Ibai Azparren
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gara-2022-05-27-Reportaje
Joseba Rios-Garaizar - Marisol Ramirez | FOKU

El reemplazo neandertal en Aranbaltza y su posterior ocaso

En el yacimiento de Aranbaltza, ubicado en Barrika, convivieron neandertales en diferentes épocas. El arqueólogo Joseba Rios-Garaizar investiga la desaparición de los últimos neandertales de Euskal Herria.

El primer fósil neandertal procedente de un valle de tal nombre próximo a Dusseldorf, Alemania, fue hallado en 1856, tres años antes de que Charles Darwin sacudiera la sociedad de su tiempo con ‘El Origen de las especies’. Años antes, se habían detectado otros restos de neandertales, pero nadie los había identificado como tales. Más adelante, al compás del impulso de la paleoantropología, la comunidad científica fue descubriendo a estos homínidos que habitaron en Europa, Próximo Oriente, Oriente Medio y Asia Central entre 230.000 y 40.000 años antes del presente. Primero los calificaron de inferiores física, intelectual y tecnológicamente, y más tarde fueron desprendiéndose de esa antigua visión peyorativa, sobre todo a raíz de las nuevas investigaciones que probaban sus habilidades de caza, sus expresiones artísticas y su adaptación al medio pero, en particular, por las evidencias que apuntan a que siguen, de alguna manera, vivos en nuestro genoma.

Con sus cejas pronunciadas, nariz grande y mentón inexistente, la supervivencia de nuestros parientes a lo largo de Eurasia durante cientos de miles de años fue en parte gracias al tecnocomplejo musteriense, que caracteriza el Paleolítico Medio, y se basa en la fabricación de lascas y sus derivados, una serie de utillajes como cuchillos o puntas que les permitieron afrontar con éxito los cambios radicales en el clima, en el paisaje y en sus condiciones sociales. Pero durante sus últimos años en la tierra, aparecieron en Europa varios complejos tecnoculturales como el Châtelperroniense, que ha despertado interés en las últimas décadas.

La dispersión geográfica del Châtelperroniense es reducida. Se extiende desde la cuenca de París hasta el norte de la Península Ibérica.

Han sido desenterrados un gran número de restos de neandertales, con mucha frecuencia de sedimentos de cueva, pero el yacimiento de Aranbaltza II, ubicado en Barrika, dispone de un registro insólito en la Península Ibérica: ocupaciones châtelperronienses al aire libre. Desde el año 2013, un grupo internacional liderado por el arqueólogo y prehistoriador del Arkeologi Museoa de Bilbo, Joseba Rios-Garaizar, ha excavado la zona hasta constatar el reemplazo de los últimos neandertales de cultura Musteriense de la región cantábrica, desaparecidos hace 45.000 años, por otros semejantes que, mil años más tarde, trajeron consigo a la península la novedosa tecnología Châtelperroniense.

«Teníamos evidencias que nos indicaban que allí podría haber un yacimiento Châtelperroniense conservado. Queríamos certificar su existencia, darle una cronología para intentar situarlo en ese proceso de los últimos neandertales y, por último, definir las características culturales y tecnológicas del Châtelperroniense en la Península Ibérica», apunta Rios-Garaizar en una conversación con 7K y cuyo estudio ha sido publicado en la revista ‘PLOS ONE’.

El Châtelperroniense se caracteriza por una industria lítica muy avanzada, deriva del yacimiento de la Grotte des Fées, en la localidad de Châtelperron (Estado francés), y la dispersión geográfica de estos yacimientos es reducida, dado que se extiende desde la cuenca de París hasta el norte de la Península Ibérica. La diferencia respecto al tecnocomplejo Musteriense es «radical», destaca Rios-Garaizar. «Ya no hacen lascas sino láminas, objetos más alargados pero sobre todo más estandarizados. La producción sistemática de estas láminas en el taller de sílex que hemos identificado en Aranbaltza les permitió obtener soportes apuntados para fabricar luego las puntas de Châtelperrón, que es el útil característico de este tecnocomplejo», señala.

