Alberto PRADILLA

«Estamos en alta mar, no tenemos comida, necesitamos ayuda»

Abu Nidal ya se encuentra en Alemania. En octubre, este refugiado palestino que había abandonado el campo de Yarmouk, en Siria, por la intensidad de los combates, se embarcó hacia Europa. Tras permanecer varios días a la deriva, pudo ser rescatado. Otros no han tenido la misma suerte.

«Estamos en alta mar. Hay unas 250 personas, muchas de ellas mujeres y niños. La tripulación se ha marchado y nos encontramos a la deriva. Llame a la prensa, a Al-Jazeera, a quien sea. No tenemos comida y estamos en peligro». Estas fueron las primeras palabras de la llamada que recibí una mañana de finales de octubre de 2014. Al otro lado de la línea, en un teléfono vía satélite, se encontraba un refugiado sirio que hablaba en nombre de Abu Nidal, un exiliado palestino a quien había conocido en agosto en el campo de Chatila, en Beirut. El hombre nació en Yarmouk, a cinco kilómetros de Damasco y de triste actualidad por haber sido parcialmente ocupado por el Estado Islámico en abril. Decidió abandonarlo en 2013, cuando los combates irrumpieron en el campo, rompiendo la frágil neutralidad que, hasta aquel momento, habían mantenido los grupos palestinos. Doblemente refugiado, se enroló en uno de esos barcos que, por 6.000 dólares por persona, atraviesan el Mediterráneo cargados con refugiados hacia Europa.

Nidal, ya entrado en años, no podía expresarse en inglés pero había guardado el número en un papel desde que nos encontramos en Chatila. Ante la emergencia recurrió a todas las variables posibles. Nadie llegaba a rescatarles y el paso de las horas podía resultar fatal para los ocupantes de la embarcación, abandonados a merced del mar. Así que pensó que si le daba publicidad quizás alguien se tomase en serio la alerta.

«Hemos intentado hablar con la Policía italiana pero no han venido a salvarnos», insistía la voz. Según su relato, días atrás (no podía concretarlos), la barcaza había zarpado de Tartous (en Siria, un enclave controlado por el Gobierno de Bashar al-Assad) y trataba de llegar hasta Italia. Las coordenadas facilitadas, sin embargo, no concordaban con el relato de los náufragos y ubicaban en el bote en algún lugar de la costa turca. A través de Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y Amnistía Internacional se intentó coordinar una búsqueda con las autoridades portuarias. No era la primera vez que recibían una llamada de estas características. «Por desgracia, sin los datos exactos, encontrarlos es como hallar una aguja en un pajar», reconocían, preocupados.

Mensaje tras una semana

Tras la última comunicación de aquella mañana llegó el silencio. Nadie respondía en aquel teléfono. Y los días pasaron sin noticias de ningún rescate. Exactamente una semana después, el 6 de noviembre de 2014, un mensaje de texto en árabe y su posterior traducción revelaban que Abu Nidal y sus 250 acompañantes se encontraban a salvo. «Estoy en Alemania. Muchas gracias por todo». Lo habían conseguido. Llegaron a Italia después de ser rescatados. Desde allí, según su propio relato, fue trasladado a Berlín, donde reside en la actualidad. Preguntarle si había merecido la pena exponer su vida a tanto riesgo resultaba un sinsentido. Ya en agosto, en uno de los dos minúsculos cuartuchos de Chatila que alquilaba por 300 dólares y en los que se alojaban, contando con él, 15 miembros de su familia, el hombre advertía: «Preferimos probar suerte en el mar a vivir en estas condiciones».

La historia de Abu Nidal podía haber terminado en tragedia. Lo sabía desde el mismo momento en el que embarcó, cuando recordaba a conocidos a los que la mar se había tragado realizando el mismo trayecto. Aunque conscientes del riesgo, la gran preocupación de quien decide subirse a uno de estos barcos es lograr el dinero para pagarlo.