.:

Para el músico es menos invasivo que tocar encima de un escenario, pero nunca te olvidas de que te están escuchando. Además, los aplausos entre obra y obra y, muchas veces, las cámaras te ayudan a no olvidarte del público. Los nervios del concierto están ahí, aunque no puedas ver al público.

M.S.:

Tiene su parte buena y su parte menos buena. Por un lado, es una ventaja poder esconderte un poco de toda la energía visual del público, lo que te puede dar un poco de seguridad; pero, en contraparte, está justamente esa distancia. Hoy por hoy, como ya apuntaba Miriam, la tecnología permite solucionar esta distancia con los conciertos transmitidos en tiempo real a través de cámaras y proyección de pantallas, o, en otros lugares, con instrumentos modernos y consolas eléctricas móviles que se pueden situar en el escenario -quizás el caso más cercano es el del Palacio Euskalduna, en Bilbo-. Eso hace para mí que el órgano deje de ser ese instrumento acompañante de un servicio litúrgico para convertirse en un instrumento de concierto como cualquier otro.

¿Qué tal está el futuro del órgano?
M.S.:

Yo creo que estamos en un momento de crisis. A nivel cultural, la sociedad está cambiando muchísimo. Hay varios factores que hacen que un concierto de órgano no sea atractivo: en primer lugar, la búsqueda de confort, con bancos de madera duros e iglesias frías; en segundo lugar, la gente no solo quiere escuchar, sino también ver; y, en tercer lugar, el tema de los repertorios, que se está viendo necesario incluir expresiones artísticas musicales o extramusicales que dialoguen con el instrumento y que hagan olvidar que el órgano es ese instrumento que hay que ir a la iglesia a escucharlo. Hay que acercar el órgano a la gente.