La cal viva no enterró la guerra sucia
Aquel 15 de octubre de 1983, hoy hace 30 años, era sábado. Joxean Lasa y Joxi Zabala pasaron el día con familiares y amigos de Tolosa, como muchos otros refugiados. Nunca más les volverían a ver. Aunque muchos detalles sigan sin saberse, cien kilos de cal viva no fueron suficientes para enterrar sus restos para siempre. Su drama queda como símbolo de la brutalidad de la guerra sucia. NAIZ ha reconstruido la historia con las actas del juicio celebrado en 1999.
Otro refugiado, Mariano Martínez Colomo, fue el último que se despidió de Lasa y Zabala. Los vio alejarse por la calle Tonneliers tras arrojarles desde la ventana las llaves de su coche, con el que iban a acudir a una fiesta de las ikastolas. Luego se acostó, ajeno a lo que pasaba cien metros más allá. En el aparcamiento, los GAL, la nueva y más trágica expresión de la guerra sucia contra el independentismo vasco, habían comenzado su labor.
«Sigamos, son txakurras»
El sábado al anochecer Baiona Ttipia es un hervidero. Muchos familiares y amigos se acercan a pasar unas horas con los refugiados. La ronda se prolonga y se suceden los encuentros casuales, pero no todos son gratos. En una bocacalle asoma un vehículo de color claro, con dos personas dentro que les observan con detenimiento. Lasa confirma la sospecha general:
-Sigamos, son txakurras.
Su hermano Migel Mari retiene la imagen de uno de ellos, el que se sienta en el lugar del copiloto: una persona fuerte, con barba de una semana. En realidad, la presencia policial española al otro lado de la muga es cada vez más llamativa.
La vida diaria de los exiliados vascos en Baiona se va complicando. Esa misma tarde, los dos amigos se encuentran y se citan para el lunes con Juantxo Nafarrate, que trabaja en el Comité de Refugiados. Unas semanas antes Lasa y Zabala se han topado con un control de la PAF en Sokoa y han terminado en comisaría. Les acusan de tener caducados los papeles. Ambos se quejan de que a los vascos no se les trate como a otros refugiados políticos, por ejemplo, a los polacos, que no sufren un control tan severo.
Desaparecidos sin rastro
El lunes 17 de octubre, Martínez Colomo madruga para ir a trabajar. Le resulta extraño que ni Joxi ni Joxean le han traído las llaves del Renault 4 que les prestó, pero el coche está en su sitio. La sorpresa crece cuando se encuentra la puerta del conductor abierta y una cazadora tirada en el asiento trasero. No tarda en reconocer la prenda, granate. La llevaba puesta Joxi cuando se despidieron, 30 horas antes. En uno de los bolsillos hay un puro roto. Junto a la cazadora, un mechón de cabello moreno.
Martínez Colomo y Nafarrate se mueven rápido. Hablan con un comisario francés llamado Bosley, que les pide que no se precipiten, que ya aparecerán, que igual se han ido a América. La noticia corre de boca en boca entre los refugiados. En Tolosa, las familias comenzarán a pensar lo peor el martes, cuando los noticiarios escupen otra noticia sospechosamente similar: cuatro policías españoles han sido detenidos en Hendaia al intentar secuestrar a un refugiado. Joxe Mari Larretxea se ha llevado una buena paliza. Algo desconocido hasta entonces se está cociendo en Ipar Euskal Herria.
La cumbre de Guadarrama
Tres meses antes de todo esto, el gobernador civil de Bizkaia, Julián Sancristóbal Iguaran, entra en un hotel situado en la sierra de Guadarrama. A la cita han sido convocados varios dirigentes del Ministerio del Interior y del PSOE que tienen algo que decir en la lucha contra ETA. El Gobierno de Felipe González, recién estrenado, tiene este tema en sus prioridades. Sancristóbal resume su diagnóstico:
-El sur de Francia es un burladero.
Hay gestos de asentimiento. Los argumentos se solapan. Para los intervinientes, el Gobierno francés muestra una actitud intolerable, más aún viniendo de un «vecino y amigo». El número dos de Interior, Rafal Vera, se queja de que algunos empresarios pagan el «impuesto revolucionario» en calles y bares de Lapurdi, Nafarroa Beherea o Zuberoa: «Eso lo sabemos nosotros y lo sabe todo el país».
El Ministerio de Interior francés de Gaston Defferre ha hecho un guiño al PSOE abriendo la puerta a futuras extradiciones, pero en esta primavera de 1983 en la balanza todavía pesa más la tradición francesa como tierra de asilo político.
