Se decía que todo era posible sin violencia. La elección de dos tercios de parlamentarios abertzales en la Cámara de Gasteiz se celebró con entusiasmo por amplias bases nacionalistas de este país. Sin embargo, los parámetros por los que discurre la actividad política institucional en la CAV están muy lejos del salto cualitativo que cabía esperar de este «nuevo tiempo». Más bien se observa que los referentes mentales con los que actúa el Gobierno de Iñigo Urkullu y el PNV de Andoni Ortuzar parecen estar anclados en los tiempos de José Antonio Ardanza, los años de los grandes acuerdos con el PSE para gobernar, de la continua posposición de los avances en el autogobierno y la soberanía, y del Pacto de Ajuria Enea con el que tratar de llevar a la izquierda abertzale al carril del arrepentimiento y la asunción de sus pecados.
Estabilidad con el PSE
El secretario general del PSE, Patxi López, anunció ayer que su partido decidió el lunes «facilitar» la aprobación de los presupuestos de Lakua para 2014 y no presentar enmienda a la totalidad al proyecto. Advirtió, como corresponde al guión, que esto no supone «un cheque en blanco» para el Ejecutivo autonómico. Según explicó, por el momento su partido mantiene lo que dice es «una abstención crítica», y precisó que la negociación presupuestaria «no acaba hasta el último día».
Sin embargo, al margen de las necesarias escenificaciones, lo cierto es que el PSE se comprometió a permitir la aprobación de los presupuestos el mismo día en el que firmó con el PNV el «Acuerdo para conseguir una Euskadi más moderna, solidaria, sostenible y competitiva», y que va más allá de lo presupuestario y lo fiscal. Se adentra en un compromiso de gobernabilidad e incluso de acuerdos sobre la arquitectura institucional. Es decir, como cuando Txiki Benegas decidió, tras la escisión del PNV, sostener al recién llegado José Antonio Ardanza a fin de evitar los contratiempos que pudieran haber supuesto para los intereses del Estado español otro tipo de fórmulas de gobierno con las nuevas siglas.
Para cuando Patxi López anunció ayer la decisión de su partido, en el Ejecutivo de Urkullu ya se daba por descontado su apoyo. En la rueda de prensa semanal que sigue a las reuniones del Consejo de Gobierno, el portavoz del Gabinete, Josu Erkoreka, valoró positivamente lo dicho por el PSE, pero recordando que es fruto «de un trabajo conjunto que se desarrollado durante los últimos meses hacia la búsqueda de un escenario de estabilidad presupuestaria e institucional, que ponga las bases que permitan avanzar hacia la recuperación económica, la reactivación de la economía y la creación de empleo».
Hoy es preciso recordar que el 16 de setiembre, el día en que PNV y PSE firmaron su acuerdo, con el lehendakari ejerciendo de comprometido notario, Andoni Ortuzar, presidente del EBB, aseguró que «Euskadi se abre hoy a un nuevo futuro». Añadió que «es un gran día para el conjunto del pueblo vasco» porque este acuerdo «consolida y refuerza el modelo social vasco, el conocido 'modelo Euskadi'». Explicó que las certidumbres que plantea «nos van a permitir centrar todo nuestro esfuerzo en el estímulo de la economía y la creación de empleo».
Iñigo Urkullu, por su parte, celebraba el fin de «la política de bloques» que habían representado sus dos antecesores (el propio López e Ibarretxe). Y tuvo un recuerdo muy positivo para la era Ardanza. Según su visión, «desde mediados de los 80 se tejieron unas complicidades políticas para construir Euskadi desde la democracia y en base a valores compartidos: el autogobierno y la recuperación económica. Vivimos quince años de determinados entendimientos y acuerdos, de compromiso con un proyecto compartido».
Ese modelo de acuerdos con el PSE es el que gusta a Iñigo Urkullu y a Andoni Ortuzar (que durante aquella época ocupó varios altos cargos en Ajuria Enea), y próximamente se verá extendido a la reforma de la «arquitectura institucional» de la CAV.
