Bonito tributo a la vejez

Narra la historia de un joven que un día descubre que su abuela sufre una enfermedad terminal y decide dejar a un lado su precaria carrera como streamer para cuidar de ella. Eso sí, con la mirada puesta en su patrimonio multimillonario.
La película es un claro ejemplo de esas historias familiares de aparente simplicidad que, cuando están bien hechas y escritas, logran conmovernos profundamente.
Es un tributo a la vejez que, aunque ocasionalmente roza la sensiblería, se gana nuestro afecto a través de la autenticidad y la imperfección de sus personajes.
La película transita con destreza entre dos polos para crear una especie de tragicomedia ligera. Por un lado, está el aspecto dramático; una reflexión sobre la esencia del ser y la dignidad inherente a la existencia. Y por otro lado, la parte con toques de humor relacionados con el tema de la herencia de la abuela. Oscila de un ámbito a otro con saltos de tono, pero sin perder en ningún momento su coherencia narrativa.
El contexto tailandés aporta un toque distintivo que enriquece la historia y, al mismo tiempo, el dilema humano que plantea tiene resonancias universales. En cuanto al guion, por su parte, se distingue por su sensibilidad, logrando un gran equilibrio en todos sus aspectos.
Lo que más disonancia genera es la música, que en ciertos momentos exagera la intensificación de las acciones de los personajes, volviéndose, en ocasiones, algo redundante y excesivamente reiterativa.
Dirigida por el debutante Pat Boonnitipat, es una entrañable historia sobre la complejidad de las relaciones familiares, la importancia de la empatía y el poder del amor incondicional.

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