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Donostia

Rosa Jimeno, el «cebo» de la emboscada

Rosa Jimeno, la segunda superviviente de la emboscada de Pasaia, fue secuestrada por la Policía española cuatro días antes del operativo contra los militantes de los Comandos Autonómos Anticapitalistas (CAA). Bajo torturas y amenazas, fue obligada a establecer una cita con ellos, quienes accedieron a acudir sin tener sospecha alguna de lo que iba a ocurrir.

Rosa Jimeno ofreció su testimonio a GARA en una entrevista realizada en 2008. (Gari GARAIALDE/ARGAZKI PRESS)
Rosa Jimeno ofreció su testimonio a GARA en una entrevista realizada en 2008. (Gari GARAIALDE/ARGAZKI PRESS)

Todo comenzó el 18 de marzo de 1984, cuando Rosa Jimeno era arrestada por la Policía española. La captura se produjo en Donostia, en la plaza Pío XII, cuando la joven oriotarra se aproximaba a un vehículo de los CAA que debía mover de su ubicación. La Policía tenía el coche controlado de antemano. Nadie supo de su arresto.

Recuperamos su relato del texto «Bahía de Pasaia, la emboscada impune», publicado en GARA en el año 2008. En el mismo detalla cómo mediante torturas, y colocándole una pistola en la nuca la obligaron a telefonear a su casa y a su trabajo para indicar que no aparecería en unos días. Los agentes la obligaron a argumentar que tenía que ayudar a una amiga embarazada, por lo que pasaría unos días fuera de casa.

Sus padres conocían demasiado bien a su hija, por lo que sospecharon de la llamada. Incluso acudieron a comisaría a preguntar por su hija, pero la detención fue registrada con una identidad falsa, por lo que el nombre de Rosa Jimeno no figuraba allí. «Querían mantener el arresto en secreto... al fin y al cabo fue un secuestro», explicaba.

En el momento de la detención, la joven portaba un número de teléfono que pertenecía al domicilio de Ziburu en el que se encontraba su compañero Dionisio Aizpuru, ‘Kurro’. Jimeno explicaba que las torturas de la Policía española no cesaron hasta que lograron que concertara una cita con él.

Todo estaba a punto ya para la emboscada. La cita había sido fijada para el 22 de marzo a las 22.00, en unas rocas cercanas al puerto de la bahía de Pasaia. Tres destellos de una linterna serían la señal acordada para indicar que el lugar «estaba limpio».

Ese día, hacia las 19.00, los cinco integrantes de los CAA, junto a la perra Beltza, emprenden el camino desde Ziburu en una lancha tipo Zodiac. Casi al mismo tiempo, Rosa Jimeno es trasladada por la Policía al sitio concertado. Antes, sin embargo, al salir de comisaría puede observar los preparativos del operativo. «Había mucho movimiento y los policías, todos con chalecos antibalas, cogían armas y más armas... Yo me puse muy nerviosa y les preguntaba, inocente de mí, para qué querían esas armas, a la vez que les gritaba que me habían prometido que solo los iban a arrestar», relataba conmocionada por el recuerdo.

«Todo parecía normal»

Justo cuando comienza a oscurecer, los agentes la trasladan hasta el lugar concertado. La bajan hasta las rocas y allí le atan las piernas con una cuerda. El policía que portaba el otro cabo de la cuerda y que debía tirar de ella permanece escondido.

Llega la hora y la barca aparece por la bahía pasaitarra. Sus cinco tripulantes ven de lejos a Rosa Jimeno y la linterna que porta realiza la señal convenida. «Todo parecía normal y nos acercamos», recordaba Merino.

En pocos segundos la tranquilidad de la noche va a desaparecer, la oscuridad se disipará ante los potentes focos de la Policía y el mar se teñirá del rojo de la sangre.

Tras la emboscada y durante la misma, Jimeno no puede ver nada, ya que permanece retenida a punta de pistola, boca abajo. Sufre un grave estado de shock nada más escuchar los disparos y rompe a gritar. Cerca de donde se encuentra se van amontonando los curiosos. La oscuridad y la situación lejana del enclave no les permite ver los hechos, pero sí pueden advertir la situación en que se encuentra la oriotarra. Los vecinos piden incluso a los policías, que tienen cortado el acceso, una ambulancia para que la joven sea asistida.

Cuando todo acaba, los cuerpos sin vida de los cuatro jóvenes son transportados a la Comandancia de Marina, donde permanecen hasta ser llevados al depósito de cadáveres del cementerio donostiarra de Polloe. De esta forma se saltan el procedimiento judicial regular, que establece que el levantamiento de los cadáveres debe realizarse en el lugar de los hechos por un juez forense para esclarecer, mediante un proceso de investigación, los motivos del fallecimiento.

A Jimeno la llevan directamente a la comisaría de la Policía española en Donostia. Al día siguiente es trasladada a Madrid, y tras once días incomunicada pasa por la Audiencia Nacional española. Todo el periodo de incomunicación lo pasa preguntando por el estado de sus compañeros. Le aseguran que están vivos. No sabría la verdad hasta llegar a prisión, donde permaneció más de tres años.