Raimundo FITERO
DE REOJO

Mar y montaña

Anuncian los propagandistas que el mes de setiembre es elegido cada vez más para disfrutar de las vacaciones. Lo que induce a pensar que forzarán todo lo que puedan para que el turismo esté siempre en temporada alta. Es un objetivo que en algunos lugares, sean de amor o de montaña, de meseta o valle, lo han logrado a base de miles de atracciones de muy difícil estabulación. Los auditorios y palacios de congresos, así como los museos internacionalizados como atracción extra cultural forman parte de la oferta.

Ando por ciudades que tantas veces me dieron cobijo y escucho el ruido de las maletas con ruedas como partitura de fondo. Compruebo como todas las bajeras acogen reclamos de recuerdos, gastronomía, servicios dedicados al mismo fin. La ciudadanía se ha ido acostumbrando a formar parte del decorado de unos parques temáticos donde se anuncios pintxos, paellas o jamones. El comercio se uniformiza con marcas y franquicias. No hablamos del precio de las viviendas para no soliviantarnos. En el mar o la montaña.

De la doctrina del espectáculo a base de competir subiendo los precios, lo que más sobrepasa toda mi educación neoliberal por accidente es cuando se subastan los quesos. Acaban de pagar treinta seis mil euros por dos kilos y medio de Cabrales. Yo diría que se trata de algo parecido a pagar por no callar. Un lenguaje de exuberancia que debe atraer a individuos que se comerán unos gramos y exhibirán la factura en sus redes sociales. Quizás forme parte de la dieta de esos yates que se miden por el mástil de aluminio más alto. Aunque también naufragan.