Quitar capas e ir al meollo: Quién y cómo toma decisiones
Hablar de biodiversidad da pereza. Es normal. Pero esto es más. El último informe de Ipbes va al corazón de las crisis que vivimos. No explica que la biodiversidad está en crisis, sino por qué lo está: porque instituciones como el mercado imponen valores instrumentales restrictivos y cortoplacistas.
En la colección de informes veraniegos sobre las múltiples crisis que atraviesan nuestros días –climática, energética, de la biodiversidad–, el presentado por Ipbes en julio corre el riesgo de ser percibido como uno más. No lo es. Ningún otro sesudo trabajo académico ha tenido que ser defendido por su coordinador principal ante 139 estados de la ONU, cuya aprobación era indispensable para que el informe viera la luz. Ese fue el papel del gasteiztarra Unai Pascual el 7 de julio en el plenario celebrado en Bonn.
La infravaloración doméstica de este informe puede deberse al desconocimiento de la casa que le da cobijo, el Ipbes, y porque el título que lleva –“Los diversos valores y la valoración de la naturaleza”– tampoco invita al entusiasmo lector. Sin embargo, su importancia no solo radica en el peculiar y complejo proceso de elaboración y aprobación del informe, sino también en su contenido: no es un estudio sobre la crisis de los ecosistemas, ni siquiera es un trabajo acerca de las decisiones que causan dicha crisis. Es un informe sobre cómo se toman –y cómo se debieran tomar– esas decisiones que luego afectan a la crisis de la biodiversidad, es decir «a esa diversidad que necesitamos para sobrevivir», en palabras de Pascual.
Es un trabajo descomunal que va retirando capas de la cebolla hasta llegar al corazón de las crisis que nos afectan, no solo la relativa a la biodiversidad. Lo vamos a intentar explicar hoy, con la ayuda de Pascual, antes de darle la palabra directamente a él, en una entrevista que ocupará estas páginas mañana.
Quizá lo primero sea explicar qué es el Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (Ipbes). Una primera aproximación es llamarle hermano pequeño del IPCC, descripción que Pascual acepta de buen grado, pues facilita la comprensión. Es decir, es un panel intergubernamental creado en el marco de la ONU y formado por 139 estados soberanos, que ante la existencia de una crisis de la biodiversidad y los ecosistemas, convocan a científicos de todo el mundo para recopilar la evidencia disponible y obtener asesoramiento. El Ipbes es a la crisis de biodiversidad lo que el IPCC es a la crisis climática, solo que su campo de acción –la naturaleza misma– es mucho más extenso y complejo.
Quizá sea esa la razón por la que el Ipbes no publica informes generales periódicos. Publicó uno general en 2019, que obtuvo mucho eco de la mano de un titular bien pensado para lograrlo: un millón de especies en peligro de extinción. Sin embargo, los informes suelen ser temáticos. Es decir, los estados solicitan un informe concreto sobre cierta cuestión. El primero, por ejemplo, fue sobre polinizadores. No son informes que aporten nuevo conocimiento científico en sentido estricto, sino una revisión minuciosa y metódica del conocimiento existente en multitud de disciplinas sobre una materia. No solo del conocimiento académico, ya que Pascual insiste en que han hecho un esfuerzo ímprobo por incluir todo conocimiento índigena y no reglado que han podido. Y no pueden ser prescriptivos, porque la decisión última es de los estados, lo cual obliga a más de una pirueta retórica. No pueden decirle a un estado que «debería hacer», pero sí le pueden presentar «opciones».
Un largo proceso
Pascual, junto a otros científicos a nivel mundial, llevaba años señalando que debía ponerse el foco en las instituciones –en sentido amplio– que intervienen en la toma de decisiones que afectan a la biodiversidad, y a los valores que predominan en esas instituciones. «Está muy bien hacer informes sobre lo que está pasando en la naturaleza, pero ¿qué pasa con los derechos de propiedad? ¿Qué pasa con los mercados? ¿Qué pasa con quien toma las decisiones en diversos estamentos? Si no abordábamos eso, nunca íbamos a meter el dedo en la llaga y decir: ‘Aquí está el problema y de aquí pueden venir las soluciones’», detalla.