A lo mejor este giro tecnológico está vinculado con algún cambio en las estrategias de caza. Incluso pudo suponer «alguna ventaja» porque son puntas «muy efectivas» y «estandarizadas», lo que permite reemplazarlas «cuando se rompen o se quedan dentro de un animal», dice Rios-Garaizar. «Pero no debemos olvidar que el Châtelperroniense dura muy poco tiempo. En apenas 4.000 años aparece, se desarrolla y desaparece. Los neandertales se extinguen o se integran en grupos de humanos modernos, y de haber sido una ventaja adaptativa tan brutal tendrían que haberse manifestado de otra manera», matiza.

Mediante el análisis de 5.000 restos, los investigadores han podido definir la tecnología Châtelperroniense para constatar que no existe ningún vínculo con la industria del Paleolítico Medio. «Fue un punto importante porque, hasta este momento, no estaba muy clara cuál era la posición en la región cantábrica, si esta tecnología podía ser fruto de una evolución local o si la importaron de otros sitios», explica Rios-Garaizar. Tras relacionarlo con otros estudios liderados por la doctora Ana Belén Marín, de la Universidad de Cantabria, que apuntan a que los últimos musterienses desaparecieron hace 45.000 años, bien porque se extinguieron o bien porque se marcharon del lugar, el equipo de Rios-Garaizar defiende ahora que se produjo un reemplazo por otros neandertales que llegaron de lo que hoy es el suroeste del Estado francés.

En el estudio publicado en “PLOS ONE” han analizado más de 5.000 restos de tecnología Châtelperroniense. Las excavaciones en Aranbaltza II comenzaron en el año 2013.

Mitos desmontados y misterios de la prehistoria

Los hallazgos sobre su comportamiento han roto con la imagen de brutos y salvajes que se tenía de los neandertales. Esos clichés surgen, de acuerdo con Rios-Garaizar, prácticamente desde el momento en el que se descubren. «El hecho de que su morfología fuese diferente provocó que se les asignara un carácter primitivo, y por eso se entendió que tenían también un carácter primitivo en sus culturas y en sus formas de vida. Además, pronto se estableció que era una línea evolutiva que había quedado extinta, con lo cual, había que explicar también por qué se extinguieron», indica.

Determinar cuál fue la causa del declive de los neandertales sigue siendo uno de los mayores misterios de la prehistoria. «En su momento se utilizó la explicación de que estaban peor adaptados que nuestra especie y esto se reflejaba en estas formas de vida», detalla Rios-Garaizar. Ese discurso nos ha venido muy bien como humanidad existente, apunta. Y añade: «Al compararnos con ellos, podíamos poner en valor o ensalzar nuestras capacidades, nuestra historia, nuestra evolución... porque encontramos una especie humana parecida pero más primitiva, más salvaje y peor adaptada».

Estos estereotipos han ido cayendo desde el mundo académico desde hace más de treinta años, y en los últimos tiempos se han ido desmontando muchos mitos. Pero, si tenían una cultura tan sofisticada y estaban tan bien adaptados, ¿por qué se extinguieron? «Llevamos mucho tiempo trabajando sobre este tema y, hoy por hoy, no tenemos respuestas muy directas, solo la ventaja de que sabemos el final, aunque la genética nos lo ha trastocado un poco», dice. En concreto, las técnicas de análisis genético han dibujado una borrosa divisoria entre los neandertales y humanos modernos. Parte de su código genético pervive en nosotros y, si pudieron generar descendencia fértil, puede que pertenecieran a la misma especie. «Hubo hibridación y, por lo tanto, igual tendríamos que hablar de una especie humana y linajes diferentes dentro de ella. Sabemos que el linaje neandertal desapareció de manera estricta, y lo que persistió quedó totalmente embebido dentro de unas sociedades y humanos anatómicamente modernos», subraya Rios-Garaizar.

