Ramon Sola

¿A que no hay?

La mayoría de los equipos se hacen en prosa, van tirando y no destacan más allá de su entorno. Unos pocos privilegiados viven de la lírica, se destapan cuando les sale la vena artística (el Barcelona es el mejor ejemplo, pero también están el Rayo, o el Cádiz, porque el modelo no garantiza el éxito). Y luego están los que se crecen en la épica, cuando todo parece perdido. Osasuna es de esos, quién lo duda. La historia está plagada de ejemplos; la vida de Enrique Martín, más aún. Como explicaba Arnaldo Otegi el sábado en el Labrit, en esta tierra no hay mejor revulsivo que preguntar «¿a qué no hay…?». Y en El Sadar hay, vaya que si hay.

Volvamos a Martín. En 1982, cuando estuvo a punto de irse al Real Madrid, Osasuna llegó a la última jornada abocado a ganar al Barcelona de Maradona para salvarse. Hubo: 1-0, con gol de Etxeberria y Martin corriendo la banda como nunca. Y diez años más en Primera.

Quince años después, el trance era todavía más crudo: lo que estaba en juego era bajar a Segunda B, con la salvación a seis puntos de distancia con solo cinco partidos sin jugar. De nuevo, ¿a qué no hay? Fue el primer milagro Martín, a su estilo: 0-1, 1-0, 0-1, 1-0… y supervivencia.

Ese gen resistente se ha renovado últimamente casi temporada a temporada en la última década. ¿Cómo olvidarse del 3-2 al Sevilla en 2011, remontando un 0-2 que nos mandaba a Segunda, con el tobillo roto de Nelson y la ceja partida de Camuñas, con gol de Lekic en el último minuto? ¿Y el 2-1 de 2013, también frente al Sevilla y remontando un 0-1, con aquel trallazo de Puñal a la escuadra cuando llevaba un lustro sin marcar de otro punto que no fuera el de penalti? ¿Y qué fue Sabadell sino épica de la más inenarrable, con Javi Flaño al rescate en un córner, y una vez más en el último minuto, tras un 2-0 que dejaba el club sin oxígeno?



Así que cuando el Numancia se puso 0-2, no nos engañemos, a Osasuna –y a Martín– se le puso la historia donde siempre le ha gustado: en lo imposible. No cuesta imaginarse a Oier, a Nino, a Tano, a Nauzet, la reserva espiritual de este equipo, y por supuesto a la bruja de Campanas, gritando en el descanso en el vestuario: «¿A que no hay?». El resto lo hicieron la seriedad de David García y Miguel Flaño para no conceder una contra más al Numancia; la insistencia de Olavide y Berenguer, que no tuvo resultado visible pero fue clave para evitar que el partido se enfriara; la capacidad de Mikel Merino para hacer solo el trabajo de tres (contener, crear y marcar); la hiperactividad de Oier, el encargado de mantenimiento rojillo, ahora un cable pelado aquí, luego una grieta allí; y finalmente la clase de De las Cuevas abriendo pasillos por todos los lados, nuestro Iniesta.

Que Osasuna necesita épica no es una opinión, son datos. En ese registro siempre ha funcionado, nunca ha fallado. Si está en Segunda no es por haber perdido una batalla difícil, sino una que parecía ganada: un partido tonto contra un Celta que no se jugaba nada, tras dilapidar casi diez puntos de ventaja frente al descenso.

Si nos confiamos somos muy malos, ya lo dice el gran mantra del osasunismo; pero si no los ponen imposible, que se echen a temblar.