Existen personas de edad avanzada y vitalidad arrolladora y gentes que, aunque su fecha de nacimiento le presuponga juventud, generan la sensación de cargar con el peso de la historia. Estos últimos son los «viejóvenes», personajes que no pueden evitar aparecer como una reminiscencia en blanco y negro y desprender «algo» que los presenta como más mayores que lo que en realidad son. Alguien lo definió como «cabeza de viejo y cuerpo de joven» y algo así le ocurre al PSOE y a su reiterado «cambio». Que por mucho esfuerzo estético que despliegue, siempre termina dando un giro de 360 grados y pareciéndose a Felipe González. Su problema, ahora, es más grave, ya que su crisis es la del sistema del que Ferraz es el principal arquitecto. El mensaje «renovador» de Pedro Sánchez es difícilmente sostenible desde la reivindicación de un pasado que se considera glorioso y que es, precisamente, el momento de esplendor del régimen que ahora hace aguas. Convencidos como están del sostenella y no enmendalla, lo que manda en el PSOE no es la atención al mensaje de los ciudadanos, sino los equilibrios internos y el blindaje. Eso es el PSOE y eso fue lo que votaron, conscientemente, sus militantes en julio. Por eso están a la defensiva y observan el descalabro sin comprender qué ocurre. Enfrascados en mirarse hacia dentro, hace tiempo que dejaron de comprobar que en el exterior se abre un desolador páramo.