«Que se olvidara a José Miguel sería como matarlo dos veces»
Un gran retrato de José Miguel en el centro de la cocina parece saludar a quien entra en la casa familiar de Iruñea. Celes, la madre, lleva otra foto siempre encima, en la pantalla del móvil. Patxi, el aita, falleció hace ocho años y sus cenizas descansan dentro del monolito de Lizartza, en el que se ve la imagen de los dos, padre e hijo, agarrados y sonrientes en una visita en Lapurdi. Ya estaba allí refugiado.
Un gran retrato de José Miguel en el centro de la cocina parece saludar a quien entra en la casa familiar de Iruñea. Celes, la madre, lleva otra foto siempre encima, en la pantalla del móvil. Patxi, el aita, falleció hace ocho años y sus cenizas descansan dentro del monolito de Lizartza, en el que se ve la imagen de los dos, padre e hijo, agarrados y sonrientes en una visita en Lapurdi. Ya estaba allí refugiado.
Aunque haya pasado tanto tiempo y tan lento, queda claro que todo sigue girando en torno a la ausencia. Recientemente han regresado a Ziburu con una foto en la mano; querían volver al lugar en que hace 34 años se halló el coche de Naparra, la última pista. Patxi se guardó el volante como recuerdo. Les costó, pero encontraron el sitio exacto. Y siguen buscando y clamando. Nunca lo han dejado.
¿Qué sensación tienen cuando cuentan su caso, por ejemplo en la ONU? ¿Notan sorpresa al descubrir que también hubo desapariciones en esa «transición» que se pinta modélica?
Eneko ETXEBERRIA: No sabría decirlo. Son profesionales, es un sitio serio y solemne, y se podría decir que las caras son de póker. En 2013 ya estuvimos en Gasteiz con el presidente del Grupo de Trabajo sobre Desapariciones, Ariel Dulitzki. Le presentamos un dossier y fue él quien nos hizo ver la opción de esta denuncia. Lo importante es que la ONU asuma que es una desaparición forzosa.
¿Y en Euskal Herria? ¿Ven también caras de póker cuando explican su caso? ¿Encuentran mucha gente que no lo sabe?
Celes ÁLVAREZ: Sí, mucha. Es un tema que pasa desapercibido.
E.E.: Y no solo en otros entornos, ¿eh? También en el nuestro.
Dolerá especialmente tener que explicarlo en esas situaciones. ¿Incluso encuentran quien pone en duda que haya sido así?
C.A.: No, eso no pasa.
E.E.: Pero ver que no se conoce te fastidia, evidentemente. Por eso, esta es nuestra lucha, que no se olvide la desaparición de mi hermano. Que se olvidara sería como matarlo dos veces. Cuando desapareció yo tenía 17 años y han pasado ya 34. O sea, llevo dos tercios de mi vida con esto, que se dice pronto. Pero seguiremos y después, si hace falta, seguirán los que nos siguen.
¿Cómo es el día a día, qué peso tiene esa ausencia?
E.E.: Total. Además, hasta hace bien poco recibíamos sus tarjetas del censo electoral a pesar de haber realizado años atrás los trámites legales para declarar su fallecimiento. Pero no lo olvidamos un solo día, está en todo.
Las familias de Lasa y Zabala comentaban hace poco que pese a lo duro que fue conocer lo que les pasó, los peores fueron los once primeros años, los de la desaparición. En su caso, todavía están en esa fase, y son 34..
C.A.: Sí. Tener un hijo en la cárcel, o incluso muerto, es muy duro, pero no saber dónde está...
E.E.: Ama, si tuvieses el cuerpo, al menos descansarías...
C.A.: Sí, eso es verdad. No tener el cuerpo... parece como si José Miguel no hubiera existido.
¿Llega un momento en que se pierde toda esperanza?
C.A.: Aquellos que decidieron y ejecutaron la desaparición de José Miguel han tenido más de 30 años para decir qué hicieron con él y no lo han hecho. Pero nunca hemos perdido la esperanza, desde el día de la desaparición hasta hoy.
C.A.: Mi marido solía decir que con dinero quizás hubiésemos sacado algo. Quizás. Los que andaban ahí eran mercenarios.
E.E.: Pero ahora... ha pasado ya mucho tiempo. Es una lucha contra el tiempo. Aita ya se fue sin lograr encontrarlo. ¿Cuándo? ¿Cómo? Más de lo que hemos buscado... Debe haber voluntad por parte de alguien, porque tiene que haber gente que lo sepa, tiene que haber documentos clasificados o no clasificados...
¿Sienten impotencia, rabia...?
C.A.: Yo siento odio, lo tengo que decir así. De mi hijo no me puedo olvidar. Y de cómo desapareció, todavía menos.
E.E.: ¿Qué le habrían podido hacer? Yo no soy capaz de ver la película sobre Lasa y Zabala. Sería imaginar todo lo que le pudo haber pasado... no puedo.
El Gobierno de Lakua ha dado algún paso como encargar una investigación sobre la tortura en estos años, pero el de los desaparecidos sigue siendo capítulo pendiente. ¿Qué le piden?
E.E.: En su día nos reunimos con Txema Urkijo y Maixabel Lasa. El caso de mi hermano está incluido en su informe de vulneraciones de derechos humanos. Es algo. Pero sí le pediríamos que no se dejasen arrastrar ni doblegar en el relato que quiere trasladar el Estado español, negando la consideración de víctimas a todas las que no sean de ETA. Y a las instituciones de Navarra, porque mi hermano era navarro, que empiecen a tomar en consideración a todos aquellos que han sufrido conculcaciones de derechos humanos, que ya es hora.
Nos falta saber una cosa. ¿Cómo era José Miguel?
E.E.: Militante, ante todo. Lo tenía muy claro.
C.A.: Y cariñoso. Estos dos se enfadan cuando lo digo, pero era el más cariñoso de los tres. A veces miramos su foto y le decimos: `¡Pero cuánta guerra nos has dado, hijo!, Si supieras...'.