Cita en casa de Galindo
Corre agosto de 1983. Es el segundo verano en Gipuzkoa para el guardia civil José María Velázquez Soriano, que ese día recibe la orden de acudir a una reunión con una localización sorprendente:
-No será aquí, en la Comandancia, sino en casa del comandante Galindo.
Horas después, una docena de guardias civiles tiñe de verde la vivienda del comandante, un piso más en el fortín de Intxaurrondo. La introducción hecha por otro mando aumenta la sorpresa de Velázquez Soriano:
-Ahora os va a hablar el comandante. Escuchadle con total atención. Y si después alguno no quiere seguir aquí, que lo diga y se marche.
El mando más respetado del cuartel aborda el asunto sin rodeo alguno:
-Hemos sido elegidos para dar puñaladas a ETA, pero no como lo hacemos hasta ahora, sino de otra forma. Se trata de pasar a Francia, no de forma legal porque no podemos hacerlo así. Pasar y hacer allí lo mismo que hacemos aquí.
«Dar el golpe y venir»
Pedro Gómez Nieto es el hombre del Cesid en Intxaurrondo. El sargento duda de los planes del comandante, y decide plantear sus reticencias cara a cara:
-Vamos a ver, mi comandante. Nosotros vamos allí, quitamos a una persona de en medio, eso es lo de menos. Usted sabrá qué ganamos con eso. Usted ya sabe que una cosa que podemos lograr es que haya diez adeptos de ETA que se apunten a raíz de eso. ¿Se ha pensado qué publicidad se le va a dar? ¿Qué cobertura pública?
-Ninguna, nada.
-Y la gente, ¿qué pensará?
-Que piense lo que quiera, nosotros no vamos a decir ni pío.
-¿Y eso no puede hacer que se quiten de en medio?
-Claro. Cuando menos se lo esperen preparamos otro golpe, a los tres meses, cinco meses, etcétera, y damos un segundo golpe. Luego, a los siete meses damos un tercer golpe, y luego al año, o cuando sea conveniente... Es decir, nosotros... es actuar sobre ellos lo mismo que ellos hagan sobre nosotros, sin reivindicar nada.
«Han caído dos peces»
Volvemos a la noche del 15 de octubre de 1983. Mientras un coche sospechoso recorre las calles estrechas de Baiona Ttipia, un convoy de la Guardia Civil es atacado con una bomba cuando transita por Oñati. Uno de los agentes, destinados en el cuartel de Aretxabaleta, es golpeado por una piedra en la cabeza y muere en el acto.
Julen Elgorriaga ejerce como gobernador civil en Gipuzkoa. Pese a que ya es medianoche, rápidamente se pone en camino hacia el hospital de Arrasate. La noche es larga, y los representantes oficiales no emprenden camino de vuelta hacia Donostia hasta las seis de la mañana. Elgorriaga viaja con Galindo y con un policía de confianza de escala básica, Angel López Carrillo. Cerca de Soraluze, los acompañantes de Galindo le instan a telefonear con urgencia a Intxaurrondo. El comandante entra en el Ayuntamiento, hace una llamada y vuelve al vehículo. Allí, López Carrillo escucha y graba en su mente la pregunta del gobernador y la respuesta del mando de Intxaurrondo:
-¿Ocurre algo, comandante?
-Buenas noticias. Han caído dos peces en Francia, y se los traen para acá.
Aquel argot no le es nada desconocido a López Carrillo. «Peces» es el nombre que se da habitualmente a los detenidos. Ju- len Elgorriaga sigue mostrando curiosidad:
-¿Y son peces grandes?
-Son más bien medianos, pero mejor es eso que nada.
Pistas falsas y evasivas
Pasan los meses y no hay noticia alguna sobre los dos jóvenes. Se suceden los sobresaltos. Por ejemplo, el 5 de enero de 1984 un comunicante anónimo telefonea a la redacción de «Egin» en Hernani y asegura que la Cruz Roja del Mar ha rescatado un cadáver junto al Kursaal. Es otra pista falsa más.
Para entonces, los GAL ya son noticia. Las siglas han sido estrenadas con el secuestro de Segundo Marey. El Gobierno del PSOE comienza a ser interpelado, y opta por las evasivas. El director de Seguridad del Estado, Rafael Vera, proclama en tono seguro que «no sabemos nada de los GAL, no esperábamos que surgiese nada así. Estamos tratando de buscar alguna información en colaboración con la Policía francesa, que, por otro lado, tampoco nos ha dado muchos datos». El ministro Barrionuevo propone incluso no precipitarse en las indagaciones. Tras incidir también en que lo que está ocurriendo es «muy inesperado», aboga por «tomar un poco de distancia temporal para poder hacer un análisis más efectivo».