Se han intentado buscar las causas que originaron su ocaso muchas veces, poniendo el foco en los desastres naturales, en los cambios climáticos, en la aparición del Homo Sapiens, en los problemas de consanguinidad o en los demográficos derivados de cambios culturales. «Nosotros, con esta investigación, hemos puesto sobre la mesa no tanto la explicación de este proceso de extinción, sino la descripción de este mecanismo de extinción; cómo grupos de neandertales que ocupan de una manera más o menos continuada una región, de repente, en un momento determinado, desaparecen y son sustituidos por otros que vienen a posteriori. Estos procesos de extinción y reemplazo local nos están contando muchas cosas sobre el final de los neandertales», explica Rios-Garaizar. De hecho, el reemplazo no fue un acontecimiento único, sino que se produjo en diferentes momentos y regiones, por lo que las condiciones locales pudieron haber jugado un papel importante en la desaparición de los neandertales.

Asimismo, estas investigaciones conceden pistas para entender, por ejemplo, la explicación sobre el declive de estos homínidos a la que se suele acudir de manera recurrente y con la que Rios-Garaizar se siente más cómodo: «A partir de 70.000 años, hubo cierto declive demográfico, su mundo habitable se comprimió por el efecto de las glaciaciones y esto produjo un cierto empobrecimiento genético y quizás de sus manifestaciones culturales, aunque esto no lo tengo tan claro, pero sí provocó que se empezaran a romper las redes entre los grupos, los nexos y vínculos. Este es, seguramente, uno de los principales argumentos que tenemos». A medio y largo plazo se producen problemas de tipo genético por consanguinidad pero también de tipo cultural, añade, y, de esta manera, las sociedades neandertales se van quedando cada vez más aisladas.

Joseba Rios-Garaizar, científico del Arkeologi Museoa de Bilbo, ha participado en diferentes investigaciones sobre los neandertales que poblaron Aranbaltza. En 2018 participó en el descubrimiento de una herramienta de madera que utilizaron estos homínidos hace unos 90.000 años.

Encuentros sexuales, ¿y también culturales?

La vertiente cantábrica es una de las zonas con mayor registro arqueológico asociado a las últimas poblaciones neandertales y primeras de humanos anatómicamente modernos. ¿Se puede llegar a pensar que convivieron? Según Rios-Garaizar, por ahora no hay evidencias, «pero con los datos que tenemos no se puede descartar esa posibilidad, porque es cierto que las dataciones de distintos yacimientos de humanos modernos se solapan con las Châtelperronienses», afirma. No obstante, no hay pruebas de esa convivencia y, si se produjo, es difícil observarla desde un punto de vista arqueológico, porque seguramente esos grupos chateleperronienses quedarían asimilados dentro de otros de humanos anatómicamente modernos. «Es una cuestión que va a exigir nuevas investigaciones y también nuevos enfoques», destaca.

No obstante, esa coexistencia sí que se produjo en diferentes lugares del continente; compartieron entorno y, como se cita anteriormente, mantuvieron relaciones sexuales. Si se produjo algún tipo de intercambio cultural es más difícil de acreditar, teniendo en cuenta que hace 120.000 años, por ejemplo, ambos poseían una tecnología semejante. Ahora bien, Rios-Garaizar señala que es probable que tuviesen algún tipo de contacto cultural, y se apoya en un ejemplo concreto: «Los primeros humanos modernos que llegan a la región cantábrica empiezan a utilizar sílex de alta calidad que se encuentran en distintos afloramientos del territorio. Este tipo de conocimiento no es fácil de adquirir, es más probable que se transmitiese».

Tras los pasos de Aguirre y Barandiaran

El yacimiento de Aranbaltza fue residencia de neandertales en diferentes épocas. No estuvo ocupado de manera continua pero sí ocasionalmente. La abundancia de sílex motivó que vivieran muchos años en Barrika y, de hecho, las ocupaciones de neandertales tienen una cronología de entre hace 120.000 años y 43.500 años.

