El gesto del rostro avanza ya lo que va a suceder y, en este breve intervalo, cobra fuerza la carga que transporta. En las cárceles no entra ni sale cualquier bolsa. La normativa –que es rígida–, obliga a que sea blanda, carente de cualquier arista y elemento acerado. Por eso las de rafia –flexibles, resistentes y de gran capacidad– son elemento propio del paisaje carcelario, tan propio como la alambrada que cierra el lateral o el absurdo verde hierba de los barrotes que en la foto van quedando atrás. La que acompaña a este preso en su salida es una sugerente bolsa de rafia. Más que sugerente, identificadora. Y ocurre a veces que las identificaciones toman forma de inevitable asociación de ideas. Este es el caso. Hace pocos días que desde el nacionalismo vasco se ha lanzado al viento la idea de que Arnaldo Otegi no es lo que la izquierda abertzale necesita. La razón, dicen, es que su imagen está ligada a los «viejos tiempos». Pasa a veces. Cuando no se sabe qué decir, alguien suelta algo que parece novedoso y, por arte de birlibirloque, se convierte en argumento. Ayer, poco antes de que se abrieran las verjas de Logroño, se repetía en una tertulia de radio.
Minutos después, un preso político vasco recorría sus últimos metros de encierro con una joven bandera de Sudáfrica, si es que puede ser joven una bandera. Una bandera nueva, en cualquier caso, creada para un nuevo mundo en un país de un antiguo continente que supo salir de un conflicto viejo. Símbolo y emblema convertidos en representación icónica de la lucha antiapartheid. Quien ha estado en prisión sabe que todos los mundos caben en una bolsa carcelaria, único nexo que transita entre el exterior y el interior de los muros.
De la misma forma, quien quiera diferenciar el viejo y el nuevo tiempo político no puede saltarse los nexos. Así como termina un año y empieza el siguiente, las cero horas existen. Y en ese factor, que también es temporal, hay quien quisiera ocultar que Arnaldo Otegi ha sido uno de los principales artífices en activar las agujas para que el reloj avanzara hacia un tiempo nuevo. Propiciarlo le ha supuesto seis años y medio de prisión, un signo que –ese sí– debería conjugarse con el viejo tiempo. Y ahí está, también en la imagen. El político de la sonrisa y la bolsa carcelaria reivindica el nuevo presente desde su solapa, con el pin plateado de «presoak etxera» y la estelada independentista. Hay veces, y casi siempre es por azar, que el simbolismo consigue describir a la vez la realidad presente y la realidad representada.