Ese día en que se escriba la historia real, y no la oficial, se terminará por reconocer que casos como el de Lizartza no eran un ejemplo de heroísmo, sino un caso de colonialismo y «apartheid»; que gentes como Patxi López no fueron adalides de ningún cambio ni líderes representativos de ninguna sociedad, sino meros gestores de una situación injusta; y que otras a las que no se puede poner un solo nombre, porque suman cientos, han sido detenidas, golpeadas, incomunicadas, encarceladas y condenadas en estos años por una práctica antidemocrática que se ha prolongado durante toda una década. Lo más urgente ahora debiera ser corregir su situación.
Pero el pasado pesa poco ahora en comparación con el futuro, con todo el futuro que hay por delante. Un futuro en el que se debe poder hacer política en igualdad de condiciones y en el que esa vía, la política, se configura a su vez como la fórmula para conseguir la democracia auténtica en este país, que pasa por reconocerle el derecho a decidir y respetar la decisión que adopte libremente. Tan fácil y tan difícil.
El «pucherazo» no ha conseguido eternizarse. Es significativo que hayan sido sus víctimas las que, con su iniciativa en las condiciones más difíciles para hacer política, le hayan dado la vuelta hasta derrotarlo. Y esa una victoria que les impulsa hacia el reto mayor: democratizar Euskal Herria ganando su derecho a decidir.