Karlos ZURUTUZA
PRIMER ANIVERSARIO DE LA OCUPACIÓN AZERÍ DE NAGORNO-KARABAJ (I)

Este septiembre no va a pasar nada malo en Armenia

Más allá de la crisis humanitaria, la pérdida definitiva del enclave de Nagorno Karabaj supone un golpe en la moral de un pueblo que se enfrenta a un desafío existencial y convertido en moneda de cambio entre Europa y el tirano azerí. Una vez más, los derechos humanos no han sido una prioridad.

(Karlos ZURUTUZA)

Son coloridos anuncios en vinilo desplegados sobre furgonetas aparcadas en la avenida Nalbandián, en el centro de Ereván: excursiones de uno o dos días a Garni, Sevan, Ejmiatsin y otros puntos de interés turístico de la pequeña Armenia. No llamarían la atención si no fuera porque también se incluye a Stepanakert, Vank o Shushi en el catálogo, las tres en Nagorno Karabaj. Como si nada hubiera pasado en este último año.

Hacer un vinilo nuevo saldrá demasiado caro, pero quizá se deba más a que, en cierta manera, actualizar la oferta de viajes sea como renunciar definitivamente a Nagorno Karabaj. Los armenios saben que pasarán varias generaciones hasta poder volver, si es que lo consiguen algún día. En la avenida Dalbandián, Stepanakert, Vank y Shushi se quedan dónde están.

DRAMA SOBRE DRAMA

Desde su genocidio en Anatolia, a comienzos del siglo XX, puede que no se haya vivido un lustro más trágico en la milenaria historia de los armenios. En 2020, fue en un setiembre como este cuando el Ejercito azerí lanzo una ofensiva de tropas de tierra apoyada por drones de última tecnología con la que hizo hincar la rodilla a los armenios de Karabaj.

Bakú se hizo entonces con el control de dos tercios del territorio que ocupaban los armenios. Justo un año después, Azerbaiyán optó por asfixiar a los pueblos su frontera sur con Armenia; también doce meses más tarde, lanzó un ataque de artillería masivo por prácticamente toda la frontera armenio-azerí. Pero el septiembre de 2023 fue mucho peor: una última y definitiva ofensiva sobre Karabaj expulsaba a los más de 100.000 armenios que aún quedaban en Karabaj. Fue una limpieza étnica anunciada durante los nueve meses en los que Bakú sometió a los armenios del enclave a un bloqueo de los suministros más básicos. El éxodo posterior lo vimos por televisión.

A un minuto a pie desde esos anuncios de excursiones a pueblos y ciudades hoy inaccesibles para un armenio está la plaza de la República. Es un lugar acogedor, sobre todo cuando sus edificios de piedra de tufa adoptan ese tono rosáceo al atardecer. Las familias se hacen fotos mientras esperan a que anochezca para disfrutar del espectáculo de luces y sonido en sus fuentes. Se puede disfrutar desde finales de abril hasta principios de octubre.

LA PLAZA DE LAS PROTESTAS

Pero es también en esta misma plaza, y siempre frente a la sede del gobierno, donde los armenios conducen sus protestas. Sin ir más lejos, el actual primer ministro, Nikol Pashinián, juró su cargo en abril de 2018, y tras liderar una marcha de varias semanas cuya llegada al centro de Ereván obligó a dimitir a su antecesor. Dos años más tarde, esa misma sede del gobierno fue arrasada por una multitud nada más firmar Pashinián la capitulación con Azerbaiyán tras la guerra de 2020. Aun así, consiguió revalidar su cargo en las elecciones de la primavera de 2021.

FALTA DE OPOSICIÓN

Muchos le acusan hoy de «vender el país», de plegarse ante cada exigencia de Ilham Aliyev, el presidente de Azerbaiyán, quien sucediera a su padre en 2003. El pasado mayo, fue un controvertido clérigo del norte del país, Bagrat Galstanián, quien lideró una marcha hasta esta misma plaza autoerigiéndose en alternativa a Pashinián. Si este último sigue disfrutando de vistas sobre la plaza de la República no es tanto por una gestión ejemplar como por la falta de una oposición que encienda la ilusión de un pueblo agotado.

La buena noticia es que este septiembre va a ser una excepción: Bakú no va a lanzar ningún ataque. Todos en la plaza de la República y más allá saben que Azerbaiyán no se hará notar en vísperas de acoger la Cumbre del Clima de Naciones Unidas el próximo noviembre. ¿Tiene sentido que dicho foro se reúna en país que basa su economía en el monocultivo del gas y el crudo del Caspio? ¿O que esto ocurra poco después de unas elecciones parlamentarias en las que vídeos muestran a los mismos votando en distintos colegios electorales? Da igual. A Aliyev Europa no le pide las actas, sino el gas que le falta desde lo de Ucrania. Y ahí, entre medio, sin que nadie parezca reparar en ellos, están los armenios.