Las primeras referencias al patrimonio arqueológico de Aranbaltza las realizó, en la década de 1950, un arqueólogo aficionado llamado Andrés Aguirre. Años más tarde sería Jose Migel Barandiaran, que transitó miles de kilómetros de la geografía de Euskal Herria prospectando, quien realizaría diferentes sondeos frente a Aranbaltza.

De este complejo arqueológico destacan las ocupaciones de Aranbaltza I, un yacimiento prácticamente explotado en su totalidad y donde hay restos de ocupaciones estables de finales del Paleolítico Medio, prácticamente de hace 50.000 años. En Aranbaltza III, un grupo de arqueólogos dirigido por el propio Rios-Garaizar descubrió numerosos restos vegetales conservados y unos utensilios de madera de 90.000 años de antigüedad que fueron utilizados por los neandertales como palos de excavación, los más antiguos de la Península Ibérica. En este yacimiento todavía «queda mucho» por excavar, ya que tiene «una secuencia muy potente de tres o cuatro metros de espesor», apunta el arqueólogo.

En Aranbaltza II, epicentro de los neandertales de tecnología Châtelperroniense, han excavado una gran extensión y prácticamente está agotada en los niveles superiores. El yacimiento se usó como cantera de arena hasta la década de los 60, y esta se llevó por delante gran parte de la prehistoria. El yacimiento tiene cuatro metros de profundidad, pero Rios-Garaizar apunta que «excavar a tanta profundidad, al aire libre, sedimentos saturados en agua y arenosos resulta harto complicado, y por tanto no tenemos previsiones en un breve espacio de tiempo».

En el estudio publicado en “PLOS ONE” han analizado más de 5.000 restos de tecnología Châtelperroniense. Las excavaciones en Aranbaltza II comenzaron en el año 2013.

Preguntas sin respuesta

Además de las causas de su desaparición, todavía hay preguntas sobre los neandertales para las que se busca respuesta. «A mi grupo de investigación hay una cuestión que nos interesa mucho, que es el tema de la historia de los neandertales, es decir, explicar qué tipo de transformaciones culturales experimentaron a lo largo de su historia», dice Rios-Garaizar. Una de las ideas que se ha planteado siempre es que los neandertales tenían una cultura monótona. «Pero hablamos de neandertales en genérico y nos olvidamos de que es una especie que dura 200.000-220.000 años, de que tiene una extensión geográfica bestial y una diversidad cultural que también es muy notable pero a la que no le hemos prestado atención», insiste.

De esta forma, cuenta que se ha intentado describir esa diversidad cultural y entender los proceso de cambios que se han dado en torno a ella. Ello puede conducir a entender diferentes aspectos propios de los neandertales, desde cómo vivían hasta cómo se relacionaban o cuáles eran los problemas que experimentaron.

«Nos quedan muchas cosas por aprender acerca de su comportamiento. En Italia aparecen dos fragmentos de betún acoplados a una herramienta lítica de Paleolítico medio y ya automáticamente decimos que los neandertales utilizaban betún para realizar enmangues. Sí, tenemos la evidencia de que en este punto de Italia lo hacían, pero en el resto del universo neandertal no tenemos pruebas de este tipo», explica.

Esto también ocurre con el comportamiento simbólico. Empieza a ser recurrente en el registro arqueológico los huesos con marcas grabadas, pero hay otros que son infrecuentes como el tema de los enterramientos o el posible arte rupestre. «¿Por qué unos hacen eso y otros no?», se pregunta Rios-Garaizar. Y sentencia: «Son cuestiones que no entendemos demasiado bien. La diversidad neandertal es un tema muy interesante, porque esto nos explica cosas de nosotros mismos, de nuestra propia naturaleza humana».