La voz de Zinar Ala se entrecorta. Las lágrimas que brotan de sus ojos le impiden seguir recordando las pérdidas humanas de tres décadas de conflicto.
Licenciado en Económicas por la Universidad de Alepo y desde 2005 refugiado en el Estado español, Ala es originario de Kurd Dag -Montes Kurdos, una zona al norte de esta ciudad siria-. Sus actividades culturales y su participación como cantante en fiestas kurdas le costaron 75 días en prisión y ser interrogado por los servicios de inteligencia sirios. Su vivienda era refugio habitual de guerrilleros que «muchas veces llegaban sin brazos, piernas, torturados».
Siwar Ala decide tomar la palabra por su tío para expresar su deseo de que este gesto del PKK sirva de impulso para un nuevo escenario que ponga fin a tanta sangre derramada por un lado y otro. Muestra su esperanza de que «haya paz para todos», porque la estabilidad en Kurdistán Norte beneficiará también a los demás territorios.
En opinión del exmilitante del PDKI (Partido Democrático del Kurdistán Iraní), Rahim Kaderi, nacido en Sardast (Kurdistán Este) y exiliado en Europa desde 1984, «los dirigentes turcos saben que tienen un problema político. Necesitaban a una persona con valor y valentía como Oçalan. Turquía quiere ser líder de en la región y para eso tiene que solucionar el problema, no lo hace por amor a los kurdos». En este tablero de intereses, Kaderi sitúa a Irán como uno de «los detractores de cualquier pacificación en la región. Vive el liderazgo de Turquía como una amenaza».
«Ya sabemos cuál es el camino de los kurdos, ahora nos falta saber qué va a hacer Turquía. Sin la presión de EEUU, que tiene sus propios proyectos para la zona, no habría tomado esta decisión», añade el escritor Rahmi Batur, de Kurdistán Norte.
Abdulsatar Abed, de Kurdistán Sur, comparte las dudas de sus compañeros. «La historia nos ha dejado muchas enseñanzas. Tenemos que esperar. Los kurdos nos hemos caído en más de una ocasión, pero siempre nos hemos levantado. Mantenemos la esperanza y el deseo de mirar hacia adelante».