Resulta previsible, además, que esto también tenga algún tipo de traducción tras las próximas elecciones municipales y forales. Sería la constatación total de la vuelta a esa época de la que los actuales dirigentes jeltzales guardan tan buen recuerdo, gobernando al alimón todas las instituciones con el PSE. Y, evidentemente, no será el partido que todavía dirige Patxi López el que haga ascos a la posibilidad de recuperar poder institucional, algo de lo que tan necesitado está últimamente.
Nuevo estatus de consenso
Otro elemento que hace temer un estancamiento en los años 80 y 90 es el referido a los prolegómenos que se están viviendo para la creación de la ponencia parlamentaria sobre el futuro del autogobierno.
Se trata de un ámbito político en el que la actual mayoría abertzale del Parlamento de Gasteiz, de prácticamente dos tercios del mismo, permitiría trabajar con una clara visión nacional y soberanista.
A nadie se le escapa que concretar un nuevo marco de relaciones con el Estado español o con Europa, según dice preferir el PNV, obliga a tejer amplios consensos que recojan también las concepciones nacionales que albergan PSE y PP. Pero para afrontar la reforma del actual marco, en el que el unionismo no solo se encuentra comodísimo, sino que le concede toda la ventaja política, hay dos fórmulas principales. Una, apoyarse en una importante movilización social y hacerle ver a PSE y PP que la mayoría del Parlamento es la mayoría y que tendrá que jugar en ese terreno. O concederle de entrada capacidad de veto. Llamativamente, al menos en estos primeros compases, la elección del PNV es esta última. La opción jeltzale es huir de la confrontación democrática y no incomodar al unionismo.
En una entrevista publicada este domingo en «El Correo», la periodista le preguntaba al portavoz del Gobierno, Josu Erkoreka, si «la inminente puesta en marcha de una ponencia de autogobierno ¿supone un riesgo de crispación y enfrentamiento?». Y la respuesta de Erkoreka fue que «la máxima que ha guiado todos los mensajes de este Gobierno sobre el nuevo estatus político es que o descansaba sobre el consenso o será mejor posponerlo. Por eso, esa hipótesis que usted plantea será poco posible que se produzca».
Con esta premisa de salida, ¿cuál es la estrategia más fácil para aquellos que como el PP y el PSE no quieren que nada cambie? Negar la posibilidad de un consenso y, por tanto, provocar que, como dice el portavoz del Ejecutivo, la iniciativa «se posponga».
En todo caso, ¿en qué estará pensando el PNV al hablar de nuevo estatus? El presidente del EBB, Andoni Ortuzar, hablaba ayer en Radio Euskadi de ser «nación en Europa». Cuando el entrevistador le preguntó si nación o estado, respondió que «si hubiera querido decir Estado, hubiera dicho Estado». Luego concretó -es un decir- su proyecto en que «hoy, para ir a Bruselas, los vascos tenemos que pasar por Madrid. Es un anacronismo y una pérdida de tiempo enorme. Nosotros queremos ir a Bruselas directamente».
Más taxativo fue Josu Erkoreka cuando le plantearon abiertamente la cuestión de si habrá consulta. Su respuesta lo dice todo: «Cualquier reforma estatutaria debe someterse a consulta inevitablemente».
Podría entenderse, por tanto, que el PNV está buscando una reforma estatutaria. Lo decía ayer también Ortuzar: «El único que no se ha reformado en estos 35 años ha sido el Estatuto de Gernika». Pero más bien cabe pensar que, si no hay una movilización social que obligue a dar pasos, lo que pretenderá será mover el tema durante la legislatura en el Parlamento, sabedor de que no llegará a nada concreto, y hacer de esta cuestión bandera electoral para las próximas elecciones autonómicas.