Pero antes de empezar a redactar informe alguno, es necesario que los estados lo consideren necesario y lo soliciten formalmente. Luego hay que lograr la financiación para la logística y la oficina técnica –«aquí ningún académico cobra nada», aclara Pascual– y más tarde abrir la convocatoria para que quienes lo deseen presenten candidatura. «Los gobiernos nominan a muchos científicos de sus países, esas nominaciones van al Panel Multidisciplinar del Ipbes y se seleccionan en base a diversos criterios como la calidad de la investigación, atendiendo a equilibrios regionales y de género», explica.
Y tras la elaboración del informe, que por sí sola toma cuatro años, queda la labor diplomática para que sea aprobada por los estados, con consenso absoluto. El documento clave para ello es el «sumario», un documento de 33 páginas que Pascual describe como «la síntesis de la síntesis de la síntesis». Es la base sobre la que se negocia y por ello, «cada palabra que ponemos aquí está hipermotivada e hipermeditada». «Motivada porque está respaldada por la evidencia científica, y meditada porque, depende de cómo lo redactemos podrá ser aprobado o no», añade el científico, que explica que se negocia palabra por palabra.
«Un trabajo de chinos capuchinos» que luego toca negociar con los técnicos de los ministerios de Medio Ambiente y Exteriores de los estados. «Normalmente no van contra ti, ni contra la ciencia, pero tienen un Gobierno que les marca las líneas rojas y son grandes negociadores. Entonces hay que aprender cómo se juega a este ajedrez, pensar todo el rato cuál es el siguiente movimiento y conocer los puntos críticos de cada país, para valorar si te están abriendo un frente porque de verdad es una línea roja para ellos o porque así pueden negociar después el apartado que de verdad les importa, porque cuantas más cartas tiene un negociador, mejor para él» resume.
¿Y por qué tanto embrollo si es un documento científico? Porque es más que eso. «En el mismo momento en el que se aprueba, este documento deja de ser un informe de los científicos, ya lleva la firma de los estados, es suyo y suya es la responsabilidad de que vea la luz», explica. Por ello, la presión es enorme; sobre sus espaldas recae defender el trabajo de años de muchos colegas y mantener la integridad científica del texto.
¿Y cuántos son? En este último informe hay cuatro coordinadores principales, cada uno de los seis capítulos tiene entre dos y tres coordinadores, y luego un centenar de autores-líderes. Sus características dependen de la materia, pero Pascual, economista él mismo, destaca de este informe que, «por primera vez tienen más peso las ciencias sociales y las humanidades, que las ciencias puramente ambientales y naturales». «¿Por qué? Porque este ha sido un informe sobre los múltiples valores de la naturaleza», añade.
¿De qué valores hablamos?
Es razonable preguntarse de qué hablan cuando hablan de valores de la naturaleza. «Es de una complejidad abrumadora, un filósofo te hablará de los valores éticos o morales, un economista de cuántos euros vale, y un ecólogo del valor intrínseco de cualquier ecosistema», señala. Empezaron a trabajar sobre ello hace casi una década y que un artículo publicado en “Science” por Pascual y otros autores puso los cimientos del marco conceptual sobre el que se asienta el informe.
«En la ciencia se ha hablado en las últimas décadas de los ‘servicios’ de los ecosistemas, como si la naturaleza fuese una fábrica que nos sirve. Pero la realidad es mucho más compleja, quisimos darle la vuelta y propusimos hablar de las múltiples contribuciones de la naturaleza, tanto materiales como inmateriales, para dejar de lado la visión productivista», explica el científico vasco.
En la búsqueda de las contribuciones más valoradas, el desarrollo de este nuevo marco llevó también a poner el foco en las instituciones previamente citadas. «Una institución puede ser, efectivamente, un ente público, pero también todas aquellas normas escritas o no escritas que regulan nuestra vida; el mercado es una institución, y un hábito social enraizado puede serlo también», dice.
«Lo principal era analizar las normas de las que nos dotamos, ver a qué le damos más importancia en la naturaleza y a qué menos; eso es lo que hemos puesto en el centro, el núcleo de la cebolla, el corazón, porque esas instituciones hacen que a unas cosas les demos más importancia y las cuidemos, y otras ni las valoremos ni, por tanto, las protejamos», dice.
Insistamos: ¿qué valores?
Quizá no hayamos contestado la pregunta original: «¿De qué hablamos cuando hablamos de valores de la naturaleza?». «Hay diferentes maneras de entender esto de los valores», empieza Pascual, mientras pone cara de ‘relájate, que esto nos va a llevar un rato’. La concepción más básica, la primera capa de la cebolla, es la de los indicadores: la naturaleza se puede valorar mediante indicadores diversos como el precio de esto o la diversidad de especies en un ecosistema. Números.
