«Tú conoces la historia y mucho más, y no te lo pueden perdonar», cantó el cubano Pablo Milanés. «Ella cuenta los minutos, ella cuenta los días, ella es un dulce ángel negro», clamaron los Rolling Stones. «Angela, te metieron en la cárcel; Angela, eres una de las millones de presas políticas en el mundo», susurraron a dúo John Lennon y Yoko Ono.
La persecución y detención de la activista Angela Davis desató a principios de los años 70 una oleada de solidaridad internacional, cristalizada en la campaña «Free Angela & All Political Prisoners». Una campaña que ella misma ha reconocido como clave a la hora de resultar absuelta en un juicio en que el FBI (que la tuvo entre las diez fugitivas más buscadas del país) y la Fiscalía pidieron hasta tres condenas a muerte. Por negra, por mujer y por comunista, ha ironizado en más de una ocasión, haciendo referencia a un trinomio que ha acompañado muchos de los trabajos de esta discípula de Herbert Marcuse y que da título a su obra más conocida: ‘‘Mujeres, raza y clase’’.
Poco que explicar a Davis, por lo tanto, sobre lo que supone ser perseguida por su activismo. Y poco que contarle sobre la importancia de las campañas a favor de la liberación de los presos políticos. Muchos, y muy famosos, firmaron en su día a favor de su liberación y ahora es ella la que estampa su firma a favor de la libertad de Arnaldo Otegi y del fin de la dispersión de los presos vascos. Lo mismo cabe decir de muchos de los otros 23 firmantes de la declaración presentada el martes en el Parlamento Europeo, que ven en las historias de Otegi y de los presos políticos vascos retazos de su propia vida.
Tal es el caso, más cercano en el tiempo y el espacio, de la kurda Leyla Zana, presa política durante una década en las prisiones turcas. En 1991 se convirtió en la primera diputada kurda del Parlamento turco, después de conseguir el 84% de los votos en Amed. Que nada sería fácil quedó claro el día en que tomó posesión de su escaño. Vestida completamente de negro, con una discreta cinta con los colores del Kurdistán (rojo, verde y amarillo) en la cabeza, Zana osó arrancar su discurso señalando que juraba el cargo en nombre de «la hermandad del pueblo kurdo y del pueblo turco». Y lo hizo en lengua kurda, en medio de un tremendo abucheo.
En 1994 fue detenida junto a tres compañeros, procesada y condenada a 15 años de cárcel, acusada de pertenecer al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). «He defendido la democracia, los derechos humanos y la hermandad entre los pueblos, y lo seguiré haciendo mientras viva», reivindicó en su alegato final, rodeada de militares. Las instituciones europeas se hicieron eco del caso desde el inicio y ya en 1995 le otorgaron el premio Sajarav a la paz (galardón concedido por el Parlamento Europeo). Posteriormente, las autoridades europeas presionaron en más de una ocasión al Estado turco (ansioso por entrar en la Unión europea) para que liberaran a Zana. Una presión y una implicación que el abogado y facilitador sudafricano Brian Currin reclamó el martes en Bruselas para los casos de Otegi y los presos vascos. Después de que el Estado turco ignorara la sentencia de 2001 del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) a favor de su libertad, Zana fue finalmente liberada en 2004 y en la actualidad vuelve a ejercer como diputada en el Parlamento turco, después de que una nueva condena del TEDH obligara al Estado turco a indemnizarla con 9.000 euros.
De la cárcel al aplauso global
Pero para años de cárcel los del sudafricano Ahmed Kathrada, juzgado en el proceso de Rivonia junto a otros ilustres líderes del movimiento antiapartheid como Nelson Mandela y Walter Sisulu. Condenado a cadena perpetua, pasó 26 años en la cárcel, 18 de ellos en la tristemente famosa isla penitenciaria de Robben Island. Fue liberado el 15 de octubre de 1989, en los últimos estertores del régimen del apartheid, en cuyo final, cabe recordarlo, tuvieron un papel fundamental la presión y el boicot internacional. De hecho, nada más salir de prisión se implicó de lleno en la campaña internacional por la libertad de Mandela, de quien posteriormente se convirtió en uno de los asesores más cercanos.
También la implicación internacional resultó fundamental en el proceso de paz norirlandés, algunos de cuyos protagonistas, como Gerry Adams y el reverendo Harold Good, engrosan la lista de apoyos a la campaña «Free Otegi & Free Them All». Sobre el exprisionero republicano y líder del Sinn Féin, poca cosa queda por añadir que no se sepa por estos lares, si bien no está de más recordar, al hilo de la internacionalización, la importancia que tuvo el reconocimiento de Adams como interlocutor válido. Fue recibido, incluso antes de los acuerdos de Viernes Santo, por jefes de gobierno como el irlandés Albert Reynolds (1994), el estadounidense Bill Clinton (1995) y el británico Tony Blair (1997).
Aunque para conseguir reconocimiento internacional no hay nada como subir al estrado de las Naciones Unidas como presidente democrático de un país y soltar un discurso memorable. Tal es el caso del hasta hace un mes presidente uruguayo, José «Pepe» Mujica, uno de los líderes tupamaros entre los años 60 y los 80 y encarcelado durante quince años en condiciones de aislamiento extremas (los militares los consideraban rehenes y amenazaban con matar a uno de ellos por cada acción guerrillera).
Una trayectoria similar a la de su compañera de fatigas, Lucía Topolansky, que aspira ahora a convertirse en alcaldesa de la capital uruguaya, Montevideo, en las elecciones que celebrarán también en mayo. Unos años de cárcel (quince Pepe, treece Lucía) que, en conversación con GARA hace un año, la propia Topolansky relató de la siguiente manera: «En aquel momento pareció una enorme derrota, porque militarmente perdimos, caímos todos presos. Pero ahora lo veo de otra forma, pienso que la derrota no fue tal, no nos derrotaron en las ideas y además quedaron por aquí y por allá un montón de semillas que fueron produciendo y producen la Latinoamérica de hoy. Que es, ciertamente, bien distinta de aquella», remata.
Personalidades convertidas en iconos, a veces a su pesar
Muchos de los firmantes de la campaña «Free Otegi & Free Them All» son referentes políticos y militantes a los que sus circunstancias vitales han convertido además en referentes éticos, a veces en contra de su propia voluntad. Tal es el caso de Leila Khaled, convertida en icono de la lucha palestina a raíz de una fotografía suya con un rifle AK47. Se sometió a varias cirugías plásticas para no ser reconocida, pero también porque no deseaba llevar el rostro de un icono.
También Angela Davis vio cómo su historia y su pelo afro se convirtieron en símbolo de lucha. «Nunca busqué ese grado de exposición pública y fue algo muy difícil de aceptar entonces», relató recientemente a ‘‘Página 12’’, en una entrevista en la que explica cómo le dio la vuelta a la tortilla: «Fui consciente de que era algo con lo que iba a tener que aprender a vivir, y que por lo tanto, iba a tratar de usarlo, no tanto en mi nombre como en el de tanta gente que no tenía voz en ese momento».Beñat ZALDUA