Acuerdos sin uno
En la mencionada entrevista en Radio Euskadi, y hablando del consenso estatutario, Andoni Ortuzar dijo que en 1979 se quedaron fueran AP y HB. «Pues nos gustaría -apuntaba el presidente del EBB- que esos dos extremos se incorporaran y, si no pueden ser los dos, al menos que uno de ellos». Al margen de que Ortuzar sabe perfectamente que los herederos del PP son entusiastas defensores de la actual situación del Estatuto, la pregunta es si en serio el PNV está dispuesto a repetir un acuerdo sobre el marco que deje fuera a EH Bildu, segunda fuerza del Parlamento con 21 escaños.
De las palabras del máximo dirigente jeltzale habrá que desprender que sí, como parece estar satisfecho de haber conseguido acercar a su Plan de Paz y Convivencia a PSE y PP, introduciendo en él un documento forjado durante la exclusión de la izquierda abertzale de la actividad institucional, y que sabía explícitamente que era objeto de controversia con EH Bildu.
El Plan redactado por Lehendakaritza va mucho más allá de su mención al llamado «suelo ético», y recoge algunas iniciativas novedosas que rompen con el pasado y miran al futuro. Sin embargo, la contextualización que se hace de todas ellas y el empeño que desde el Gobierno y el PNV ponen en convertirlo en una especie de examen a EH Bildu nos retrotrae a la imagen de aquel Pacto de Ajuria Enea, cuyos integrantes por una parte diseñaban estrategias para criminalizar a la izquierda abertzale y ocupar por ejemplo sus alcaldías, y por otra insistían en que estaban abiertos a que se sumara a la Mesa... siempre que pasaran por el aro.
«Es preocupante que la izquierda abertzale no supere su enganche con la violencia», decía el domingo Josu Erkoreka. El lunes, el lehendakari, Iñigo Urkullu, volvía a situar en EH Bildu el único problema de su Plan de Paz y le pedía que no hiciera «una utilización interesada del mismo».
Según Urkullu, la coalición independentista ya ha asumido de hecho el «suelo ético» al participar en la Ponencia de Paz y Convivencia. Si esto es así, ¿por qué el PNV la mantiene en suspenso desde que se marchó el PSE? Volvemos a las evocaciones de los años 80
Lo peor es que Lehendakaritza y Sabin Etxea saben que en la cuestión de la paz y la convivencia -uno de los que debieran ser los ejes centrales del mandato de Iñigo Urkullu- están estancados. En la CAV el Parlamento no se mueve, bloqueado primero por el PP y ahora también por el PSE, y en Moncloa no responden ni a las propuestas ni a las llamadas del lehendakari.
En esta circunstancia, una vez más, en lugar de plantarse ante Madrid y diseñar desde Euskal Herria caminos de solución, lo que Lehendakaritza y Sabin Etxea pretenden es que Sortu se arrepienta de su pasado y de su presente, para vender esa piel de oso cazado a Rajoy, en la esperanza de que así se mueva algo y puedan aparecer como los líderes de la normalización.
«Adecuación» de la Ertzaintza
Y en este contexto nos encontramos con que cualquier intento de dar transparencia a la actuación de la Ertzaintza se presenta como una campaña de desprestigio de la izquierda abertzale, al tiempo que se asciende hasta la más alta jefatura al máximo mando policial de los agentes que provocaron la muerte de Iñigo Cabacas.
Se puede discutir cuál es la responsabilidad penal o administrativa de Jorge Aldekoa en aquella muerte, pero lo que seguro que todos los aficionados del Athletic y la mayoría de la ciudadanía del país piensa es que no resulta la persona adecuada para ser premiada con el gordo del reparto de jefaturas. Por muy amigo de sus amigos que sea. Porque vistos los resultados, la calidad profesional que se le atribuye es discutible.
Resulta significativo, en todo caso, que para la adecuación de la Ertzaintza a los nuevos tiempos, para su renovación, no se cuente con jóvenes profesionales, sino que se eche mano de los más viejos del lugar, de apellidos ligados, en algunos casos, a los momentos más negros de los años 80 y 90. El pasado que no se ha ido.