Más adelante encontramos valores generales, que tienen que ver con conceptos como la responsabilidad, el cuidado y la custodia de lo que se valora, y finalmente juega un papel importante la concepción que una persona o una cultura tienen de la naturaleza, algo que explican con un juego de palabras: uno puede vivir de la naturaleza, puede vivir en la naturaleza, puede vivir con la naturaleza y puede vivir como naturaleza. Dependiendo del enfoque, prevalecerán unos valores u otros.
Si te has perdido en la explicación es normal. Aquí llega el rescate. Entre los indicadores y los valores generales, el informe sitúa los valores específicos, que son tres, se entienden fácil y arrojan mucha luz sobre el conjunto.
En primer lugar están los valores instrumentales: ¿Para qué me sirve un ecosistema saludable? Para darme materias primas, suelo fértil para plantar alimentos, regula el clima... «porque es instrumento para mi bienestar como individuo y como comunidad», apunta Pascual.
En segundo lugar están los valores intrínsecos. Explicación cortita y al pie: «¿Por qué le decimos a un niño que no mate a esa lagartija? Por el valor intrínseco que le damos al hecho de que esa lagartija viva». No se trata del valor instrumental de algo, sino de su valor per se, por el mero hecho de existir, de estar ahí.
El debate cuando se habla de la conservación de la naturaleza, sigue Pascual, siempre se ha dado entre estos valores intrínsecos y los instrumentales. «¿Qué políticas hacemos para preservar la biodiversidad? ¿Aquellas basadas en el pragmatismo y el utilitarismo, o las que apelan al deber cívico o moral?». El choque entre ambos valores, cuando se da, es real. En Tanzania hay ahora mismo una revuelta masai porque varias ONG conservacionistas, apelando a valores intrínsecos, han creado unas reservas en la que los masais, que han conservado esa área durante siglos, ya no pueden pastorear. «Estos valores se trasladan a diferentes políticas de conservación y tienen impactos sobre la naturaleza y las personas».
Pascual subraya la última palabra, porque una de las obsesiones del informe ha sido incluir la justicia social al lado de la sostenibilidad: «No hablamos solo de cómo afectan las diferentes decisiones a la naturaleza, también hay que saber cómo afectan a las personas, es indispensable».
Volviendo a los valores, Pascual apunta que los valores instrumentales son cruciales y muy útiles, pero alerta contra el reduccionismo de pensar que solo vamos a preservar la biodiversidad y el bienestar de una comunidad apelando a valores instrumentales. «El ser humano no funciona solo con esos valores, protegemos áreas naturales desde hace siglos no por su valor instrumental, sino porque sentimos una obligación moral, y eso es un valor intrínseco, sentimos que tenemos la responsabilidad de conservar la naturaleza y legarla a las futuras generaciones».
Lo difícil, a veces, es compaginar ambos valores. Como cuña, el informe incluye un tercer valor poco tenido en cuenta. Lo llaman valor relacional y apela al vínculo que con un ecosistema, un entorno, una zona, un monte, un mar, un árbol. Si vemos el bosque en el que jugábamos de críos quemándose, no serán los valores instrumentales ni los intrínsecos los que nos moverán, probablemente será esa conexión que tenemos con ese entorno lo que nos empuje. «Los valores relacionales apelan al valor de la relación que tenermos con la naturaleza, no a la naturaleza como mero objeto», añade.
Anticipemos conclusiones
Una vez establecido este marco conceptual, el informe analiza miles de casos de tomas de decisiones, de las cuáles extrae dos grandes conclusiones. Primera: las decisiones que preservan el medio ambiente y garantizan mayor justicia social son aquellas que tienen en cuenta e incorporan en el proceso de toma de decisión la mayor diversidad de valores de la naturaleza.
Segunda: en las instituciones predominantes en la toma de decisiones, léase por ejemplo el mercado, existe una preponderancia flagrante de los valores instrumentales a corto plazo, ligado al desarrollo económico concebido única y restrictivamente como crecimiento del PIB. Y eso, literalmente, está aniquilando la biodiversida del planeta y los medios que tenemos para garantizar nuestro bienestar. Pero esto, y mucho más, lo explicará mañana el propio Pascual.