Beñat ZALDUA
EL PROCESO SOBERANISTA CATALÁN

Salvados los muebles, ocho meses para afinar, reconstruirse y rearmarse

Volver a cargarse de argumentos capaces de convencer a indecisos y reconstruir la confianza entre los primeros actores son los grandes retos de aquí a setiembre

El soberanismo catalán había caído en cierta autocomplacencia. El éxito del 9N después de las trifulcas previas había inmunizado al soberanismo ante el riesgo de fractura interna. Así, cuando Mas y Junqueras presentaron hojas de ruta contrapuestas, nadie se preocupó en exceso. «Ya llegarán a algún acuerdo», fue la consigna, sin que nadie previese el espectáculo partidista de estas semanas.

Paralelamente, el esperpento de la querella contra el 9N confirmó a Rajoy como el mejor activo del independentismo. Viendo que al otro lado no había nadie, el soberanismo se relajó, confiando en que la propia inercia siguiese atrayendo a los indecisos hacia el único campo que ofrecía un proyecto de futuro; a saber, la independencia. Y en esto que aparece Podemos y con un solo mitin en Barcelona consigue presentar una España reformable que vuelve a ilusionar a buena parte de la población que se iba acercando al soberanismo.

Cabe tenerlo en cuenta a la hora de poner en valor el acuerdo alcanzado el miércoles. Otra cosa es que las críticas lanzadas ayer por el resto de partidos, sobre todo en el caso de la CUP y en menor medida de ICV-EUiA, sean perfectamente comprensibles. Es evidente que Mas gana tiempo para rehacer su espacio electoral y postergar el choque con Unió, y es evidente que quedan muchos cabos sueltos por atar para creerse que estamos ante una nueva hoja de ruta independentista.

Sin embargo, no es menos cierto que, sin lista unitaria, Mas tendrá que aceptar, si se confirman las encuestas, que hace tiempo que perdió la hegemonía sobre la mayoría soberanista. Y tampoco es menos cierto que, estando el panorama como estaba, con CiU y ERC prometiéndose guerra abierta y con las bases soberanistas con la moral por los suelos, de unas elecciones en marzo no podía salir nada bueno para el futuro del independentismo. Las redacciones ya preparaban el réquiem por el «Procés».

Así que haciendo bueno el «no hay mal que por bien no venga», el soberanismo tiene ahora ante sí nada menos que ocho meses para sacudirse la autocomplacencia de encima, volver a cargarse de razones, volver a ilusionar, elaborar una hoja de ruta creíble y recomponer cierta confianza entre los principales actores. Viendo el partido que sacan algunos a los abrazos, uno no espera ya un beso entre Mas y Junqueras a lo Breznev-Honecker, pero restituir cierta «confianza vigilada» entre ambos resulta imprescindible para llevar el proceso a buen puerto.

Aunque parezca una paradoja, para conseguirlo ERC tendrá que fiscalizar más la acción del Govern y asegurarse que impulsa las estructuras de Estado que debió impulsar el año pasado. Esquerra no podrá hacerse de nuevo la sorprendida. Ya se sabe, la primera vez que me engañas, la culpa es tuya, pero a la segunda la culpa es mía.

Y como último apunte, son muchos los que han señalado que las elecciones catalanas entre las municipales y las estatales quedarán contaminadas por el debate político español, lo que puede jugar en contra de los intereses independentistas. Efectivamente, supone un punto en contra, pero en cualquier caso, el 27 de setiembre las urnas serán catalanas y, si se cumple lo acordado el miércoles, los catalanes decidirán en ellas si quieren un Estado independiente. De eso se se trataba, ¿no?