El Gobierno francés mira a otro lado igualmente, aunque algunos medios, como ``Le Monde'', apunten ciertas responsabilidades tras las muertes de Ramon Oñederra, Kattu, y Mikel Goikoetxea, Txapela: «Si bien no se puede acusar al Gobierno de Madrid de organizar deliberadamente estos raids de castigo, cada vez se excluye menos que estén montados por medios policiales españoles», dice un editorial.
Alicante, 20 de enero
Nieves Martínez Martínez es locutora de la Cadena Ser de Alicante. El 20 de enero de 1984 se dedica a poner discos de los 40 principales y a enlazar las canciones con sus comentarios. Entre tanto, tiene tiempo de atender las llamadas telefónicas. Y recibe una que nunca olvidará.
-Escuche atentamente lo que le voy a decir. A las tres de la tarde hemos ejecutado a los miembros de ETA Lasa y Zabala. Antes de morir han pedido un sacerdote, pero no se lo hemos concedido, no se lo merecían.
La voz cita una localidad llamada Busot, habla de planes para masacrar manifestaciones de apoyo a refugiados, alude a los GAL... La reivindicación, desgraciadamente, no ha sido grabada.
Para entonces han pasado tres meses desde la desaparición en Baiona. Nadie presta excesiva atención a la llamada salvo un comentario en el programa nocturno «Hora 25». Durante muchos años, los nombres de Lasa y Zabala no aparecerán siquiera en la lista de víctimas del GAL. Y será imposible saber, hasta el día de hoy, si efectivamente aquel 20 de enero de 1984 fue el día en que les quitaron la vida.
La cara de sorpresa de la locutora es similar seguramente a la que pone Josu Mujika, un joven detenido en Tolosa, ante la alusión del guardia civil que le interroga unos días después:
-¿No sabes de dónde viene tu caída? Te lo voy a decir. Viene de la de Lasa y Zabala, ¿y sabes dónde están ésos? Muertos y bien enterrados, bien lejos.
Unos huesos en cal viva
Ramón Soriano Poveda, escopeta al hombro, se ha adentrado por un paraje perdido de Busot. Sus perros no dejan de ladrar. Al acercarse, comprueba el motivo: una especie de fosa dejada al descubierto por la lluvia y la erosión, en la que aparecen unos huesos humanos. Antonio Bru, forense, confirma el macabro hallazgo: dos cadáveres cruzados, casi completos, con los ojos y la boca amordazados, con vendas con restos de mercromina en piernas y tórax, gasas, tiritas y, lo más sorprendente, 100 kilos de cal viva alrededor. Alguien tenía mucho interés en acelerar la descomposición de los cuerpos. Unos cuerpos vendados y ensangrentados. En sus cráneos se descubren impactos de bala.
La verdad se desentierra
Han pasado once años. De repente, el PP ha puesto la guerra sucia en primera plana informativa como batalla final para descabalgar al PSOE de La Moncloa. Un veterano comisario de Alicante, Jesús García, relee los abundantes dossieres de prensa sobre los GAL. Y a su mente vuelve otra vez el hallazgo nunca esclarecido de Busot. Llama al forense Bru. Los restos enterrados en cal viva siguen en la morgue del cementerio.
El comisario se hace preguntas, y todas terminan en un sí. Las balas pertenecen a la marca Geco, las mismas que mataron a Oñederra en 1983 o a Perurena y Gurmindo en 1984. La fecha del secuestro de Lasa coincide con el intento de captura de Larretxea y el tormento de Marey. Y son dos personas, como los desaparecidos. Dema- siadas casualidades.
En secreto total, se hacen las pertinentes pruebas de ADN. Son ellos. Han hecho falta once años, cinco meses y cuatro días para confirmar que Joxean Lasa y Joxi Zabala están muertos y enterrados a casi 800 kilómetros de casa.
«Me lo quedo, Pte.»
Los descubrimientos reactivan la batalla entre PSOE y PP, y en este contexto aparecen testimonios como el de Ricardo García Damborenea, ex dirigente del PSOE ahora en el PP. Su confesión pone sobre la mesa la llamada «acta fundacional de los GAL». El ex responsable del Cesid Juan Alberto Perote añade que él mismo avisó a sus superiores de que iban a comenzar los atentados contra refugiados. Fue el 28 de setiembre de 1983, apenas tres semanas antes de la desaparición de Lasa y Zabala.
Perote dice que su jefe, Alonso Manglano, escribió como respuesta: «Me lo quedo, Pte. para el viernes». Pero «Pte.» acabará siendo «pendiente» y no «Presidente».