Trece años en el poder dan para mucho, más cuando tu objetivo es cambiar de cabo a rabo el funcionamiento de un país. Es por eso que la figura de Hugo Chávez y su revolución bolivariana no dejan indiferente a nadie. Entre amores y odios, aclamaciones al líder y acusaciones de populismo, vale la pena echar la vista atrás y observar la obra de gobierno de este exteniente del Ejército venezolano.
Empecemos por la política. Los detractores de Chávez lo acusan, como poco, de populista, cuando no directamente de autoritario o dictador. La última acusación cae por su propio peso, ya que la comunidad internacional ha dado fe de la pulcritud de los procesos electorales venezolanos –el expresidente de EEUU, Jimmy Carter, lo calificó recientemente como «el mejor del mundo»–. De hecho, cuando ha perdido, como en el referéndum de reforma constitucional del 2007, Chávez lo ha admitido.
Pero va más allá. Aunque sus formas choquen muy a menudo con la idea de lo políticamente correcto instaurada en Europa –véase el programa ‘Aló presidente’– y sus actuaciones rezumen de vez en cuando cierto populismo caudillesco, las reformas políticas de Chávez han radicalizado el sistema político venezolano, avanzando en una democracia directa que tiene como principal efecto el empoderamiento de las clases populares marginadas durante las décadas precedentes. La multiplicación de los consejos comunales, impulsores y fiscalizadores de todo tipo de obras públicas son buena muestra de ello, como también lo es el hecho de que en 2006, el índice de satisfacción de los ciudadanos venezolanos con su sistema político alcanzara el 70%, el más alto de América Latina, 12 puntos por encima del promedio del continente. La movilización popular que paró el golpe de Estado de abril de 2002 fue la mayor demostración.
En lo económico, es cierto que el precio al alza del petróleo durante los últimos años ha ayudado a Chávez a poder poner sobre la mesa unos resultados satisfactorios. La principal novedad de sus gobiernos ha estado en poner los ingentes beneficios petroleros al servicio de la política pública, a través de la nacionalización de empresas en los sectores clave de la producción. Entre los logros de Chávez en este ámbito caben destacar la diversificación de las relaciones comerciales –antes monopolizadas por los EEUU– y la soberanía económica, que le permite no depender, en demasía, de terceros países.
Éxitos sociales
Pero la política económica de Venezuela ha servido, sobre todo, para acercarse a los objetivos sociales de la revolución bolivariana, campo en el que ha conseguido, como lo muestras las cifras, sus mayores éxitos. Valgan algunos datos para demostrarlo. La inversión social en el periodo 1999-2010 se situó en 330 mil millones de dólares, un 20% del PIB, mientras que en la década anterior apenas se llegó al 8%. La pobreza pasó del 70% en 1996 al 23,9% en 2009, mientras que la extrema pobreza disminuyo del 40% al 5,9% –son datos del poco sospechoso Banco Mundial–. El Índice de Desarrollo Humano de la ONU sitúa a Venezuela en el puesto 73 del ránking, por delante de pesos pesados regionales como Brasil o Colombia. Finalmente, el índice Gini, que mide la desigualdad, sentencia que Venezuela es el país más igualitario de América Latina.
Se podría seguir con una larga lista: la legislación laboral es una de las más garantistas del planeta, el sistema de pensiones público cubre a todos los trabajadores, incluidos los informales y las trabajadoras del hogar, y garantiza el salario mínimo a todos los jubilados; un salario mínimo que llega a los 462 dólares –en 1998 era de 185– y es el más alto de toda América Latina. Las Misiones Milagro (sanidad), Ribas (educación secundaria) y Sucre (educación universitaria) han universalizado la sanidad y la educación, reduciendo en un 50% la mortalidad infantil y erradicando el analfabetismo.
El último punto, pero no menos importante, en el que la revolución bolivariana ha cumplido un papel trascendental tiene que ver con la geopolítica latinoamericana. El chavismo ha supuesto un jarro de agua fría para iniciativas estadounidenses como el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), ha sido un bálsamo para la revolución cubana y ha abierto un camino que, con mayor o menor fortuna, han seguido luego países como Brasil, Ecuador y Bolivia, entre otros muchos, siendo capaz de construir contrapesos continentales a la hegemonía estadounidense.
Pero tampoco nos llamemos a engaños. Venezuela no es el paraíso. La corrupción y la violencia siguen siendo problemas de primer orden, la buena marcha de la economía está supeditada al alto precio del petróleo y está por ver el futuro del chavismo sin Chávez. Sin embargo, y a la vista de los datos expuestos, pocas dudas caben de que Venezuela es hoy en día, para la inmensa mayoría de los venezolanos, un país mejor.