El pasado 13 de mayo, el premio Nobel de economía Paul Krugman encendió las alarmas de inversores y ciudadanos al vaticinar, en un artículo en ‘The New York Times’, el final del euro y la posibilidad de un corralito en el Estado español y en Italia. Para que ello sucediese, el economista propuso un guión con cuatro actos.
El primer paso para llegar al corralito, según Krugman, lo tendría que dar Grecia, en forma de salida definitiva del euro. Acto seguido se daría una fuga de capitales de los bancos italianos y españoles, que buscarían refugio en Alemania. En tercera instancia, el mediático economista contempla la posibilidad de que los bancos limiten la retirada de efectivo de los bancos –corralito– y que, al mismo tiempo, o de forma alternativa, el Banco Central Europeo (BCE) inyecte cantidades ingentes de dinero a los bancos para evitar su caída. Cuarto acto: o Alemania da su brazo a torcer y asume las reclamaciones de los países en crisis, aceptando una mayor inflación, o se acaba el euro.
Hasta aquí la predicción de Krugman sobre las revueltas aguas de la crisis económica. Se trata, además, de una predicción en forma de pez que se muerde la cola, ya que uno se queda con el dilema de qué hacer, alimentando la Teoría de los Juegos: si sacas el dinero del banco, estás ayudando a que el corralito avance a marchas forzadas. Si aguantas con el dinero en el banco, corres el riesgo de que el resto de personas lo saquen y acabes siendo tú la víctima del corralito. También existe una tercera opción, destacada por el coordinador de Coop57, Ramon Pascual, que radica en dar pasos hacia un cambio del sistema financiero actual y que pasa por fomentar las finanzas éticas y solidarias.
La partida, sin embargo, no se juega entre ciudadanos en pie de igualdad. Se podría decir que las cartas están marcadas, al menos así lo parece al observar la fuga de grandes capitales que se está produciendo en las últimas semanas. Según un informe del Banco de España, en el primer trimestre fueron 90.090 los millones que se escaparon del Estado.
En caso de que finalmente se produjese el corralito, estos movimientos serían la señal inequívoca de que el grueso de afectados sería la gente corriente, tal y como pasó en Argentina hace una década, como bien explica Arcadi Oliveres. En 2001, ante los rumores de la ruptura de la paridad entre el dólar y el peso, que tendría como consecuencia la devaluación de este último, las grandes corporaciones y fortunas pusieron a buen recaudo sus capitales. Cuando se decretó el corralito, meses después, las víctimas fueron los ciudadanos de a pie, que vieron los ahorros de toda una vida secuestrados por las entidades financieras, produciéndose el estallido social por todos conocido.
Pese a que la fuga de capitales es un hecho desde hace meses –de ahí, en gran parte, la elevada prima de riesgo–, el propio Oliveres señala que el paso previo que debería dar Grecia todavía no se ha dado. Es decir, a corto plazo no se atisba, según señalan los analistas, la salida del Estado español del euro o el establecimiento de una moneda común a dos velocidades, posibilidades que implicarían una devaluación de la moneda en el Estado español y acelerarían la llegada del corralito. Las elecciones griegas, sin embargo, están a la vuelta de la esquina y la Troika (Comisión Europea, BCE y FMI) afila los colmillos ante la posibilidad real de unos resultados adversos a sus intereses.